CRÓNICA DEL CURSO DE ICONOGRAFÍA PARA CONSAGRADAS
Por la gracia de Dios hemos dado cumplimiento en el comienzo de este nuevo año de 2015 con la segunda tanda de los Cursos de iconografía que habíamos inaugurado en los primeros días de febrero del año 2014. Hemos tomado como modelo el icono del Pantocrátor del Salvador del Monasterio Servio de Chilandari, del Monte Athos. Hemos comenzado este año cvon dos cursos consecutivos de 10 días cada uno: el primero fue para mujeres laicas y se dictó desde el 6 al 15 de febrero. Seguidamente se incrementó un segundo curso para nuestras hermanas consagras “Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará”, enmarcado coincidentemente con el año de la Vida Consagrada. Fueron días de intensa oración, contemplación y técnica en el arte de la iconografía. El lema del curso de este año fue la respuesta de Jesús a Felipe: “El que me ha visto a mi a visto al Padre”.
Uno de los frutos más visibles de estos cursos es que cada participante volvió a su casa,-en el caso de los laicos- o a su comunidad, -en el caso de las consagradas- con su icono pintado, rezado y que ha sido bendecido después de San Santa Misa por el sacerdote que presidió la ceremonia y posteriormente venerado por los fieles presentes en la clausura del curso, para que de este modo comience a formar parte, de la predicación visual y cultual de la Iglesia.
CRÓNICA DEL CURSO PARA CONSAGRADAS
“Dado que el invisible se hizo visible asumiendo carne, es posible representar la imagen de Aquel a quien se ve. Dado que, (…) siendo de naturaleza divina, asumió la condición de esclavo y se redujo a sí mismo a la cantidad y a la calidad revistiéndose de rasgos humanos, pintémosle sobre madera y presentemos para ser contemplado a Aquel que deseó hacerse visible.”
San Juan Damasceno
Queremos compartir con ustedes la inmensa alegría que fue para siete religiosas Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará (Madre María Lluc, Madre María Dei Genitrix, Hna María Virgen Pura, Hna María de Loreto, Hna. María Madre de Dios, Hna María de la Felicidad y Hna María de la Fe) el Curso de Iconografía que con la gracia de Dios hemos podido realizar del 1 al 10 de marzo del corriente año. El mismo tuvo lugar en la casa Santa Faustina Kowalska y fue dictado por el Padre Agustín Spezza.
Dichos cursos (ya es el tercero que dicta el P. Agustín) tiene como objetivo principal formar nuevos iconógrafos que atraídos por la belleza del Arte Sagrado sean capaces de descubrir a Dios a través de los iconos, a la vez que de pintar lo que se contempla con amor y devoción.
El icono, al igual que la palabra escrita es un instrumento para transmitir la tradición y la fe cristinas. A través de la imagen sacra, el Espíritu Santo nos habla, revelándonos verdades que pueden no resultar evidentes para quienes utilizan únicamente las herramientas de la razón. El icono trata de transmitir el carácter sobrecogedor de la realidad invisible y divina y de inducir al observador a tomar conciencia de la presencia de Dios. Es lo que se da a llamar “teología escrita en imágenes”.
CRÓNICA DEL CURSO PARA CONSAGRADAS
“Dado que el invisible se hizo visible asumiendo carne, es posible representar la imagen de Aquel a quien se ve. Dado que, (…) siendo de naturaleza divina, asumió la condición de esclavo y se redujo a sí mismo a la cantidad y a la calidad revistiéndose de rasgos humanos, pintémosle sobre madera y presentemos para ser contemplado a Aquel que deseó hacerse visible.”
San Juan Damasceno
Queremos compartir con ustedes la inmensa alegría que fue para siete religiosas Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará (Madre María Lluc, Madre María Dei Genitrix, Hna María Virgen Pura, Hna María de Loreto, Hna. María Madre de Dios, Hna María de la Felicidad y Hna María de la Fe) el Curso de Iconografía que con la gracia de Dios hemos podido realizar del 1 al 10 de marzo del corriente año. El mismo tuvo lugar en la casa Santa Faustina Kowalska y fue dictado por el Padre Agustín Spezza.
