29 DE ABRIL DE 2015 / MONASTERIODELPUEYO
Escribía Jacinto Peraire, periodista y biógrafo de nuestros beatos mártires, recordando la última canción de dom Mauro[1]:
-“Pido la gracia de saludar por última vez a mi madre”.
-“Que tiene que ver se despida de su madre”. Respondieron entre sí los del piquete asesino, accediendo al postrer deseo de la víctima camino del patíbulo. (…)
Y de resultas, el favorecido, orientando su mirada hacia El Pueyo, a pleno pulmón, con su impresionante voz de tenor, entonó «la Salve».
Virgen del Pueyo
1-La Salve Regina.
En estos días en honor de nuestra Reina del Pueyo (no otra cosa son las Romerías pascuales), quería recordar las excelencias de canto que llevó a nuestro querido beato Mauro Palazuelos al martirio y al Cielo, y que nosotros tenemos la dicha de cantar al acabar el día, como dulce beso de buenas noches a nuestra Madre del Cielo.
Afirmaba un autor: “No hay en toda la riquísima y bella liturgia de la Iglesia oración más hermosa que la Salve. El Padrenuestro es grandioso y sublime, es la oración tal como la concibe Dios. El Ave María es bella y entusiasta, es la oración que hace un ángel; la Salve, donde domina la nota tierna y melancólica, la dulce nostalgia del cielo que palpita en los versos de Fr. Luis de León, es la oración tal como la puede concebir un poeta”[2].
A pesar de que muchas naciones se disputan su autoría, la crítica más actual y seria la atribuye a un hijo de España, al obispo de Compostela, San Pedro de Mezanzo; indudablemente su autor fue un gran santo y un gran poeta, pues sólo así se explica que haya podido encerrar en tan breves y sencillas frases, tanta piedad y tanta poesía.
Y como pasa con todo lo que no es muy familiar, que por más santo y bueno que sea termina cayendo en olvido y desconsideración, necesitamos recordar y refrescar la grandeza de esta secular oración, de la que tantos santos y grandes autores han escrito tantas maravillas. Van estas palabras, de este indigno orador, para que podamos todos formarnos una idea del extraordinario mérito de la “Salve” y rezarla con más devoción y provecho.
2-Laudes a la Salve:Algunas alabanzas de la Salve que trae el P. Manuel Vidal y Rodríguez en un valioso libro sobre la misma.
“Es la Salve la oración más excelente de cuantas compusieron los Santos Padres y escritores católicos para invocar a la Virgen, nuestra Madre, por su carácter teológico y poético, por la elevación de sus conceptos, por la elocuencia de sus expresiones y por su cadenciosa melodía.
Es el canto de un alma santa y delicada, que siente vivamente las penas del destierro de esta vida, y pide a la Consoladora de los afligidos, con las frases más conmovedoras, un consuelo y la realización de la más grande de nuestras esperanzas.
Es la Salve plegaria del pobre, del triste, del afligido y del infortunado, e igualmente propia de todos los estados y condiciones de la vida humana; de todos los que gemimos y lloramos en este valle de lágrimas.
Es la Salve, himno de la fe y del amor a la augusta Madre de Dios, que sintetiza todos los motivos que tenemos para solicitar su protección con la mayor confianza, y los que Ella tiene para concedérnosla, y fue adoptada desde hace 8 siglos por todos los pueblos de la cristiandad, los cuales hicieron resonar sus conmovedores acentos, bajo las tiendas de los guerreros de la Cruz, sobre las cubiertas de las naves, cuando surcaban tranquilamente las imponentes llanuras del Océano en noches claras y serenas, en las peregrinaciones (romerías) a los célebres santuarios, en las grandes solemnidades del culto católico, y en el camino del martirio”. (Aquí nuestro autor, que escribe en 1907, se refiere especialmente al grupo de carmelitas, mártires de Copiegne, víctimas de la revolución francesa; pero bien se lo podemos aplicar a nuestros patronos).
3-Salve Regina: Reina de los mártires
En el primer verso, comienza esta plegaria saludando a la Virgen Madre con la misma palabra empleada por el ángel, cuando compareció ante Ella para comunicarle el sublime Misterio de la Encarnación: Salve, Dios te salve; y el primer título con que se la invoca es el de Reina.
María Santísima es Reina; no una más… es la Reina del Universo.
