jueves, 9 de abril de 2015

“María, modelo de misericordia”

4 DE ABRIL DE 2015 / MONASTERIODELPUEYO

Terminando la Cuaresma, y a las puertas de la Pascua, nos ponemos bajo el manto de María.

El Tiempo de Cuaresma nos invita a la conversión; esto, con el fin de ser santos: “perfectos como el Padre Celestial es perfecto”. Jesús une la perfección (la santidad) con el amor al prójimo: “Amad a todos, buenos y malos… a los enemigos, a los que nos persiguen; saludad a todos… como el Padre Celestial”, que nos saluda a todos con cada amanecer.

Esto es así, porque la misericordia (el tener compasión y remediar por amor la miseria ajena) es la mayor de todas las virtudes que pueden practicarse en relación al prójimo. Así lo enseña el aquinate[1].

Por eso, el tiempo de Cuaresma es un tiempo especial de “misericordia”: deexperimentarla (por la confesión de los pecados y la generosa penitencia); y depracticarla, teniendo un corazón más cercano a nuestros hermanos.




Virgen Pueyo

La Virgen María es, como siempre después de Cristo, el mejor modelo para nosotros de esta preciosa virtud, pues vivió como nadie la 5º bienaventuranza: “felices los misericordiosos, pues ellos obtendrán misericordia”.



-Tuvo María Santísima, plenamente, el mérito de esta bienaventuranza, o sea, fue misericordiosa en grado sumo. El Marial (c. 8, 2) aduce varias razones (que trae el P. Royo Marín en su libro[2]): “María se llama Madre de misericordia porque el reinado de la misericordia ha tomado de Ella su origen, pues el poder que rige este reino de gracia ha tenido en Ella su principio. (…) Existe un reino de la gloria, que es doble: de justicia (en el que recibimos lo merecido por nuestras obras, premio o castigo); y otro de misericordia (en el que no se recibe según las obras, sino que reina la misericordia perdonando pecados, remitiendo penas, dando gracias a raudales). El poder del primero es del Rey de la justicia, de la Santísima Trinidad. El origen del segundo es labienaventurada Virgen, pues ella dio a luz al Rey de la misericordia, Jesucristo, nuestro Redentor”.

-Y en segundo lugar recibió el premio. Aunque algunos objetan que no pudo recibir misericordia, pues no había pasado jamás por su alma la menor sombra de pecado, sin embargo, iría contra la justicia de Dios que alguien tenga el mérito de la virtud y no su premio.

Hay muchos modos de recibir la misericordia, como nos enseña Santo Tomás. Uno de ellos es “perdonar los pecados”, y en este sentido es claro que María no recibió la misericordia de Dios. Pero otro modo, y mucho más perfecto que el primero, es “preventivamente”, o sea, impidiendo al alma caer en los pecados que cometería sin esa acción preventiva de Dios. En este segundo sentido nadie ha recibido tanta misericordia de Dios como la Virgen María, preservada hasta del pecado original, don singularísimo, concedido solo a Ella entre toda la humanidad.

Así, termina diciendo el Doctor Angélico, que por razón de la gracia recibida de Dios, está más obligado a mostrar su gratitud a Dios el inocente que el culpable perdonado, pues el primero ha recibido de Dios un don mayor y más continuo[3].



Así también entendemos la inmensa gratitud de los grandes santos, y también, cómo podían, sin mentir, considerarse como los mayores pecadores: pues lo eran por la naturaleza caída, y porque sin esa gracia especialísima y preventiva de Dios, lo hubieran podido ser.





Santa Teresa es también un testigo privilegiado de lamisericordia de Dios. Ella prologa el libro de su vida diciendo que le mandaron contar el modo de oración y las mercedes recibidas de Dios. Y eso hará; y aunque se queja de que hubiera querido contar sus pecados, lo cual intentará, no logrará sino mostrar que no los tenía; análogamente a la Virgen María (salvando la distancia cuasi-infinita), tuvo el mérito y el premio de la 5ª bienaventuranza: fue misericordiosísima (teniendo un amor y celo ardientes por la salvación de las almas) y además obtuvo también el premio, la misericordia en sumo grado para sí… recibiéndola también, a su modo, preventivamente.

El P. Efrén de la M. de Dios, en su estudio de “Santa Teresa por dentro”, nos dice repetidas veces, explicando con buen sentido las duras acusaciones de la santa sobre sí misma, que ella no tiene que haber cometido nunca un pecado mortal, ni venial siquiera; y cita a un testigo privilegiado, el P. Domingo Bañez, quien dice de su afición a una prima de tratos bastante livianos: “se trataba de niñas que no alcanzaban a tanto, sino esta vanidad tan usada entre los mayores y menores”[4]. Santa Teresa escribe su vida ya muy madura y muy santa, por lo que juzga con dureza sus más pequeñas imperfecciones.

Para completar esto hay muchos otros testimonios, pero ninguno tan claro como la reflexión que hace la misma santa luego de la visión del infierno: “Cuando yo considero que, aunque era tan malísima, traía algún cuidado de servir a Dios y no hacía algunas cosas que veo que, como quien no hace nada, se las tragan en el mundo y, en fin, pasaba grandes enfermedades y con mucha paciencia, que me la daba el Señor; no era inclinada a murmurar, ni a decir mal de nadie, ni me parece podía querer mal a nadie, ni era codiciosa, ni envidia jamás me acuerdo tener de manera que fuese ofensa grave del Señor, y otras algunas cosas, que, aunque era tan ruin, traía temor de Dios lo más continuo; y (14) veo adonde me tenían ya los demonios aposentada, y es verdad que, según mis culpas, aun me parece merecía más castigo. Mas, con todo, digo que era terrible tormento, y que es peligrosa cosa contentarnos, ni traer sosiego ni contento el alma que anda cayendo a cada paso en pecado mortal; sino que por amor de Dios nos quitemos de las ocasiones, que el Señor nos ayudará como ha hecho a mí. Plega a Su Majestad que no me deje de su mano para que yo torne a caer, que ya tengo visto adónde he de ir a parar. No lo permita el Señor, por quien Su Majestad es, amén”[5].

Nos conceda, la Madre y Reina de Misericordia, tener un corazón máximamente misericordioso y así obtener para nosotros la Misericordia infinita de Dios. Ave María Purísima…

[1] S Th, II-II, 30, 4.

[2] Cfr. Royo Marín, La Virgen María, p. 345-346

[3] S Th, II, 106, 2.

[4] P. Efrén, Santa Teresa por dentro, p. 75

[5] SANTA TERESA, Vida, c. 32, 7

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