Dichos cursos (ya es el tercero que dicta el P. Agustín) tiene como objetivo principal formar nuevos iconógrafos que atraídos por la belleza del Arte Sagrado sean capaces de descubrir a Dios a través de los iconos, a la vez que de pintar lo que se contempla con amor y devoción.
El icono, al igual que la palabra escrita es un instrumento para transmitir la tradición y la fe cristinas. A través de la imagen sacra, el Espíritu Santo nos habla, revelándonos verdades que pueden no resultar evidentes para quienes utilizan únicamente las herramientas de la razón. El icono trata de transmitir el carácter sobrecogedor de la realidad invisible y divina y de inducir al observador a tomar conciencia de la presencia de Dios. Es lo que se da a llamar “teología escrita en imágenes”.
El iconógrafo sabe y reconoce según Leonid Ouspensky “que no hay palabras ni colores, ni líneas que puedan representar lo que pertenece al Reino de Dios. Sabe que no puede expresar con medios pertenecientes a este mundo creado, (como son los pigmentos naturales que utiliza), algo que supera infinitamente a la criatura. Por tanto los métodos empleados por la iconografía para significar el reino de Dios únicamente pueden ser figurativos, simbólicos, como el lenguaje de las parábolas en las Sagradas Escrituras.”
Según la teología de las imágenes sagradas el icono original es Cristo. Así pues nos hemos aventurado y nos hemos centrado en su Imagen, donde se resumen y reflejan todos sus misterios, en su Rostro, belleza esplendorosa de Dios y a la vez belleza humana sin igual.
En la homilía el Rvdo. Padre Gabriel Zapata, nuestro provinncial, se refirió a los misterios luminosos y nos exhortó a continuar en nuestra vida consagrada en el amor por lo bello, transformando la creación, elevando todas las cosas hacia Dios.
Para el iconógrafo, la imagen del Señor es delineada primero en el corazón y después en sus tablas, por eso todos los días del curso transcurrieron en un retiro donde a través del silencio y la oración nos hemos dejado mirar por Él experimentando su Misericordia y el apremiante llamado a ser coherentes con nuestra vocación.
Se escogió pues para dibujar y pintar el Pantócrator, ícono del Monasterio serbio de Kilandri en el Monte Athos. Pertenece el mismo a la segunda mitad del siglo XIII, en pleno fervor de la ortodoxia, de la renovación espiritual, de la invocación del nombre de Jesús. Tiene como título el de “Salvador” “Soter” en griego, “Spas” en ruso. Que no es solo su nombre sino también su función.
El nombre de Jesús, el Salvador, está inscrito no solo en el rostro lleno de bondad de la imagen que contemplamos, sino en la parte superior del icono con las iniciales griegas IC XC, Iesous Christós. Tiene la majestad del Pantócrator– todopoderoso – y la bondad del Maestro.
El fondo de color dorado y luminoso pero impenetrable es la gloria que esconde el misterio. El nimbo (aureola) es la nube que viene de Dios, es la luz, tiene un sentido de gracia y de don. Dentro de ella, casi imperceptible, los rasgos de la cruz y las letras O, W, N que indican el título mesiánico y la divinidad de Jesús. “Yo soy el que Soy” (Ex 3, 14)
Su cabellera hermosa y fluyente, hace resaltar su rostro. La frente es ancha y luminosa, sus cejas son arqueadas y la mirada bondadosa y penetrante. Se dibuja una nariz afilada y alargada, la boca diminuta y cerrada con los labios rosados. Los oídos están abiertos y atentos a escucharnos. Una hermosa barba cubre sus mejillas y se recoge a la altura del cuello fuerte y vigoroso.
La túnica es roja y el manto azul. Ambas indican la humanidad y la divinidad respectivamente. Con la mano derecha bendice manifestando la benevolencia de Dios hacia nosotros y con la mano izquierda sostiene el libro de los siete sellos, que solo Él puede abrir, donde se contiene el plan divino de salvación por Él realizado.