Explica el P. Vidal: “Esta dignidad obedece a su incomparable categoría de Hija predilecta de Dios Padre, Rey de Reyes, y por el cual los príncipes imperan; Esposa de Dios Espíritu Santo, que la fecundó con su poder divino, para verificar el gran Misterio de la Encarnación del Verbo, y Madre de Jesucristo, el Rey Inmortal de los siglos, el Rey inmortal de las almas, por aquella conquista divina de la Redención.
La soberanía de María es de la mayor belleza moral posible en una creatura, ya que para ser digna Madre de Dios, y participar, por tanto, relativamente, pero realmente, del orden hipostático[3], fue, como le dijo el ángel, “llena de gracia”, plena de toda perfección.
Además su soberanía es de la más grande belleza física, la más bella y perfecta creatura que Dios omnipotente podía crear. No por falta de poder en Dios, ciertamente, sino por la limitada capacidad en la criatura. Pudo haber hecho mundos más admirables, pero no pudo hacer una creación más perfecta que la Humanidad santísima de Jesucristo, y que la privilegiada mujer en cuyo seno materno se había de formar. Así María es la obra más perfecta salida de las manos del Creador, la más bella, la más pura; la Reina por excelencia.
Y de un modo especial María es la Reina de los Mártires.
Los beatos mártires junto a su madre en el Cielo.
Nuestra Madre, “al contemplar con resignación sublime los infinitos dolores de su Hijo, recibió mayores tormentos que todos los mártires, en su corazón maternal, incomparablemente superior en sensibilidad, en ternura y en delicadeza a los corazones de todas las madres (…), como convenía a la que la divina Providencia tenía destinada, para protectora de los desgraciados y consuelo de los afligidos”[4].
San Bernardo lo aclama también con firmeza: “El martirio de la Virgen se nos manifiesta tanto en la profecía de Simeón como en la historia de la pasión del Señor… Verdaderamente os atravesó el alma una espada, puesto que sólo traspasando vuestro corazón podía penetrar en la carne de vuestro Hijo. Más aún: después que vuestro Jesús hubo entregado su espíritu, la cruel lanza que hirió su costado no tocó su alma, pero traspasó, ciertamente la vuestra; la suya, en efecto, no estaba ya allí, mientras que la vuestra no podía apartarse de aquel lugar… Así, pues, la fuerza del dolor atravesó vuestra alma. Y no es exagerado llamaros más que mártir, puesto que en Vos el sentimiento de la compasión excedió en mucho a cualquier dolor sensible que queda imaginar… No os sorprenda, hermanos, el oír llamar a María mártir en el alma”.
Por eso los mártires, y los nuestros especialmente, se han encomendado a Ella con tanto cariño y confianza. Ella es mártir, es su Reina y es su Madre.
En palabras del poeta:
“Que los monjes con fervor
miran a su tierna Madre
luciendo su manto blanco,
bordado de roja sangre.
Que los dieciocho monjes,
frente al Pueyo de María,
henchidos en su alegría
mueren cantando la Salve…”[5].
Termina su libro el sr. Jacinto Peraire Ferrer, comentando:
«La “Salve”.
La plegaria musicada, entrañable y emotiva, estallada en labios de dom Mauro iniciando la andadura de retorno al Padre, abanderando el impresionante desfile de palmas martiriales».
Que la Reina de los Mártires, la Reina Mártir, la Virgen del Pueyo, nuestra Patrona y Madre, nos bendiga; y que recemos cada día con más fervor y amor la hermosísima “Salve” que entonamos cada noche, antes de conciliar el sueño, imagen de nuestra muerte.
Ave María Purísima…
[1]Jacinto Peraire Ferrer, “La canción de Dom Mauro” , p. 189-ss
[2] P. Conrado Muiños, Simi la Hebrea.
[3] S Th, I, XXV, 6, ad 4: La humanidad de Cristo por estar unida a Dios; la bienaventuranza creada por ser goce de Dios; la bienaventurada Virgen por ser Madre de Dios, tienen una cierta dignidad infinita que les proviene del bien infinito que es Dios. Y en este sentido, nada se puede hacer mejor, pues nada puede ser mejor que Dios.
[4] P. Vidal, p. 15
[5] Jacinto Peraire Ferrer, “La canción de Dom Mauro”, p. 222. Es la última estrofa del himno de los Mártires del Pueyo, compuesta la letra por el P. Ramón Luis Mañas, osb y la música por el P. Jon de Arza Blanco, IVE.
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