lunes, 30 de marzo de 2015

“Decidieron darle muerte”

29 DE MARZO DE 2015 / MONASTERIODELPUEYO

Jn 11, 43-57: Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron donde los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.» Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación.» Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación – y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Desde este día, decidieron darle muerte. Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí residía con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua de los judíos, y muchos del país habían subido a Jerusalén, antes de la Pascua para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros estando en el Templo: «¿Qué os parece? ¿Que no vendrá a la fiesta?» Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes de que, si alguno sabía dónde estaba, lo notificara para detenerle.

Escribía desde la prisión de Barbastro, con perfecta caligrafía (que tuvimos la gracia de contemplar hace pocos días), el beato Aurelio Boix o.s.b.[1] a sus padres y hermanos: “Conservo hasta el presente toda la serenidad de mi carácter; más aún, miro con simpatía el trance que se me acerca. Considero una gracia especialísima dar mi vida en holocausto (…) por el único delito de ser religioso…”[2].




B. Aurelio Boix

Estamos a sólo 6 días de celebrar la “Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo”, causa ejemplar, final y eficaz de todo martirio. A pocos días de la Pascua, dice san Juan en el Evangelio: “Desde este día, decidieron darle muerte”. Sin siquiera sospecharlo los judíos, estaban preparando los ánimos para sacrificar en holocausto a la verdaderaVíctima Pascual que nos libraría del poder del diablo y del pecado.

Jesús también se prepara para ese momento tan esperado: “tengo que recibir un bautismo, y qué angustiado estoy hasta que se cumpla” (Lc 12, 50). No le iban a dar muerte a la fuerza; El vino al mundo para darla y así lo iba a hacer; por eso todavía se escondía, pues aún “no era la hora”.

Una de las notas claves del martirio es el amor, o sea, la entrega voluntaria de lo más precioso que tenemos, nuestra vida, por la fe en Cristo.

Así lo definía el papa Benedicto XIV: “El martirio es el voluntario sufrimiento o tolerancia de la muerte, por la fe en Cristo o por otro acto de virtud referido a Dios”[3].

San Tomás[4] ya lo había explicado claramente en la cuestión que le dedica al martirio en la Suma Teológica; allí dice que el martirio es el acto más perfecto de virtud (san Agustín ponía la gloria de los mártires por encima de las vírgenes). No por el acto en sí, pues nunca puede ser el acto más perfecto el soportar pacientemente la muerte. Pero sí en cuanto nos hace alcanzar y obrar el acto de una virtud más perfecta, y ésta es lacaridad; y es el mejor modo, porque nos hace hacer el acto más heroico de caridad que es despreciar por Dios el bien más grande que tenemos en este mundo, que es precisamente la vida y porque nos hace soportar lo más odioso que se puede odiar en esta vida, que es justamente lo contrario a ella, la muerte y, aún más, si es con dolores y tormentos corporales.




¿qué hice por Cristo, qué hago por Cristo, qué he de hacer por Cristo?

Es también una de las notas más características del holocausto de nuestros beatos mártires del Pueyo; ellos ante la persecución inminente desatada en España, por el nombre de Cristo, decidieron abandonarse en manos de Dios y enfrentar con fortaleza y gran ánimo la muerte cruenta que se les aproximaba:

-En primer lugar está la decisión tomada de permanecer en la vanguardia, no moverse del amado Monasterio. Así lo describe el P. Plácido: “Sí, a pesar de que la situación se había hecho sumamente angustiosa, como cuando uno se encuentra ante un inminente peligro sin posible salida, todo transcurría regularmente, con orden. Se oraba al sonido de la campana, se comía juntos, se compartían fraternalmente impresiones y unos a otros nos animábamos mutuamente. Había que saber descubrir la hora de Dios”[5].

-Luego, la entrega libre y pronta a los perseguidores, como mansos corderos.

-El beato P. Ramiro, que decidió morir con su comunidad, rechazando la invitación de su amigo Luis Bacaicoa Urbiola, comisario rojo en aquel entonces, de quedar libre y escapar.