“Para que el ícono pueda cumplir su cometido de trampolín hacia la trascendencia, es menester que quien lo contempla se arranque previamente de las trivialidades cotidianas, de las preocupaciones mundanas. Mientras no lo haga el ícono no comenzará a hablarle. Pero cuando comience a hacerlo, le comunicará una alegría suprema, una inteligencia de la vida que trasciende todo tipo de biologismo horizontalizante.” Por esto hemos procurado que los días del curso transcurrieran entre silencio, oración y trabajo:
Por la mañana teníamos una hora de adoración y la Santa Misa con el rezo de Laudes celebrada por el P. Agustín. Luego del desayuno rezábamos al Espíritu Santo, invocábamos a la Santísima Virgen y a los santos y rezábamos la oración del Iconógrafo. Seguidamente comenzaba el taller. Por la tarde después de un descanso nos juntábamos todos para rezar la Hora de Nona y continuábamos empeñadas en la labor del ícono; y a la tardecita rezábamos el Santo Rosario y seguidamente las Vísperas. Durante la cena nos distendíamos un poco, allí era donde surgían los comentarios y las anécdotas más entretenidas. Todo se vivía en un clima muy familiar y muy alegre como no puede ser de otra manera ya que la labor que surgía de lo contemplado nos llenaba de entusiasmo.
La Madre Provincial, Hermana María del Cenáculo con las hermanas que hicieron su primer curso de iconos.
Para la confección del ícono, se tomó una semana simbolizando los días en que Dios creó el mundo. Esto era parte del plan establecido para el retiro, ya que cada avance en el trabajo sobre la tabla correspondía a uno de los días en que Dios hizo el cielo y la tierra. Por que toda la creación está en relación con el Verbo: “todo se hizo por Él, y para Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1,3) Y si bien por último, el hombre fue hecho a imagen de la Trinidad, su carácter icónico dice una referencia especial al Verbo eterno y encarnado, Ícono invisible y visible de Dios (cf. Rom 8, 29; Col 3,10).
El camino hacia la santidad es el mismo camino que conduce a la belleza Fontal, al Sol de la belleza divina. Por ser imagen de Dios, de la raza de Dios (cf Act. 17, 39), el hombre ha sido creado para la belleza. El ícono impulsa el deseo de la santidad a través de la belleza. No en vano la exigente fórmula evangélica: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48) puede ser también y más fielmente traducida: “Sed bellos como vuestro Padre celestial es Bello”, por que el modelo de perfección divina es bello en su fuente, en su raíz; quien lo contempla en el silencio del recogimiento se acerca a la santidad.
El curso-retiro que se nos ha concedido realizar reavivó en todos los que hemos participado de él, el deseo de una vida santa. El ícono parece avanzar hacia el que lo observa, para englobarlo e introducirlo en el misterio, insinuando así una suerte de “comunión” con el misterio representado por parte del espectador. El ícono participa del poder santificante que implica la encarnación del Verbo, en su movimiento descendente y ascendente según el axioma: “Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios” o lo que mejor conviene decir en este caso: “Dios se hace visible para que el hombre se eleve a lo invisible”.
La obra iconográfica se dirige hacia el espectador con su luz para inundarlo con su irradiación, para transfigurarlo. La Misa de clausura tuvo lugar en la Capilla de la Casa Santa Faustina y la celebró el P. Gabriel Zapata junto al P. Agustín Spezza. En la homilía el Padre Gabriel Zapata refiriéndose a los misterios luminosos nos exhortó a continuar en nuestra vida consagrada el amor por lo bello, transformando la creación, elevando todas las cosas hacia Dios. En nuestra misión de evangelizar la cultura, es un gran desafío para nuestra pequeña familia religiosa el poner nuestro talento y el hacer este esfuerzo al servicio de la predicación de Cristo. Ese es nuestro deseo.
