11 DE MAYO DE 2015 / MONASTERIODELPUEYO
Con ocasión de la memoria de San Atanasio, que hace pocos días celebramos, hablaré brevemente de la importancia de este gran santo en relación a los inicios de la vida monástica[1].
San Atanasio
“Cuéntase que Teodoro, el discípulo preferido de San Pacomio, oyó un día declarar a su maestro ante los monjes reunidos: «En Egipto, en nuestra actual generación, veo prosperar tres cosas capitales con la ayuda de Dios y de los hombres. La primera es el bienaventurado atleta, el santo apa Atanasio, arzobispo de Alejandría, que combate hasta la muerte por la fe. La segunda es nuestro santo padre apa Antonio, que es la forma perfecta de la vida anacorética. La tercera es esta congregación, que es el modelo para cualquiera que desea reunir almas según Dios, a fin de ayudarlas hasta que lleguen a ser perfectas».
San Atanasio no fue monje. Pero sí gran amigo y protector de los monjes. Supo comprender su ideal y trabajó seriamente en «incorporar el monacato a la Iglesia» y hacer «de este movimiento irresistible, que hubiera podido desintegrarla, su más poderoso sostén». Fue «el heraldo y el teólogo del monacato naciente».
Atanasio, nacido en Alejandría hacia el año 295, patriarca desde 328 y muerto en 373, es conocido sobre todo como campeón de la fe de Nicea contra los arrianos: cinco veces fue arrojado de su sede patriarcal y pasó, en total, más de diecisiete años en eldestierro sin que su constancia flaqueara ni un momento.
Menos sabida es la importancia que tiene en la historia de la espiritualidad. Tanto por su vida como por su doctrina.
Su vida fue dechado de ascetismo. «Desde su infancia— dice San Gregorio de Nacianzo—fue educado en las costumbres y las disciplinas cristianas; no dio mucho tiempo a los estudios, lo bastante con todo para no parecer ignorarlos ni dar la sensación de velar su ignorancia con el menosprecio». El mismo Gregorio admira su perfecto dominio de las Escrituras.
Quizá uno de los legados “claves” que dejó a la Iglesia san Atanasio, fue con relación a la vida monástica, que estaba en sus comienzos, y era una potencia que crecía exponencialmente y podía fácilmente torcerse por caminos extraños. Nuestro santo comprendió su fuerza y su valor, y contribuyó a su difusión tanto en Egipto como en el Imperio durante su destierro. Le gustaba rodearse de monjes. Cuando en 339 fue a Roma para pedir justicia al papa contra sus perseguidores de Oriente, se hizo acompañar por dos discípulos del abad San Antonio, que produjeron profunda impresión en ciertos ambientes.
Pero, además de ser amigo y propagandista (diríamos hoy) de los monjes, como Patriarca que era, buscó ayudarlos y formarlos en la recta doctrina y espiritualidad.
Escribe García Colombás: “es evidente que el influjo de Atanasio sobre el monacato en vías de formación fue profundo y decisivo. La Vita Antonii es más bien un «espejo de monjes» que una biografía propiamente dicha. El mismo San Atanasio declara sin ambages en el prefacio el fin parenético (exhortativo) que persigue: intenta proporcionar a los monjes un ejemplo insigne para que lo imiten. Nos hallamos, pues, ante una obra de edificación, un tratado de espiritualidad. Esto, evidentemente, no destruye a priori su valor histórico. Pero resulta no menos claro que el ejemplo y la doctrina propuestos en la Vita están tan de acuerdo con la manera de pensar de Atanasio, que pueden considerarse como la cristalización literaria de su propio ideal ascético”.
Podemos subrayar especialmente dos aspectos de esta importantísima obra de San Atanasio:
1) Espejo de monjes: lo que el patriarca pretende con el discurso de Antonio a los monjes es dar a conocer a éstos en qué consiste el verdadero ascetismo. Explica García Colombás: “Exhorta a seguir el camino de la piedad y practicar tanto lasvirtudes naturales —la prudencia, la justicia, la templanza, etc.—, como lasespecíficamente cristianas—la caridad, la misericordia, la fe en Cristo—; se insiste particularmente en la perseverancia y en la vanidad de los bienes terrenos. El monje no debe mirar nunca atrás; al contrario, todos los días debe empezar su tarea espiritual con nuevos ánimos, sin cansarse, atento siempre al progreso de su alma. Su mente debe ocuparse continuamente con el pensamiento de la eternidad”.
2) Apología monástica: No sólo la alaba, sino que la defiende contra las objeciones que se le pueden oponer. Se pregunta allí, por ejemplo: “¿No son la penitencia corporal y la soledad absoluta, actitudes exageradas por el celo de los monjes, contrarias a la naturaleza del hombre y a la caridad cristiana?”.
Y con el ejemplo de San Antonio demuestra la verdad: las duras prácticas de la ascesisno menguan la salud corporal: al cabo de veinte años de soledad y penitencia, Antonio causa la admiración de sus amigos al notar que su aspecto no ha cambiado y su equilibrio psíquico es perfecto; pese a la soledad en que se educó, es afable y cortés, guarda las reglas de la urbanidad. En cambio, los trabajos ascéticos le procuran la gracia de la sabiduría y la contemplación.
Ni se opone la soledad del monje al precepto de la caridad fraterna. Antonio, como veremos, no se desinteresa de las adversidades que afligen a la Iglesia y ayuda a sus hermanos los hombres con el martirio de su ascetismo, con su oración por todo el mundo, con sus consejos, con los consuelos que les prodiga. Su sacrificio florece en una exuberante paternidad espiritual.
San Atanasio acentúa fuertemente que la vida solitaria de Antonio y sus discípulos se convierte en influjo benéfico para toda la Iglesia.
Por eso, merece San Atanasio los títulos de «heraldo y teólogo del monacato naciente».”
Nosotros debemos volver constantemente al modelo de los primeros monjes, de los padres del monacato primitivo; a ellos les debemos en parte nuestra vocación, y sin duda, que si los seguimos en lo que tienen de imitable (y no solo admirable), podremos dar los mismos frutos de santidad que ellos prodigaron a la Iglesia. Así Santa Teresainició su reforma: “tengamos delante nuestros fundadores verdaderos, que son aquellos santos padres de donde descendimos”, exhortaba a sus hijas.
Que la Virgen del Pueyo, madre y maestra de monjes santos, nos lo conceda.
[1] Sigo libremente «San Atanasio, heraldo y teólogo del monacato naciente» (García Colombás, El Monacato Primitivo)
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