misionesIVE abril 28, 2015
UncategorizedDedicado a nuestros sacerdotes
Hace un tiempo atrás tuve la oportunidad de visitar el primer campo de concentración nazi, ubicado en la ciudad de Dachau, a 13 km. a las afueras de Munich. Si bien la visita fue breve por el escaso tiempo con el que contábamos, sin embargo fue suficiente para captar algo de aquel gran sufrimiento que afectó a Europa entre 1933 y 1945. Con esta crónica desearía dar a conocer un poco del sufrimiento por el pasaron especialmente los sacerdotes y reflexionar sobre el aspecto de “redención” en torno a este tremendo misterio de dolor. Mientras recorría los pabellones de Dachau, convertidos ahora en museo, particularmente con documentación fotográfica, dos cosas me venían a la mente: la intensidad del odio y la intensidad del dolor. Al mismo tiempo, pensaba en la intensidad del amor con el que muchos de ellos se abrazaron a su cruz.
Los gobernantes del Tercer Reich, organizaron el campo de concentración de Dachau para ser el modelo a partir del cual organizarían los demás campos los que, sucediendo a éste, fueron implementados en todo el imperio nazi. Luego de atravesar el portón de ingreso con las irónicas palabras “Arbeit macht frei” (el trabajo hace libres), llama la atención ver en el primer pabellón a la derecha, que era la zona de cocina y despensas, el plan estratégico con todos los campos de concentración del Reich. “Dachau sirvió de modelo para los posteriores campos de concentración y más tarde fue la ‘escuela de violencia’ de los hombres de las SS, bajo cuyas órdenes se encontraba. Durante los doce años de su existencia, más de 200.000 personas procedentes de toda Europa fueron encarceladas aquí y en los numerosos campos secundarios. Fueron asesinados 41.500 prisioneros”
[1].
Dachau fue un campo especial, puesto que un grupo especial de personas deportado a este campo de concentración, fue aquel de los sacerdotes. A Dachau, fueron deportados 2.579 sacerdotes, seminaristas y monjes católicos. De ellos, 1.034 murieron en el campo de concentración. Cristo, identificado de modo especial con sus sagrados ministros del altar, prolongó en ellos, de modo dramático, su pasión y su victoria. En el campo de Dachau, ellos ejercieron de modo heroico su ministerio pastoral, asistiendo espiritualmente a quienes se encontraban marcados por la misma suerte que ellos. Pero sobre todo, se configuraron allí con Cristo sacerdote y víctima. Cómo Él fueron traicionados, abatidos con pesadas cargas físicas, humillados, escarnecidos, perseguidos, encarcelados, torturados y, en fin, muchos de ellos encontraron allí el martirio.
Hace un tiempo llegó a mis manos el libro en inglés “Christ in Dachau” escrito por el sacerdote John Lenz, sobreviviente de Dachau
[2]. Su libro es muy hermoso dado que uno puede seguir, como si fuese en primera persona, los sufrimientos por los que pasaron los prisioneros. Está escrito a modo de crónica, con profundas reflexiones que dejan ver cómo el autor tuvo la gracia de aprovechar estos terribles sufrimientos para su santificación. Así nos lo dice el mismo autor: «Se me pidió escribir sobre mis experiencias personales en Dachau, el pedido vino de una alta autoridad eclesiástica. Se desarrolló así un libro acerca de todos los sacerdotes en Dachau. El libro apunta a responder desde la luz de la fe, innumerables preguntas vitales a las cuales nos enfrentábamos constantemente en Dachau. No es ni una historia de terror ni un himno de odio. Es la simple historia de seres humanos y sus problemas espirituales, la historia de los caminos milagrosos de la gracia de Dios en medio de la furia del Infierno. Seria suficientemente fácil permanecer en silencio. Bastante fácil pasar simplemente por alto las manifestaciones de la grandeza de Dios, evitar el surgir de recriminaciones violentas tan solo movido por la cobardía. El amor propio puede encontrar siempre motivos para tal evasión. Pero no es este el camino correcto para nosotros, pues en ese camino no encontraremos ni valor, ni fe, y mucho menos podremos ganar la corona de mártir. La Iglesia de Cristo, siempre ha elegido la otra ruta. Ya ha sido escrito mucho sobre Dachau. Cientos de libros y panfletos sobre el campo, han circulado ya por todo el mundo. Los que fueron escritos por sacerdotes, brillan como faros en la masa de la “literatura del horror”, pues el horror era solo la mitad de la verdad, solamente un lado de la historia de la vida en el campo de concentración. Quienes no encontraron a Cristo en las profundidades de la miseria y del horror de Dachau, se perdieron la más maravillosa experiencia de todo…»
[3].