Concluimos con una cena festiva donde en un clima familiar gozamos poniendo en común todo lo que se había vivido en esos hermosos días intensísimos por el trabajo realizado bajo el contenido de la oración. Queremos por tanto agradecer en primer lugar a los que han hecho posible este encuentro: el P. Gabriel Zapata, la Madre María del Cenáculo, la Madre Río Blanco que puso a disposición su Casa, las Hnas Amada de Jesús y María delle Piaghe que nos han asistido en todo lo que necesitábamos, y por su puesto, al P. Agustín Spezza por su disponibilidad incansable y por poner todo su talento al servicio nuestro.
Dios les pague a todos tanta generosidad.
A la Theotokos, Madre de Dios, le pedimos nos acompañe en esta empresa de embellecer con el Arte Sacro la Iglesia de Jesucristo para la Gloria de Dios.
Hna María de la Fe
Según la teología de las imágenes sagradas el icono original es Cristo. Así pues nos hemos aventurado y nos hemos centrado en su Imagen, donde se resumen y reflejan todos sus misterios, en su Rostro, belleza esplendorosa de Dios y a la vez belleza humana sin igual.
En la homilía el Rvdo. Padre Gabriel Zapata, nuestro provinncial, se refirió a los misterios luminosos y nos exhortó a continuar en nuestra vida consagrada en el amor por lo bello, transformando la creación, elevando todas las cosas hacia Dios.
Para el iconógrafo, la imagen del Señor es delineada primero en el corazón y después en sus tablas, por eso todos los días del curso transcurrieron en un retiro donde a través del silencio y la oración nos hemos dejado mirar por Él experimentando su Misericordia y el apremiante llamado a ser coherentes con nuestra vocación.
Se escogió pues para dibujar y pintar el Pantócrator, ícono del Monasterio serbio de Kilandri en el Monte Athos. Pertenece el mismo a la segunda mitad del siglo XIII, en pleno fervor de la ortodoxia, de la renovación espiritual, de la invocación del nombre de Jesús. Tiene como título el de “Salvador” “Soter” en griego, “Spas” en ruso. Que no es solo su nombre sino también su función.
El nombre de Jesús, el Salvador, está inscrito no solo en el rostro lleno de bondad de la imagen que contemplamos, sino en la parte superior del icono con las iniciales griegas IC XC, Iesous Christós. Tiene la majestad del Pantócrator– todopoderoso – y la bondad del Maestro.
El fondo de color dorado y luminoso pero impenetrable es la gloria que esconde el misterio. El nimbo (aureola) es la nube que viene de Dios, es la luz, tiene un sentido de gracia y de don. Dentro de ella, casi imperceptible, los rasgos de la cruz y las letras O, W, N que indican el título mesiánico y la divinidad de Jesús. “Yo soy el que Soy” (Ex 3, 14)
Su cabellera hermosa y fluyente, hace resaltar su rostro. La frente es ancha y luminosa, sus cejas son arqueadas y la mirada bondadosa y penetrante. Se dibuja una nariz afilada y alargada, la boca diminuta y cerrada con los labios rosados. Los oídos están abiertos y atentos a escucharnos. Una hermosa barba cubre sus mejillas y se recoge a la altura del cuello fuerte y vigoroso.
La túnica es roja y el manto azul. Ambas indican la humanidad y la divinidad respectivamente. Con la mano derecha bendice manifestando la benevolencia de Dios hacia nosotros y con la mano izquierda sostiene el libro de los siete sellos, que solo Él puede abrir, donde se contiene el plan divino de salvación por Él realizado.
“Para que el ícono pueda cumplir su cometido de trampolín hacia la trascendencia, es menester que quien lo contempla se arranque previamente de las trivialidades cotidianas, de las preocupaciones mundanas. Mientras no lo haga el ícono no comenzará a hablarle. Pero cuando comience a hacerlo, le comunicará una alegría suprema, una inteligencia de la vida que trasciende todo tipo de biologismo horizontalizante.” Por esto hemos procurado que los días del curso transcurrieran entre silencio, oración y trabajo:
Por la mañana teníamos una hora de adoración y la Santa Misa con el rezo de Laudes celebrada por el P. Agustín. Luego del desayuno rezábamos al Espíritu Santo, invocábamos a la Santísima Virgen y a los santos y rezábamos la oración del Iconógrafo. Seguidamente comenzaba el taller. Por la tarde después de un descanso nos juntábamos todos para rezar la Hora de Nona y continuábamos empeñadas en la labor del ícono; y a la tardecita rezábamos el Santo Rosario y seguidamente las Vísperas. Durante la cena nos distendíamos un poco, allí era donde surgían los comentarios y las anécdotas más entretenidas. Todo se vivía en un clima muy familiar y muy alegre como no puede ser de otra manera ya que la labor que surgía de lo contemplado nos llenaba de entusiasmo.