-El beato Lorenzo Ibañez, de 24 años, subdiácono; otro que afrontó el martirio con grandísimo valor. Luego de realizar la misión encomendada por el padre prior, decidiendo volver con sus hermanos monjes, dijo a su amigo Rafael: “Vas a quedarte solo y tendrás que luchar. Resiste hasta el fin. A mí, si me matan, moriré como he vivido y, cuando las circunstancias te lo permitan, le dices a mi padre que su hijo ha muerto como un valiente y que su último grito al ser fusilado fue ¡viva Cristo Rey!”.

-Y ya más cercanos al día del sacrificio, nos describe el ambiente que reinaba allí en los escolapios el mismo P. Plácido, compañero de prisión: “Era de esperar que cualquier noche aparecieran con la lista de la muerte y al frente el mismo ‘enterrador’, siempre ávido de sangre. Pero eso mismo iba caldeando más y más los espíritus. Ser mártir de Cristo se había convertido en un ideal ya plenamente compartido por todos, aunque quizá no todos expresaran externamente su vivo entusiasmo con el mismo ardor. En la vida de la Iglesia la vida monástica sucedió a los que habían dado su vida por la fe en los primeros siglos. Ahora se iba a realizar en nuestros monjes a través del testimonio cruento aquello que san Benito define como ‘participación de la pasión de Cristo’. Por eso se hablaba de ello y se ponían los medios para superar la propia flaqueza humana, en la oración, en la vida de Comunidad, en la esperanza de vida eterna”[6].

-El P. Alejandro Pérez trae en su “Informe” un precioso testimonio de esta sagrada preparación para la unión total y definitiva con el amado. Escribe: “Aproximadamente una semana antes de su ejecución, o sea, hacia el 20 de agosto, recibieron la visita de un sobrino del P. Fernando Salinas (que era de Pozán de Vero, uno de los pueblos más cercanos). La entrevista fue rápida y el visitante conserva muy grabada una frase que dice mucho. «Aquí estamos esperando la hora», le dijeron. Y esa hora la interpreta él, con fundamento, como la del martirio, puerta por donde entrarían a gozar de la libertad de los santos. Esa hora se refleja en las palabras que brutalmente lanzaron a los colegiales, una vez separados éstos de la Comunidad. Aquellas hambrientas hienas les dijeron: «pronto mataremos a los de arriba»”[7].


Urnas de cristal con los restos de 15 de los 18 mártires benedictinos del Pueyo.

Su domingo de Ramos, podríamos decir que fue el día 27 de agosto, en que pudieron celebrar junto a los escolapios con gran solemnidad (como allí se podía), la fiesta del patrono de la Casa que los acogía como prisioneros, de San José de Calasanz. Fue la última fiesta del cielo celebrada en la tierra por los monjes. Había llegado, finalmente, la hora tan esperada.

De nuevo, nuestro padre Plácido describiendo las últimas horas antes de la muerte, cuando luego de sacarlos de la sala donde estaban, los dejaron largo tiempo en el salón de los mártires claretianos: “Y esto tiene su importancia, porque para nuestros monjes fue una hora o algo más, en que todos unidos se prepararon para el suplicio, como Jesús en Getsemaní, antes de ir a la muerte”[8].

Aunque, como enseña S. Tomás[9], la muerte cruenta y física es necesaria para obtener la corona y la palma del martirio, sin embargo los méritos se obtienen antes, al soportar voluntariamente las heridas mortales o tribulaciones semejantes por Cristo; por eso es que la virginidad consagrada concede méritos casi tan altos como el martirio, pues, en palabras de San Pablo: “han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias” (Gal 5, 24).

El martirio, tanto el cruento como el incruento, no se improvisa. Dispongamos nuestro corazón en esta Semana Santa que mañana comenzamos, para ser dignos de compartir los padecimientos de Cristo y así, entrar con El en su gloria. Dios espera solo nuestro amor, nuestra libertad, nuestra entrega.