Así también lo cuenta otro sacerdote sobreviviente, el padre luxemburgués Bernard, en el prólogo de su libro: « He accedido a publicar bajo este formato lo que entonces escribí, sin añadir cambio alguno, en memoria de mis compañeros sacerdotes muertos en Dachau, pues conviene no olvidar nunca qué ocurrió allí y en otros sitios semejantes. El olvido sería una cobardía por parte de aquellos en cuyo nombre se cometieron esos crímenes […]. Querer olvidar manifestaría también debilidad por parte de quienes sufrieron; significaría que, aunque fueron capaces de sobrellevar con coraje tanto dolor, ahora carecen de fortaleza interior para reflexionar sobre lo que soportaron y valorar lo que ha significado en sus propias vidas; lo que equivale a olvidar para hacer más fácil el perdón. Y, en definitiva, significaría también cerrar los ojos a hechos similares que se repiten hoy en día a la vista de todos, en muchas otras partes del mundo. Pero debemos perdonar. Debemos perdonar aun siendo conscientes del inmenso horror de lo sucedido, y no solo porque no se puede construir nada- ni una Europa nueva ni un mundo nuevo- sobre los cimientos del odio, sino, sobre todo, por amor a Dios, que nos manda perdonar y nos urge a ellos, y ante quienes víctimas y verdugos son pobres pecadores necesitados de misericordia”
[4].
Los sacerdotes eran asignados a la barraca 26. Luego, también la barraca número 28 fue destinada para los muchos sacerdotes polacos. Gran número de los sacerdotes polacos fueron elegidos para los experimentos médicos, entre los cuáles se encontraban los experimentos de malaria
[5]. Entre los sacerdotes que estuvieron en Dachau, se encontraban el Beato Hilario Januszewski, mártir carmelita de Dachau, el Beato Tito Brandsma, también mártir carmelita en Dachau, el P. José Kenntenich, el Franciscano Petrus Mangold, muerto en Dachau en 1942, quien realizó una lista de los prisioneros religiosos, que fue la primera lista conocida en el exterior
[6]. En Dachau fue ordenado sacerdote el Beato Karl Maria Leisner, del movimiento de Schönsttat. «Karl Leisner se ordena diácono en 1939. Al poco tiempo le detiene la Gestapo, y es deportado al campo de concentración de Sachenhausen, y después a Dachau. Contrae la tuberculosis y su salud se deteriora rápidamente. El 9 de septiembre de 1944, llega a Dachau un obispo francés, monseñor Gabriel Piguet. La oración y el culto están proscritos. “Aquí no hay Dios”, le dijo un guardia al obispo Piguet, ahora llamado preso 103.001. No se permiten las reuniones; ningún sacerdote debe acercarse a la enfermería, medida de precaución para evitar que se administre la extremaunción. El fin de la guerra se ve cerca, pero los sacerdotes alemanes temen que Karl Leisner no aguante. Debe ser ordenado de inmediato. Se ponen en contacto con el preso 103.001, que inicialmente se resiste. “Una ordenación de un sacerdote en el campo de exterminio de sacerdotes sería una revancha de Dios y un signo de victoria del sacerdocio sobre el nazismo”, dice, para convencerle, el padre De Connick, un jesuita belga. El obispo accede, pero advierte de que es necesario seguir los pasos debidos, y obtener las autorizaciones del obispo de Münster (la de procedencia del diácono) y del arzobispo de Munich, la diócesis de Dachau. Llegar hasta el segundo resultó relativamente sencillo. Acceder a Von Gallen, en cambio, fue una odisea. El prelado se hallaba bajo arresto domiciliario, por sus célebres homilías contra el régimen, que inspiraron el movimiento de la Rosa Blanca. Poco después de la guerra, le crearía cardenal su amigo Pío XII. Benedicto XVI le beatificó en 2005. La ordenación se fijó para el 17 de diciembre. Los presos confeccionaron como pudieron las vestimentas litúrgicas del obispo. “No se omitió ningún rito”, relataría después monseñor Piguet. “Recuerdo el fervor y la emoción. Me pareció estar en la catedral o en la capilla de mi Seminario. Nada, absolutamente nada, se perdió de la grandeza religiosa de esta ordenación, probablemente única en los anales de la Historia”. Se levantó acta de la ordenación, para dar fe al obispo de Münster. “En el bloque de los sacerdotes, la alegría y la gratitud a Dios alcanzaron el máximo grado. Verdaderamente, allí donde el sacerdocio había sido humillado y donde debía haber sido destruido, la revancha divina había sido brillante” »
[7]. Nueve días después el P. Leisner celebró su primera y única Misa. Un hombre moribundo, que había alcanzado su meta en la tierra. Cinco días después que el campo fue liberado por los americanos, fue llevado al convento hospital en Planegg, cerca de Munich, donde murió el 12 de agosto de 1945. Las últimas palabras de su diario, pudieron muy bien haber sido escritas para sus camaradas sacerdotes en Dachau: “Amor- Caridad- Reparación. Oh Dios, bendice a mis enemigos”. (foto B. Karl Leisner)
También, en Dachau estuvo recluido Victor Frankl.
