martes, 31 de mayo de 2016

El “Lejano Oeste”

Ushetu, Tanzania, 23 de mayo de 2016.
Me gusta llamar a esta zona “el lejano oeste”, es el centro de Ubawe, donde hay ocho aldeas. Es la zona más alejada, el extremo oeste, a 40 kilómetros de la misión… en época de lluvias con caminos impracticables. El lejano oeste de nuestra misión. Aquí regresamos hace dos semanas, luego de la visita que hicimos a Nonwe e Itobora, de la que les conté en una crónica anterior. Recordarán tal vez, lo del cruce del río con el auto, los juegos del P. Víctor con los niños, etc. En esta ocasión nos dirigimos a las aldeas de Salawe y Namba 11, que quedan pasando Mazirayo. Esta vez tuvimos mejor viaje, mejores caminos. Ha comenzado la época de sequía, y todo tarda muy poco en secarse bajo el sol abrasador de Tanzania. Nos acompañaron al P. Víctor y a mí, la Hna. María Salaam y una voluntaria norteamericana.
Recorrimos el camino, muy malo, pero al menos sin ríos que cruzar, y luego de una hora y media llegamos a la aldea de Salawe. Les tengo que describir la aldea, para que se den una idea, aunque trataré también de enviarles alguna foto. Imagínense que es una aldea de las más lejanas, y donde no llegan los vehículos de cuatro ruedas, sino sólo en la época de sequía, y no todas las semanas. Se llega por huellas de motos, y atravesando campos de tabaco y bosques de árboles bajos, y plantaciones de maíz. De repente se arriba a un grupo de casas, todas colocadas en desorden, y con una “calle” principal que atraviesa ese pequeño callejón de casas de barro, adobe rojo, con techos de paja. El camino desparejo, con rocas y zanjas hechas por el agua, polvoriento, y radiante bajo el sol… un taller de bicicletas y motos que se despliega en medio de la calle y que sacan algunas cosas para que podamos pasar; los patos que se cruzan lentamente delante del vehículo, no dejando de lado su prioridad de peatones… Una mamá que corre a levantar a su hijo de año y medio que juega, como será su costumbre diaria, con la tierra en medio de la calle. Caras asombradas, caras que sonríen amigablemente, tal vez de católicos, y voces en sukuma que parecen bromas o algo así. Las calles no están hechas para los autos, y podemos imaginar que sería como entrar en un pueblo del “far west”, realmente. Llegados a la capilla nos salen a dar la bienvenida los líderes y el catequista. Entramos, es muy pequeña, de barro y techo de paja… nuestra visitante de Estados Unidos estaba muy sorprendida, pero mucho más cuando luego de pedir un baño, les señalaron el de la capilla, que estaba detrás del edificio… un cerco de pajas, pero ¡sin puerta! Y ni siquiera una cortina. Estamos en el “lejano oeste”, de nuestra parroquia.
Dejé allí al P. Víctor junto con la hermana y la voluntaria, y me dirigí hacia Namba 11. Por gracia de Dios las indicaciones fueron buenas y llegué sin dificultad, no sin dejar de usar la doble tracción. Allí en esta aldea son pocos, pero se habían preparado muy bien, habían cuatro catecúmenos para bautizar, tres jóvenes, y una señora, no tan mayor. Junto con ellos, tres bebés de los fieles que no tienen obstáculo para recibir los sacramentos. Habían invitado al coro de la aldea de Mazirayo, así que realmente la iglesia estaba llena y con espíritu muy alegre.
Antes de la Misa me pidieron confesiones. Me senté al costado del edificio, donde daba la sombra. Allí entre confesión y confesión admiraba el paisaje que me rodeaba. Allá adelante se ven colinas, llenas de árboles, aquí cerca los techos de paja de las casas, en medio del follaje. El viento que ya ha comenzado, tiempo de sequía, traía las voces de un grupo de hombres que yo no veía, pero que se percibía cerca, detrás de unos arbustos, reunidos, charlando, conversando… había un gran silencio, sólo se escuchaba el viento, y permitía el escuchar esas voces que vaya a saber de dónde venían. Estaba confesando, veía la gente que venía y se arrodillaba delante del “mzumgu”, pero saben que es sacerdote. Me llama la atención que la gente mayor viene, se arrodilla y con toda naturalidad comienza todas las oraciones en sukuma. Eso me admira, porque ven que soy un blanco, extranjero, pero como soy sacerdote… no tienen problema, allí se arrodillan, no me conocen, pero me hablan en sukuma, porque soy sacerdote y soy “su” párroco. Veo en sus cuellos los rosarios, adentro escucho rezando las oraciones, los cantos, los catecúmenos preparados para el bautismo… La Misa comienza, esta gente tiene dos o tres misas al año, en el mejor de los casos. Sin embargo, llega el momento de la consagración, se arrodillan, y mientras levanto la Hostia Consagrada, se escucha el silencio, y nuevamente el sonido del viento… Todo eso me recordó las palabras de Cristo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”, no se las llevará el viento. Permanecerán a pesar de la distancia, de las épocas de sequía y de lluvias, ya a pesar del viento que desparrama las hojas y las palabras de los hombres.
Luego de esos grandiosos momentos, de poder bautizar a esos catecúmenos, hubo alegría afuera… bailes, fotos con los nuevos cristianos. Almorzamos y me fui a buscar al P. Víctor y los demás acompañantes. En el vehículo se subieron todos los miembros del coro… todos los que pudieron, y no necesité poner el estéreo. Cuando llegué a Salawe en la cancha de fútbol del poblado estaba la Hna Salaam jugando con las mamás, que se las veía felices como niñas chicas. No dejaban de invitarla que volviera otra vez. En esa aldea el P. Víctor bautizó a tres niños. 
Una vez que nos despedimos pasamos a ver a una abuelita enferma, con parkinson. Como siempre, nos da mucha pena ver a los enfermos en pequeñas habitaciones, sin ventanas, con el colchón en el piso… y sin ayuda médica. Normalmente ya no hay nada que hacer, y los envían a sus casas. Allí le administramos los sacramentos, y comenzamos el viaje de regreso, que ya sabíamos, terminaría de noche, pero no deseábamos que fuera muy tarde. Al final en el vehículo todos íbamos callados, se siente el cansancio, y los pozos y saltos, se sienten cada vez más al final del día.
Dios los bendiga. Gracias por acompañarme. 
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.


















