viernes, 24 de abril de 2015

ICONOS Y FRESCOS DEL PADRE GREGORIO

Por P. Agustín Spezza, IVEabril 20, 2015Reflexiones sobre Arte Sacro


Autor: Del libro de Krug: “Iconos y frescos del Padre Gregorio”

Traducción del inglés de Sra. Corinne.



Iconos y Ortodoxia

El Pintor de íconos

Conferencia improvisada en el monasterio de Znamenia, Ícono de la Madre de Dios. 15 de Agosto 1991. Corregida y ampliada por el autor.

“Me gustaría decir unas palabras acerca del espíritu de los pintores de íconos. Es muy importante que no tomemos al ícono como una obra de arte. No debemos pensar en los iconógrafos como artistas tratando de expresar su creatividad. Esa no es de ninguna manera su meta. Cuando digo que un ícono no es una obra de arte, no quiero decir que no tiene un valor artístico. Al contrario, mirar un ícono es ver el valor artístico del trabajo. Lo que quiero decir, es que no es la obra de un artista. En cierto sentido es totalmente lo opuesto. Un artista busca expresarse a sí mismo, su personalidad, mientras que un pintor de íconos por el contrario, es alguien que practica el ascetismo, la renuncia, por sobre todo de su imaginación. Así como la imaginación juega un rol importante en el reino del arte, en la iconografía está absolutamente proscripta y no tiene lugar alguno. Por lo tanto, es necesaria la lucha contra la imaginación, y esto está unido a la noción griega de “nepsis” que significa sobriedad espiritual. Uno de los elementos de la vida espiritual es precisamente buscar la sobriedad y rechazar todo aquello que produce exaltación. Nepsis está directamente relacionada con la lucha contra la imaginación. Más aun, también está la lucha contra las propias ideas, todo lo que el intelecto puede producir, como la interpretación de las Escrituras, etc. Un pintor de íconos puede tener una inspiración genial y decir: “si, yo pienso que esto sería mejor que aquello, sería mejor de otro modo”, pero a partir de ese momento ya no está pintando un ícono. Esta es la segunda característica de la actitud interior del iconógrafo. En cuanto a la tercera característica, es que se trata de una batalla contra las ilusiones. Muchas personas me han dicho que entendían la pintura de íconos como la obra de pintores en la que transcriben el fruto de su contemplación. Pero esto es absolutamente falso. Un pintor de íconos lucha contra todas las ilusiones que pudieran provenir de la contemplación, en cierto sentido revelaciones personales o fenómenos místicos. Es alguien que se opone al misticismo, alguien que rechaza la falsa contemplación y toda impresión que pudiera sugerir que ha recibido una revelación más auténtica que la Tradición. He mencionado que los íconos son canonizados por toda la asamblea del Pueblo de Dios. Esto significa que han sido recibidos por la Iglesia. Si un iconógrafo se aparta de un modelo recibido ante el cual la Iglesia entera ha rezado, su obra ya no es más un ícono. Esto no significa que un iconógrafo no puede ser a la vez un artista. Él no puede ser un artista cuando está pintando un icono. La imaginación no es mala en sí misma, pero en el contexto de la vida espiritual es un obstáculo; y la iconografía solo puede darse en el contexto de la vida espiritual. Si un iconografo, que también es un artista, tratara de pintar íconos con el mismo espíritu y mentalidad de sus pinturas artísticas, ya no sería un iconógrafo.

El pintor de íconos tiene un rol propiamente litúrgico. He hablado acerca de la Deesis que es un elemento del iconostasio. El iconostasio juega un rol en la celebración de la liturgia: el sacerdote reza plegarias a Cristo a la vez que está vuelto hacia el ícono de Cristo, reza a la Madre de Dios a la vez que está vuelto hacia el ícono de la Madre de Dios, etc. Lo íconos son elementos que componen parte del movimiento litúrgico. Sin embargo, no me estoy refiriendo a esa litúrgica, sino al trabajo específico que el iconógrafo reproduce en sus íconos, la visión del mundo invisible. El hace posible que el observador acceda al mundo invisible, que es la verdadera realidad. Nosotros estamos en la ignorancia de esta realidad invisible, de la esencia de Dios, que está más allá del velo y a la cual no podemos acceder en absoluto; sin embargo, los íconos nos permiten percibir algo de ella y nos hacen al mismo tiempo testigos de esta realidad.



