Como prenda de afecto y apoyo nuestros cristianos recibieron cientos de cartas, escritas -en su gran mayoría- por gente joven. Son la espontánea reacción de chicos de colegios, universidades, grupos parroquiales, después de escuchar el testimonio de lo que viven sus hermanos en Siria… Cartas y más cartas ¡Una más conmovedora que la otra!
Y para sorpresa de muchos… ¡hasta los más pequeños se sumaron! Ellos, con su especial sensibilidad llegan a comprender este dolor. Y lo expresaron en dibujitos y saludos de lo más simpáticos y emotivos.
Todo se expuso en los salones de la Catedral. ¡Y las carteleras apenas si podían contener tanto cariño! Fue para estas familias tan probadas por la guerra un bálsamo que alegró sus penosos días y para todos nosotros una muestra visible de la unión de caridad.
Pero sucedió otro hecho curioso. Un grupo de estudiantes había tomado la iniciativa de difundir el testimonio de los cristianos en Siria. Mientras relataban historias de la guerra, Esperanza, una niña de escasos 7 años escuchaba con mucha atención. Sobrecogida por tanto dolor quiso consolar a algún niño de Alepo enviándole un regalo. Y como ansiando asegurarle un sueño apacible que resistiera a los más terribles bombardeos se desprendió de su amada almohadita con la que dormía desde pequeña.
¡Benditos jóvenes de alma tan grande capaz de hacer propio el dolor de quienes necesitan!
¡Bendita niña que tuviste la valentía de dejar algo tan preciado para hacer feliz a alguien! No es casual que tu nombre sea Esperanza. Con tu gesto sembraste la esperanza de que un día mueran los odios y las guerras y venza el Amor.
Los grandes… ¿seremos capaces?
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