Intensidad del odio
Los prisioneros que ingresaron a Dachau, fueron víctimas de un gran odio, de naturaleza diabólico, perpetrado sobre sus cuerpos y sobre sus espíritus.
El Padre Lenz, en muchas partes del libro, describe con detalles los sufrimientos por los que atravesaban a diario.
«Los nuevos 69 recién llegados, recibimos la orden de presentarnos ante el comandante del escuadrón de castigo en la mañana siguiente, Domingo 10 de agosto de 1940 […]. Era domingo, pero no había nada en este lugar que nos recordase del hecho, pues Dios había sido prohibido. Solo en las almas de aquellos que aún permanecían fieles a Él a través de las pruebas, sufrimientos y desilusiones, Dios aún permanecía en secreto. Y así en nuestros corazones valorábamos a Dios en sagrada lealtad – ante el rostro de Satanás y de sus seguidores. Un mundo sin Dios por necesidad debe convertirse en un infierno en la tierra. Pero la justicia de Dios estaba aún allí – y también su amor misericordioso. Dachau nos enseñó mucho, y nos enseñó rápido. En poco tiempo uno adquiría una madurez espiritual que hubiese tomado años de ganada dura experiencia de adquirir en la vida diaria. Aprendimos una compostura interior, a nunca escandalizarnos o sorprendernos jamás por nada. Era una dura escuela, pero nos enseñó una invalorable lección. Aprendimos cómo agarrarnos de Dios».
Intensidad de Sufrimiento
« ¿Es verdad cuanto dicen los periódicos acerca de los campos de concentración? Una y otra vez la gente me ha hecho esta pregunta. […] Los relatos en los periódicos ciertamente eran verdaderos, pero solo mostraban un lado del horror, solo la mitad de la verdad. Los periodistas nunca podían describir la miseria real, el sufrimiento espiritual, las incontables tragedias en las mismas profundidades de las almas de algunos de los prisioneros. […] Esta era la escena en la cual nos encontramos de repente los sacerdotes. Todo era sorprendentemente nuevo para nosotros. O nos hundíamos o nadábamos, desde el primer momento, y no era para nada fácil, particularmente para aquellos de nosotros que ya éramos mayores. Para los jóvenes campeones de la causa de Dios, las cosas eran infinitamente más fácil, pero dos tercios de los sacerdotes en el bloque 26 eran mayores de cincuenta, y un cuarto mayores de sesenta. Sin embargo en Dachau, tanto como en cualquier parte en esta vida, no era la edad lo que contaba sino la madurez espiritual interior. […]A menudo la gente me preguntaba. ¿Cómo pudo permitir Dios tal injusticia? ¿Cómo pudo Dios permitir que Sus propios sacerdotes soportaran tal miseria y sufrimiento? La mayoría de la gente que me hacía tales preguntas no se había tomado el trabajo de pensar con claridad; sin embargo una y otra vez uno podía escuchar esta pregunta en Dachau, hasta en medio de los sacerdotes. Una mirada a la Cruz de Nuestro Señor y Redentor ciertamente nos provee a todos con la verdadera respuesta. […] La Cruz es mi libro, decía el santo hermano capuchino, Konrad de Parzham. […]Muchos de nosotros habíamos envejecido en la sabiduría de libros, pero en la sabiduría de la Cruz, todavía teníamos mucho por aprender. Pues la Cruz provee la respuesta a todo. ¡Cómo pudo Dios permitir a Su propio Hijo…! No sólo le permitió morir por nosotros, sino que fue su voluntad activa que así fuera. Nos enfrentábamos con muchas desilusiones en Dachau, pero quizás la más amarga de todas era el reconocimiento de que había algunos de nosotros que quedaban muy lejos del ideal del sacerdote. Nadie se atrevería a negar que éramos todos humanos y que cada uno de nosotros es capaz de caer, pero igualmente la vista de un sacerdote a quién habían faltado las fuerzas para resistir a las nuevas tentaciones a las cuales todos estábamos expuestos, era en verdad algo doloroso. Trágicos como tales casos eran, sin embargo, nos ayudaban a hacernos comprender nuestra propia miseria y ver que no podíamos lograr nada sin la ayuda de Dios – un reconocimiento humillante pero dador de fuerzas.