Rezaba San Juan Pablo II:

“María, Reina de los mártires, asociada a su Hijo en un único martirio, acompañe a cada uno de nosotros en las pequeñas y grandes ocasiones en que debemos dar nuestro fiel testimonio evangélico; y nos conforte con su amor de Madre en nuestro esfuerzo diario por seguir a Cristo especialmente en las situaciones complejas y difíciles”[10].

[1] (Sobre el tenor de las cartas del beato Aurelio, del P. Plácido, p. 177) “El Espíritu de Dios fue caldeando y purificando cada día más la entrega generosa de aquellos hombres. No existe una queja, no se respira el más mínimo rencor, no cuentan para nada las consideraciones políticas o terrenas. La fe que iluminaba su vida, la esperanza que fortalecía su propia debilidad, y el amor a Cristo y a su Iglesia, junto al generoso perdón para quienes los condujeron a la muerte, son las expresiones del alma de estos siervos de Dios”.

[2] Carta del beato Aurelio Boix, citada por P. Plácido en “Iban a la muerte como a una fiesta”, p. 174

[3] Benedicto XIV. De Servorum Dei beatificatione et de beatorum canonizatione.

[4] Respondo: Podemos hablar de un acto de virtud bajo dos aspectos: Uno, según su especie, comparándolo con la virtud que lo produce inmediatamente. Entonces el martirio, que consiste en soportar debidamente la muerte, no puede ser el más perfecto de los actos virtuosos, ya que soportar la muerte no es de suyo encomiable, sino sólo en cuanto ordenado a un bien que es un acto de virtud, como puede ser la fe y el amor a Dios. Y este acto de virtud, por ser fin, es más perfecto.

Otro aspecto bajo el que podemos considerar el acto virtuoso es si lo comparamos con el primer motivo, que es el amor de caridad. Y este segundo aspecto hace principalmente que un acto pertenezca a la perfección de vida, porque, como dice el Apóstol en Col_3:14 : La caridad es el vínculo de perfección. Pero el martirio es, entre todos los actos virtuosos, el que más demuestra la perfección de la caridad, ya que se demuestra tener tanto mayor amor a una cosa cuando por ella se desprecia lo más amado y se elige sufrir lo que más se odia. Ahora bien: es obvio que entre todos los bienes de la vida presente el hombre ama sobre todo su propia vida, y por el contrario experimenta el mayor odio hacia la muerte, especialmente si es con dolores y tormentos corporales, por cuyo temor hasta los mismos animales se abstienen de los máximos placeres, como dice San Agustín en el libro Octoginta trium quaest. . Según esto, parece claro que el martirio es, entre los demás actos humanos, el más perfecto en su género, como signo de máxima caridad, conforme a las palabras de San Juan (Col_15:13): Nadie tiene mayor amor que el dar uno la vida por sus amigos. (S Th II-II, 124, 3)

[5] P. Plácido, Iban a la muerte como a una fiesta, p. 49

[6] P. Plácido, Iban a la muerte como a una fiesta, p. 98

[7] P. Alejandro Pérez, Informe…, p. 93

[8] P. Plácido, Iban a la muerte como a una fiesta, p. 138

[9] (S Th II-II, 124, 4) si la muerte es esencial al martirio

Obj 4. El martirio es un acto meritorio, como hemos dicho. Pero no puede haber acto meritorio después de la muerte. Luego debe ser antes. Así que la muerte no es esencial al martirio.

Rta. 4. El mérito del martirio no se da después de la muerte, sino en soportarla voluntariamente, es decir, cuando uno sufre libremente la inflicción de la muerte. Sucede a veces, sin embargo, que después de haber recibido heridas mortales por Cristo, o cualesquiera otras tribulaciones semejantes, que se sufren por la fe en Cristo, provenientes de los perseguidores, uno puede sobrevivir largo tiempo. En este estado, el acto del martirio es meritorio, y también en el mismo momento de padecer estas penas.

[10] JPII, Reflexión antes de rezar la oración mariana del Ángelus el día de San Esteban, 26 de diciembre 1994: L’Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.52, 30 diciembre 1994, p.4.

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