sábado, 21 de mayo de 2016

JORNADA PRO ORANTIBUS 2016




En sintonía con el Año jubilar de la Misericordia, el lema de la Jornada para orar por los que oran, es Contemplad el Rostro de la Misericordia. No en vano, esta Jornada se celebra el día de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, porque el Rostro de Cristo nos remonta al Misterio cumbre de nuestra fe:
"Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo" (San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, I, 9).
En el Rostro de Cristo, Verbo Encarnado, vemos reflejada la Misericordia de la Trinidad Santísima, que no abandonó al hombre al pecado, antes bien, para su salvación, envió el Padre a su Hijo, que se encarnó por obra del Espíritu Santo. 
Quien me ha visto a Mí, ha visto al Padre (Jn 14, 9), dice Jesús. Quien ha visto al Hijo, ha contemplado el Rostro de la Misericordia. Así como el rostro de Moisés quedaba lleno de resplandor cuando bajaba del monte donde había hablado cara a cara con Dios: la piel de su rostro se había vuelto radiante por haber hablado con Él (Ex 34, 29), cuanto más contemplamos el Rostro de Cristo, cuanto mayor trato e intimidad tenemos con Él en el monte de la oración, tanto más se debe reflejar en nosotros el Rostro de la Misericordia:
"Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: «Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Co 3, 18)" (San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, I, 9).
Oremos hoy, por aquellos miembros de la Iglesia, que reflejan el Rostro de la Misericordia con su vida contemplativa, y de manera particular, por estos monjes, para que seamos fieles a tan alta vocación.

martes, 17 de mayo de 2016

Novicios y Novicias de Argentina

Santa Misa de la Solemnidad de Pentecostés celebrada esta mañana en la Parroquia "Nuestra Señora de los Dolores", durante la cual 10 novicias recibieron su nuevo nombre y los novicios tuvieron la Imposición de sotana. Además un seminarista realizo sus primeros votos religiosos.