sábado, 30 de mayo de 2015

“El Espíritu Santo nos lleva a Jesús”

29 DE MAYO DE 2015 / MONASTERIODELPUEYO


Hace muy poco celebramos Pentecostés, o sea, que a los 50 días (eso significa la palabra griega) de la Resurrección de Jesús, vino el Espíritu Santo sobre la Virgen María y los apóstoles, sobre la Iglesia primitiva. Y como la Iglesia es el Cuerpo de Cristo (místico pero real), y el Espíritu Santo es el Alma, que con su Amor da la vida divina a los hombres, hoy también celebramos el nacimiento de la Iglesia.

Por tanto, en estos días, debemos centrar nuestra atención en el Espíritu Santo, en la 3ª Persona de la Santísima Trinidad; debemos conocer más su Misterio y pedir a Dios que nos aumente su devoción.

Alguno se preguntará ¿Por qué hay que tener devoción al Espíritu Santo? ¿No está nuestra felicidad en ser hijos de Dios Padre (herederos del Cielo) y hermanos y amigos de Jesucristo, nuestro Salvador?


Pentecostés

Ciertamente.

Pero, como enseña San Pablo (Dios mismo por su pluma), esa obra de salvación en nuestras almas la realiza el Espíritu Santo.



-“Recibisteis el Espíritu de hijos de adopción, por el cual clamamos abba, es decir, Padre” (Rom 8, 15).

-“Nadie puede decir Señor Jesús, si el Espíritu Santo no se lo concede” (1 Cor, 12, 3).

El Espíritu Santo, pues, nos hace hijos del Padre y nos hace semejantes al Hijo, nos permite acercarnos a Jesucristo por la oración y por el amor, y por tanto, la devoción al Espíritu Santo nos lleva necesariamente a la devoción al Padre y al Hijo.

Jesús murió por nosotros y nos salvó. Esa redención universal de Cristo es aplicada y llevada a perfección en cada alma a lo largo de los siglos por la acción santificadora e invisible del Espíritu Santo. El mismo Cristo se lo había anunciado así a los apóstoles: “Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”. (Jn 16, 12-15)



Divino artista. Lo podemos resumir diciendo que toda la acción santificadora del Espíritu Santo consiste en reproducir en nuestra alma el ideal del Padre, transformándola en Jesús. Y por eso, también se lo llama “el Divino artista”, pues debe modelar al alma según la imagen del Verbo Divino, del mismo modo que el artista talla y modela el mármol, y saca de él una bella imagen.

Pero hay una diferencia importante entre el trabajo del escultor sobre la madera o sobre el mármol y la obra del Espíritu en nuestras almas.

La materia (madera, mármol, piedra, la que fuere…) es inerte; no puede conocer la transformación que se realizará en ella, ni puede sospechar la forma artística de que va a ser revestida, ni amar la belleza que va a recibir, ni cooperar a la acción del escultor, sino dejándose desgarrar y pulir.

En cambio, el alma, sobre la que trabaja el Divino Artista, tiene conocimiento y amor; puede recibir de Dios la revelación de sus designios, puede amarlos con la fuerza increíble de amar que de Dios ha recibido y puede al mismo tiempo “mármol” y “cincel”, materia artística que se transforma en instrumento inteligente y libre en las manos de Dios.

Nosotros, no solo nos debemos dejar modelar por Dios, sino que además debemos colaborar, con nuestro esfuerzo, con nuestra libertad, con nuestro amor.

La obra principal es de Dios, ya que se trata de nuestra santidad y esto es algo que nos supera, por ser creaturas y ser pecadores… pero Dios quiere contar con nosotros.

¿Cómo colaborar con el Espíritu Santo?



-En primer lugar, conociendo el ideal que El quiere plasmar en nuestra alma. Si caminamos sin saber a dónde vamos no llegaremos a ningún lado; si estudiamos una carrera sin saber bien qué queremos llegar a ser, nunca nos esforzaremos ni lo lograremos. Por eso lo primero es conocer bien la perfección a la que Dios quiere que lleguemos. ¿Cuál es ese ideal?

Evidentemente que no puede ser otro que el mismo Jesucristo; Él mismo afirmó: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

Cada uno de nosotros debe reproducir en su vida a Cristo, y por eso nos llamamoscristianos, pues recibimos su vida en el bautismo y debemos, con la ayuda del Espíritu Santo, llevarla a plenitud.



Y aquí encontramos una pequeña dificultad, y es que, aunque todos debemos imitar y seguir a Jesús, no todos del mismo modo.

En la segunda lectura de hoy lo escuchamos de boca de San Pablo: “Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo”.

Cada uno de nosotros está llamado a reproducir algo de Cristo, para el bien común de toda la Iglesia.

Unos reproducirán a Cristo en Belén, viviendo como S. Francisco, en absoluto despojo y pobreza; otros a Cristo en Nazareth, viviendo en soledad y silencio; otros a Cristo en su vida pública, llevando su Palabra hasta los confines del mundo; otros su Pasión, dando su sangre por El.

Esto es fundamental y cada uno se lo debe preguntar, sobre todo en la oración: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cómo quiere que reproduzca a su Hijo en mi vida? ¿Qué oficio y qué papel me toca a mi en concreto en el plan de Dios, en la Iglesia?



-Para lograr esto, en segundo lugar, necesitamos instruirnos, buscar y tener con constancia una dirección espiritual de un buen sacerdote; esto es muy importante también. Cuatro ojos ven más que dos, y sobre todo, que sean doctos y sabios, según Dios.

-Y por último, tener cada día, largos ratos de oración y recogimiento, hacer silencio exterior e interior, para disponernos del mejor modo para escuchar las mociones, las voces del Espíritu Santo, que como es Espíritu, nos habla al corazón y muy despacito… y si no sabemos callar nuestros pensamientos, deseos y pasiones, no podremos escucharlo y menos, obedecerlo.

La Virgen Santísima, que pudo escuchar a Dios que le pidió que sea su Madre, porque estaba bien dispuesta, en la oración, en el silencio, teniendo dominio sobre sus pasiones e impulsos naturales… Ella, que mereció ser la Esposa del Espíritu Santo, nos conceda a nosotros ser cada día más devotos del Espíritu Santo, invocarlo con gran fe, y vivir dóciles a sus inspiraciones, así podamos cada uno cumplir la vocación a la que Dios nos llamó desde toda la eternidad.

Ave María Purísima…

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