Posted on mayo 9, 2015
Nairobi, Kenia, 22 de abril de 2015.
Muchos recuerdan que les pedí oraciones por las personas que habían sufrido la tragedia de un tornado que pasó por su aldea dejándola casi totalmente destruida.
Les cuento que aquél día junto al P. Johntin teníamos programado ir a hacer los trámites de la licencia de conducir. Para ello debíamos ir a la ciudad de Shinyanga, y por esa razón fue que pasamos por el lugar de la tragedia, que queda lejos de nuestra parroquia. Fue en la parroquia de Isaka, en la aldea de Mwakata. Cuando nosotros pasamos por la ruta, vimos lo que había sido la devastación de los campos, los árboles, y muchas casas caídas que estaban al costado del camino. Se veía mucha gente andando y ayudando. Nosotros nos dimos cuenta de la magnitud de lo que había sido recién por la noche, cuando escuchamos en la radio que habían muerto más de cuarenta personas, y un número mayor de heridos que estaban en el hospital de Kahama. Las casas destruidas eran 160.
Ya en ése momento no podíamos hacer nada, porque estábamos lejos. Pensábamos en poder llevarles cosas, pero sería imposible juntar cosas sin tiempo, y sobre todo que ya teníamos el fin de semana encima, con las actividades y misas de la parroquia y aldeas. Pero pensamos que sería bueno poder decirles a los líderes de la parroquia y proponerles que hagamos una colecta en las aldeas más importantes, sobre todo en la aldea donde vivimos nosotros. También podríamos agregar algunas cosas que teníamos en la parroquia, y llevárselas el lunes.
A todos les pareció muy buena idea, así que el domingo se pidió a los fieles que ayudaran, se hizo una colecta de dinero, pero también se avisó que podían aportar alimentos, maíz, maní, porotos… lo que puedan. Como no habían venido preparados con esas cosas para la misa, fue hermoso verlos que durante todo el día domingo venían trayendo su ayuda. Venían las señoras caminando con los chicos, y aportaban dos kilos de porotos, o algunos kilos de maíz… o algunas monedas. Venían los chicos en bicicleta, mandados por los papás. Y hasta me causó gracia, pero cierta emoción también, cuando Agustino, el borracho simpático de la aldea, que viene a misa siempre que está en condiciones, y algunas veces nos viene a pedir cosas; esta vez venía en el mismo estado etílico de siempre, pero ahora no venía a pedir, sino a traer su aporte.
Al otro día juntamos todo, más las colectas de las otras aldeas, que fue en dinero. Sumamos algunas cosas de la parroquia, como frazadas, algunas lonas, baldes de plástico, ropa, caramelos para los niños, etc. Vinieron para acompañarnos, el líder de la aldea, Teodoro, y el líder de la parroquia, Jeremía. De pasada por una población donde se cultiva mucho arroz aprovechamos a comprar una bolsa grande con el dinero que había sido recaudado. Y allí seguimos muy contentos con nuestro cargamento.
Nos habíamos contactado con el párroco, para darle esas cosas al líder de la aldea, o al catequista, así ellos se lo darían a las familias más necesitadas. Así que nos íbamos a encontrar allá, en el lugar de la capilla, que había sido destruida totalmente por el tornado.
Pero cuando íbamos llegando al lugar, nos sorprendimos porque llegamos al mismo tiempo que un convoy de camiones enviados por el gobierno, muchos camiones, uno de ellos llenos de gente del partido político con banderas, y otro camión grande con grandes parlantes y música. Por todo ése movimiento, por supuesto, había mucha policía, y medios de comunicación, radio y televisión.
Vimos que se trataba de camiones cargados de bolsas y más bolsas de harina, tachos de aceite, comida. Otros camiones con cemento, y chapas para los techos. Y promesas de más camiones con ayuda.
Claro que nos dio muchísima alegría de ver que esa gente necesitada pudiera recibir todo eso… Pero por otra parte parecía que veíamos la insignificancia de lo que llevábamos nosotros. De todos modos pasamos por donde estaba el tumulto y fuimos preguntando a los pocos que quedaban en sus casas dónde estaba la iglesia católica. Llegamos casi al mismo tiempo que el sacerdote de la parroquia, que venía en su camioneta junto con el catequista y el líder de la aldea, y algunos feligreses más.
En pocos minutos simplemente les dijimos que habíamos hecho una colecta con nuestros fieles y queríamos darles este humilde aporte. Yo había llevado también una imagen de la Virgen de las que hacemos en la misión, y un crucifijo de madera grande, del que le solemos dar a las aldeas nuestras. Les dimos todo, y estaban muy contentos. Agradecieron mucho el gesto de la gente de Ushetu, que es una de las parroquias más pobres de la diócesis. Y estaban felices con la imagen de la Virgen y el Cristo… decían que serían como las piedras fundamentales de la nueva iglesia. Y allí mismo el párroco los animaba a que comenzaran a rezar en ése mismo lugar, que pusieran algunas lonas y se juntaran allí, así la gente empezaba otra vez a levantar la iglesia… y que ya tenían lo más importante, la Virgen y el Cristo.
El párroco, P. Peter Kadundu, mostrando las imágenes del Cristo y de la Virgen
El catequista de Mwakata junto al líder de esa aldea y nuestro líder, Jeremía, parados sobre la puerta de lo que era la capilla
Pocas palabras más, y nos despedimos. Ellos fueron para poder recibir las cosas que traía el gobierno y las repartían en la escuela. Nosotros nos quedamos para tomar algunas fotos… veíamos la destrucción total de la capilla, el techo entero se había volado y estaba a cinco o seis metros de allí.
Lo que está atrás mío es el techo de la capilla, más atrás, las ruinas de la misma
Estoy sentado en los bancos de lo que era la capilla de Mwakata
Por un momento me dio vergüenza de que nuestro aporte fuera tan poco. Pero luego me dio vergüenza de haber tenido vergüenza… me pareció demasiado humano lo mío, midiendo la oferta por la cantidad, cuando Cristo elogió solamente a la viuda que había puesto sólo dos moneditas, y haber puesto sobre todo no de lo que le sobraba, sino de lo que tenía para ella para comer. Y me dio muchísima alegría, sobre todo porque conozco a mis feligreses, sé que Cristo los hubiera elogiado por la ofrenda de gran valor delante de los ojos de Dios.
Todos regresamos muy contentos y satisfechos, de haber sido testigos de esto… y al ver el agradecimiento de esta gente, que estaba muy sorprendida, de saber que desde Ushetu los fieles les enviaban lo que podían, y de lo que no les sobra.
Estos actos de virtud realmente llenan el alma. Y pensar que ellos ni se dan cuenta de la magnitud del acto que han realizado… pero por otro lado, mejor que así sea, porque la recompensa la tendrán en el cielo.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.
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