La vida en Dachau exigía un alto grado de paciencia y de caridad cristiana. A menos que uno se mantuviese agarrado de Dios, sino uno estaba en constante peligro de perecer. El tipo de vida que se nos había impuesto, presentaba tentaciones nuevas e inhumanas, y en verdad había algunos entre nosotros que caían víctimas de la miseria física y espiritual que a menudo acompañaba nuestra situación. El hambre incesante era una prueba terrible tanto para el cuerpo como para el alma, la estrechez y la tensión nerviosa de los pabellones comunitarios, era casi insoportable […]. A veces era demasiado de soportar: la injusticia de nuestro encarcelamiento, que parecía interminable; la desesperanza de nuestra situación; las constantes pequeñas irritaciones de la vida comunitaria; sobre todo, la gris monotonía de nuestra existencia diaria que parecía en extremo fútil. Estos eran, graves pesos espirituales y probaron ser demasiado pesados para algunos. Trágico como esto era, sin embargo, constituía otra lección para nosotros: aprendimos a acercarnos a Dios en el conocimiento de que éramos humanos. Así como la Iglesia de Cristo es una institución divina en las manos del Hombre, así Dios deliberadamente eligió instrumentos humanos para su plan Divino. Nosotros éramos los instrumentos, a causa de nuestra debilidad. “Satanás ha pedido zarandearte como el trigo” (Lc 22,3), le dijo Cristo a los primeros Apóstoles, los primeros sacerdotes de la Iglesia. El demonio en verdad no respeta las personas»
[8].
Tomando uno de los innumerables ejemplos, leemos en el libro del Padre Bernard:
«En el camino le pregunto al hombre que está a mi lado:
– ¿Qué ha querido decir el jefe de habitación con lo del Viernes Santo?
– Significa que “lo peor ya pasó”. El Viernes Santo anterior, los SS encontraron un pretexto para castigar a sesenta sacerdotes con una hora de “árbol”. Es el castigo más suave del campo. Al preso le atan las manos detrás de la espalda, con las palmas hacia fuera y los dedos para atrás. Luego le tuercen las manos hacia dentro, le ponen una cadena en las muñecas y tiran de ella hacia arriba. Su propio peso le retuerce las articulaciones y se las destroza. […] Nos han estado amenazando con eso durante meses. La Cuaresma ha sido espantosa. Por no darles ni la más mínima excusa, casi no nos atrevíamos ni a respirar. Varios de los sacerdotes a los que colgaron el año pasado no se recuperaron nunca y acabaron muriendo. Si no tienes un corazón fuerte, no sobrevives. Muchos se han quedado lisiados de las manos para siempre»
[9].
De modo particular sufrían los Ministros de Cristo, sus sacerdotes, completando así en ellos “lo que falta a la pasión de Cristo”. Comenta el Padre Lenz: “a los sacerdotes les estaban asignados los peores trabajos. Nuestros camaradas veían que nos hacían nuestra existencia lo más dura posible, y nuestra caridad cristiana a menudo era puesta a pruebas, hasta el extremo”.
