miércoles, 8 de abril de 2015

Celda III: La soledad

31 DE MARZO DE 2015 / MONASTERIODELPUEYO

El arte de estar solas

La soledad a la que me voy a referir es principalmente a la soledad interior, que la podemos calificar como soledad del corazón: traducido a lenguaje del Evangelio es precisamente el que es digno de Jesús: no ama nada más que a Jesús, vive en un total despojo, que es según los santos el atajo para llegar a la santidad.

San Gregorio dice ¿de qué sirve la soledad del cuerpo si falta la soledad del corazón? Es decir, ¿de qué sirve que nos sepultemos en la vida religiosa, que dejemos nuestra casa, nuestros padres, nuestras cosas, si nuestro corazón queda en el mundo apegado a los bienes materiales o a los afectos terrenos?


Solo Dios

Es imprescindible entender bien qué significa “soledad”. Es desprender el corazón de todo afecto que no sea para Dios, buscando en todas nuestras acciones el modo de hacerlas agradables a los ojos divinos. Es hacer propias esas palabras de David en el salmo 73, 25: “Fuera de ti, Dios mío, ¿qué me importa ni lo del cielo ni lo de la tierra? Dios es el dueño de mi corazón; Dios es mi única y eterna herencia”.

Es un arte, un gran arte. Porque se trata de ir puliendo nuestro corazón de todo sentimiento terreno y de ir esculpiendo a Jesús en él.

El alma solitaria y desprendida en la que no suena la voz de los afectos terrenos, se unirá con Dios en la oración por medio de santos deseos, de ofrecimientos de sí misma y de actos de resignación y de amor, y así se encontrará levantada por encima de las cosas creadas y se reirá de los mundanos, que tanto aprecian los bienes de la tierra y por los que tanto se fatigan, cuando en verdad son despreciables e indignos de un corazón creado para amar al Bien infinito, que es Dios.



rezando el Oficio junto a monjes benedictinos


No es ociosidad

Soledad no quiere decir que tenemos que llevar una vida sin hacer nada, es decir ociosa. Jesús no quiere un monje que no tenga nada en que ocuparse ni nada en que pensar.

Un buen director de almas decía: “hay religiosas que se desesperan por conseguir soledad (soledad externa) y quizás gozan por vivir solitarias y escondidas pero hacen mal uso de esa soledad, porque lo único que hacen es caer en la ociosidad. Porque no se ocupan de cosas importantes o peor se ocupan de cosas vanas e inútiles. Quizá vivan en silencio pero es un silencio estéril y por eso no sirve para nada”.

San Alfonso enseña que “la soledad ociosa es soledad de animales, la soledad empleada en estudios o asuntos de pura curiosidad es soledad mundana, la soledad religiosa no es ociosa ni estéril, sino provechosa y santa”.

Porque la soledad consiste principalmente en ocuparse de pensar en Dios y sólo cuando hago lo que debo hacer, puedo ocuparme de pensar en Dios. Si yo estoy haciendo lo que quiero y no lo que debo, lejos de estar pensando en Dios, pienso en mí y perdí la soledad.

San Francisco a los frailes que no hacían otra cosa que andar de una parte a la otra por la casa molestando a los demás los llamaba “fray mosca”. Y esto no hace falta que se ande físicamente de un lugar a otro sino también se puede hacer con el pensamiento o lo que es peor con el sentimiento.

Eso es lo que va contra la soledad, no el tener muchas ocupaciones, el tener que trabajar. Sino el no hacer esas cosas por Dios.

Santa María Magdalena de Pazzi no tenía problema en realizar cualquiera de los trabajos del monasterio a pesar de que siempre estaba débil y enferma. Incluso de aquellos que eran propios de las novicias, cualquier trabajo cocinar, barrer y sobre todo en el lavado de la ropa, y al punto tal que una vez se dislocó un hueso de la mano. Puccini cuando relata la vida de S. Magdalena de Pazzi, dice que “ella sola trabajaba por cuatro legas juntas”.

La beata Teresa de Calcuta hacía lo mismo, sirvió la mesa y fregó la vajilla hasta que pudo, poco antes de su muerte.

Santa Teresa afirmaba que “a Dios también se lo podía encontrar entre los pucheros”.



Llamados a vivir solo para Dios

Por eso es un error gravísimo cuando, en defensa de la propia soledad, el monje quiere o exige tiempo para sí. O alguno lo revestirá mejor y va a decir que quiere tiempo para Dios.

La soledad no es otra cosa que ocuparme en Dios pero en las cosas que se me mandano se me piden (porque muchas veces los superiores por delicadeza piden, pero tenemos que ver detrás de eso un mandato de la santa obediencia).

“¿Por qué buscas descanso, habiendo nacido para el trabajo? Dispónte más a la paciencia que a la consolación y a llevar la cruz más que a la alegría. Pues ¿Qué hombre mundano no tomaría con gusto la consolación y alegría espiritual, si siempre la pudiese obtener? Pues las consolaciones espirituales exceden a todas las delicias del mundo y a los deleites de la carne” (Kempis).

El trabajo, cualquiera sea, y hecho por obediencia, es un recurso admirable para mejor sobrellevar la soledad y para vencer las tentaciones que ordinariamente tenemos. San Antonio Abad, acosado de pensamientos deshonestos, y cansado de su soledad, no sabía cómo hacer para vencer todo eso. Entonces se le apareció un ángel y lo llevó al huerto y tomando una azada se puso a cavar, al poco rato la dejó y se puso a orar, y después volvió al trabajo y después otra vez a la oración y entonces San Antonio comprendió que debía vivir en la soledad pasando del trabajo a la oración y viceversa.

No se puede estar siempre rezando ni tampoco siempre trabajando o estudiando. Pero si se puede, y eso debo hacer, tener todo el tiempo el corazón ocupado en Dios. Es el único medio para que todas las cosas que hago sean provechosas para el espíritu. Por eso está tan mal el querer dedicarse exclusivamente a la soledad rechazando toda ocupación de trabajo material como también el ocuparse en tantos trabajos materiales que no se tiene tiempo para el recogimiento.

Un auxilio eficaz: el corazón en Dios.

Una clave y auxilio eficaz para conseguir nuestro fin es la pasión. Un comerciante, un trabajador que depende exclusivamente de sus frutos trabaja mucho más y mejor que uno que es asalariado y que no depende directamente del fruto de su trabajo. Y esto es porque el primero pone más pasión que el segundo.

Nosotros también debemos trabajar apasionados, pero no apasionados por la “obra concreta” que estamos haciendo, sino por Dios. Deben trabajar como monjes, es decir, ocupándose de los trabajos con el recto fin de obedecer y de ayudar a la comunidad. Y movidos por el amor a Dios y nada más, ese es el fervor que tiene que tener un monje.

Esto también requiere una ascesis… pues quizá lo que estoy haciendo me gusta mucho, entonces debo elevar el corazón a Dios, y poner en El todo el corazón y la fuerza por la que trabajo.

Y para esto, ciertamente, ayuda mucho el trabajar en silencio, para hablar con Dios.

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