Otra característica litúrgica del pintor de íconos tiene que ver con el hecho de que el ícono es una obra de la Iglesia. La palabra “liturgia” significa “trabajo en común” o “Trabajo de la comunidad”. Un iconógrafo no puede ser un testigo veraz de la fe al menos que esté en la Iglesia, en comunión con ella, y que los íconos que pinte sean la expresión de aquello que ya ha sido recibido y aceptado por la Iglesia. El iconógrafo es de alguna manera la mano de la iglesia. En cierto sentido, tiene algo del rol del sacerdote. El sacerdote ofrece a Dios un sacrificio incruento que es Cristo mismo, no solo en su propio nombre, sino también en el nombre de todas las personas, y ofrece a Dios la materia del pan y del vino para que sean transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo por el Espíritu Santo. El iconógrafo hace la misma cosa, aunque no sea un sacramento como la Eucaristía. No estoy diciendo que la pintura de iconos sea un sacramento, solo hay siete sacramentos. El iconógrafo usa y transfigura la materia, y no solo la materia de los colores involucrados en la pintura; porque los íconos, no son solo pinturas. También pueden ser esculturas, mosaicos, bordados, etc. La tradición de íconos bordados se ha desarrollado de un modo especial en la Iglesia ortodoxa. Los íconos esculpidos no son como estatuas sino tallas en bajo relieve, por ejemplo en madera. Los esmaltados, el bronce y otros materiales también pueden ser usados para hacer íconos en relieve; los íconos pueden también ser moldeados o modelados. Todo esto quiere decir que el pintor de íconos o escultor, es decir el iconógrafo, es alguien que toma la materia, se la ofrece a Dios y la consagra. La consagración puede ser considerada como una especie de santificación de la materia y es en este sentido que el rol del iconógrafo se relaciona con el rol del sacerdote.


Cristo Pantocrátor, Vladislav Andrejev

Seria descuidado de mi parte no hablar de la oración al hablar de la obra del iconógrafo. En la tradición ortodoxa, la oración debe ser lo más pura posible. La oración más pura es la más verdadera a los ojos de Dios, la oración que tiene que ver solo con la Salvación, y esta oración reemplaza todo tipo de representación, pensamiento o imaginación. Anteriormente hablé de la imaginación. En la medida que el iconógrafo realiza el trabajo de renunciar a su imaginación y a sus propias ideas, se para frente a su ícono sin pensamiento alguno. Se encuentra a si mismo transcribiendo verdaderamente lo que el mismo ha recibido de la creación para transmitirlo a su vez a aquellos que lo van a mirar. Por eso, su trabajo es decididamente una forma de oración, porque está en contacto con el Misterio de Dios. He mencionado el cara a cara con Dios (como aconteció a Moisés). Esto es realmente un cara a cara casi sacramental; aun no siendo parte de esta realidad invisible, pero a la vez, acercándose a la imagen de esta realidad. En este sentido, la oración del iconógrafo es pura porque contempla el Misterio que el conduce a su manifestación. A través de esta contemplación él es despojado de todo pensamiento extraño y de todo pensamiento profano y apasionado. Por ejemplo, ya no es motivado por la ambición o el orgullo, como lo podría ser un artista que busca crear legítimamente una obra de arte. Hasta ahora, como la originalidad determina el valor de la obra del artista, el orgullo para él, será legítimo igual que la ambición de ser famoso, de querer revelar su visión al mundo, etc. El iconógrafo, por otro lado, debe ser purificado de todo eso, y cuando este es el caso, podemos hablar de oración pura.

La obra del pintor de íconos tiene una dimensión ecuménica al ofrecer a todos lo que constituye la transmisión del tesoro de la Ortodoxia. A través de sus íconos puede hacer posible el acceso a otros a este tesoro y hacer descubrir en su fuente la herencia viva y rejuvenecedora de la Iglesia; contribuyendo al mutuo entendimiento, sin proselitismo, respetando lo que es especifico de otros y permaneciendo fiel a aquello que constituye nuestra identidad, pero balanceado entre dos extremos: ni aislamiento por un lado ni sincretismo por el otro.

Por eso el iconógrafo podrá algún día desempeñar un rol, quizás con su conocimiento, en la construcción de la imagen que vendrá, la imagen que todas las confesiones darán juntas.”

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