En 1945, cuando ya estaba próximo el fin de la guerra y la liberación, el campo se ve afectado por una terrible epidemia de tifus. Los infectados y moribundos, estaban recluidos en la barraca 21. Los guardias de la SS y enfermeros no se atrevían a entrar por miedo al contagio. Solo contaban los pobres moribundos con la ayuda de los sacerdotes. «La tifus hacía estragos en el campo. Más de cien prisioneros morían cada día, sin sacerdotes disponibles para consolarlos en su última agonía. Las reglas de cuarentena eran tan estrictas y tan grande el peligro de contagio para la comunidad de los sacerdotes en su totalidad, que era imposible para cualquiera de nosotros arriesgarnos tratando de llegar a los enfermos. La situación era desesperante, que el rostro del Padre Schelling mostraba gran gravedad cuando nos dirigió unas palabras a la comunidad luego de misa el 11 de febrero. Nos dijo que los sacerdotes polacos habían logrado lo que parecía imposible y habían obtenido permiso de las autoridades de la SS para trabajar en medio de los moribundos en el bloque de reclusión de tifus. […] La administración del campo estaba feliz de contar con voluntarios del bloque de sacerdotes polacos. Pero que habían pocos hombres capaces para tomar este extenuante trabajo entre la comunidad polaca quienes habían sufrido demasiado el hambre y la privación, y por esto su capellán recurría a nosotros para que los ayudásemos. […] Me encontré en un terrible estado de conflicto espiritual. […] Hasta entonces había sido salvado de tantos peligros, había escapado la muerte por la misericordia de Dios en tantas ocasiones… ¿Me pedía Él el último sacrificio ahora, en la última hora? De pronto me vi abatido por un gran terror ante el pensamiento de que Dios me pudiese pedir de caminar deliberadamente hacia aquello que bien podía significar ahora la muerte. ¡Sea hecha tu voluntad!” recé como nunca antes. […] Me ofrecí a Dios completamente durante la misa de esa mañana, como un instrumento Suyo para que Él me usase como quisiese. […] En la mañana del miércoles de ceniza embalé mis pocas preciadas pertenencias… y seguí al Padre Schelling quien nos acompañó a las puertas de la barraca de aislamiento. […] Pasé la mayor parte del día entre los moribundos de la sala 4, administrando los últimos sacramentos y haciendo cuanto posible para confortar a los desgraciados para quienes la muerte no traía sino horror. Fueron muchos los que encontraron su camino de regreso a Dios en esos días, y agradecí a Dios en toda humildad por usarme como su instrumento. Además del esfuerzo de largas horas de trabajo en tales condiciones, el hedor en la sala era casi intolerable- el terrible supurante olor de la peste»
[10].
La Victoria de Cristo- La Capilla en la Barraca 26
Gracias a los esfuerzos de la jerarquía católica y del Santo Padre Pío XII, se pudo negociar con las autoridades nazis de Berlín, que los sacerdotes fuesen agrupados en una barraca, que se les proveyesen de breviarios y que tuviesen tiempo para el trabajo espiritual. Así se formó la mayor comunidad religiosa que ha existido, y recluida en un campo de concentración. Comenta el Padre Lenz: «Dachau vino a ser la más grande y a la vez la más rigurosa comunidad de clausura en el mundo, pues unos 2600 sacerdotes de la Iglesia Católica, de 136 diócesis y 24 naciones, vinieron a formar partes de esta gran comunidad religiosa. De este modo, Dachau llegó a ser un verdadero centro de espiritualidad, una “central eléctrica de oración” en medio del mismo Infierno. ¡Ciertamente esto era un milagro, un triunfo de la Iglesia de Cristo detrás de los alambres de púa!» Los sacerdotes nunca abandonaron la oración y los sacramentos, ni en esas circunstancias extremas, y eso les permitió preservar su humanidad y mantener la esperanza
[11]. ¡En agosto de 1940, llegan órdenes desde Berlín de proveer una capilla en la barraca 26! Pero los jefes ateos del campo, demoraron la ejecución de esta orden cuanto más pudieron, recién hasta el 15 de enero de 1941. Los sacerdotes prisioneros no podían creer que esto iba a suceder. A pesar de las humillaciones de los jefes, a quienes solo les interesaba cumplir órdenes cuánto antes, en pocos días arreglaron la capilla. Los trabajos se hicieron día y noche, hasta completarla: altar, crucifijo, e incluso ventanas pintadas con cruces rojas.