La Madre Provincial, Hermana María del Cenáculo con las hermanas que hicieron su primer curso de iconos.
Para la confección del ícono, se tomó una semana simbolizando los días en que Dios creó el mundo. Esto era parte del plan establecido para el retiro, ya que cada avance en el trabajo sobre la tabla correspondía a uno de los días en que Dios hizo el cielo y la tierra. Por que toda la creación está en relación con el Verbo: “todo se hizo por Él, y para Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1,3) Y si bien por último, el hombre fue hecho a imagen de la Trinidad, su carácter icónico dice una referencia especial al Verbo eterno y encarnado, Ícono invisible y visible de Dios (cf. Rom 8, 29; Col 3,10).
El camino hacia la santidad es el mismo camino que conduce a la belleza Fontal, al Sol de la belleza divina. Por ser imagen de Dios, de la raza de Dios (cf Act. 17, 39), el hombre ha sido creado para la belleza. El ícono impulsa el deseo de la santidad a través de la belleza. No en vano la exigente fórmula evangélica: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48) puede ser también y más fielmente traducida: “Sed bellos como vuestro Padre celestial es Bello”, por que el modelo de perfección divina es bello en su fuente, en su raíz; quien lo contempla en el silencio del recogimiento se acerca a la santidad.
El curso-retiro que se nos ha concedido realizar reavivó en todos los que hemos participado de él, el deseo de una vida santa. El ícono parece avanzar hacia el que lo observa, para englobarlo e introducirlo en el misterio, insinuando así una suerte de “comunión” con el misterio representado por parte del espectador. El ícono participa del poder santificante que implica la encarnación del Verbo, en su movimiento descendente y ascendente según el axioma: “Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios” o lo que mejor conviene decir en este caso: “Dios se hace visible para que el hombre se eleve a lo invisible”.
La obra iconográfica se dirige hacia el espectador con su luz para inundarlo con su irradiación, para transfigurarlo. La Misa de clausura tuvo lugar en la Capilla de la Casa Santa Faustina y la celebró el P. Gabriel Zapata junto al P. Agustín Spezza. En la homilía el Padre Gabriel Zapata refiriéndose a los misterios luminosos nos exhortó a continuar en nuestra vida consagrada el amor por lo bello, transformando la creación, elevando todas las cosas hacia Dios. En nuestra misión de evangelizar la cultura, es un gran desafío para nuestra pequeña familia religiosa el poner nuestro talento y el hacer este esfuerzo al servicio de la predicación de Cristo. Ese es nuestro deseo.
Concluimos con una cena festiva donde en un clima familiar gozamos poniendo en común todo lo que se había vivido en esos hermosos días intensísimos por el trabajo realizado bajo el contenido de la oración. Queremos por tanto agradecer en primer lugar a los que han hecho posible este encuentro: el P. Gabriel Zapata, la Madre María del Cenáculo, la Madre Río Blanco que puso a disposición su Casa, las Hnas Amada de Jesús y María delle Piaghe que nos han asistido en todo lo que necesitábamos, y por su puesto, al P. Agustín Spezza por su disponibilidad incansable y por poner todo su talento al servicio nuestro.
Dios les pague a todos tanta generosidad.
A la Theotokos, Madre de Dios, le pedimos nos acompañe en esta empresa de embellecer con el Arte Sacro la Iglesia de Jesucristo para la Gloria de Dios.
Hna María de la Fe
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