El 22 de enero pudieron finalmente conseguir pan y vino para el sacrificio. «Fue una ocasión inolvidable p ara todos nosotros. Eran las cinco de la mañana y afuera, la oscuridad y miseria del campo. Sin embargo adentro, en la capilla, habíamos olvidado nuestra miseria en la gozosa anticipación del Santo Sacrificio de la Misa, del que habíamos estado privados por tanto tiempo. Los sacerdotes estaban de pie con sus ropas de prisioneros, sus rostros ojerosos y estirados por el hambre y la falta de sueño pero radiantes con un nuevo gozo interior. Estábamos exhaustos, medios muertos de hambre y en pésimo estado, pero hubiese sido difícil encontrar un grupo más feliz de hombres en aquella mañana de invierno […] ¡Christus vincit!- Cristo vence. Este magnífico himno de la Iglesia de Cristo sonó por vez primera en nuestro santuario aquella mañana. El hambre y toda pena física se habían olvidado ante la gozosa comprensión de que Cristo Mismo estaba aquí con nosotros en el Santísimo Sacramento, Cristo Mismo, nuestro Señor, nuestro Dios estaba allí con nosotros en Dachau, compañero de prisión con nosotros detrás del alambre de púas. El infierno podía enfurecer afuera, pero Satanás y sus seguidores no podían prevalecer contra nosotros. Dios elige a menudo los más extraños instrumentos para Su obra. A través de estos hombres sin Dios, Él se había manifestado a sí mismo en la capilla que ellos habían proveído para Él, en un refugio en su campo de prisión. ¡Cristo estaba en Dachau! ¡Cristo era, en verdad, victorioso!»
[12].
La capilla podía acomodar hasta 800 sacerdotes, pero a veces llegaban hasta 1000. «Esa era nuestra capilla. Y Cristo en el tabernáculo era el santuario al cual peregrinábamos en el medio de los peligros del campo. Aquí ganábamos nuevas fuerzas, no sólo para nuestras almas, sino para las muchas obras de caridad y atención pastoral».
Los mismos jefes ateos cooperaban al ornamento de la capilla, pues de este modo, les interesaba dar una buena imagen de que los sacerdotes internos recibían buen tratamiento. Más tarde llegó al campo una imagen de la Virgen, a quienes los sacerdotes dieron el nombre de Nuestra Señora de Dachau. La imagen hizo su ingreso por el centro del campo en la pascua de 1943. La Reina del Cielo en el Infierno de Dachau, comenta el Padre Lenz. Se trataba de una imagen donada por la orden de los Salvatorianos. Una hermosa y delicada talla de madera de Nuestra Señora con el Niños Jesús en brazos. Más de 500 sacerdotes trabajaban en las plantaciones del Campo de Concentración y ellos proveían las flores más frescas y perfumadas para que adornasen el altar de la Virgen María, refugio de los pecadores y consoladora de los afligidos, era la confidente de sus corazones, la depositaria de sus oraciones y esperanzas, y de los anhelos de sus corazones sacerdotales.
Capilla de la Agonía de Cristo y Carmelo de la Preciosísima Sangre
La Capilla cierra el recorrido de los pabellones del Campo y fue consagrada el 5 de agosto de 1960, por el obispo Johannes Neuhäusler, ex interno de Dachau. Está construida con piedras de color gris del lecho del cercano río Isar, simbolizando las pesadas cargas de sus sufrimientos. Tiene forma circular como de fortaleza, abierta en el frente para simbolizar la liberación. Arriba de esta abertura tiene colocada una corona de espinas que revela la gran cruz sobre el altar. El nombre de la capilla está dedicado a la Agonía de Cristo. «Es imposible recordar Su agonía y Su muerte sin recordar al mismo tiempo la agonía y muerte de todos aquellos que sostuvieron Su nombre. El Gólgota era tan real y estaba tan presente en Dachau así como Dachau era parte del Gólgota»
[13].
Finalmente, se puede visitar el Carmelo de la Preciosísima Sangre, donde las religiosas carmelitas ofrecen sus vidas en reparación.
Que Nuestra Señora de los Dolores nos alcance la gracia de acompañar a Cristo Crucificado con nuestras vidas.
Hna. Maria de Montserrat
Pascua 2015
[1] Cf.
http://www.kz-gedenkstaette-dachau.de/informacion-para-el-visitante.html[2] P. John Lenz, Christ in Dachau, Imprenta Misionera St. Gabriel, Mödling bei Wien 1960. Traducción al inglés por Barbara Waldstein. Traducción al español nuestra. Se puede también confrontar el hermoso libro de Jean Bernard, Un Sacerdote en Dachau, Ed. Palabra, Madrid 2010, traducido por Gloria Esteban del original en Alemán Pfarrerblock 25487. Dachau 1941-1942
[3] P. John Lenz, Christ in Dachau, op.cit., 10.
[4] P. Jean Bernard, Un Sacerdote en Dachau, Ed. Palabra, Madrid 2010.
[5] http://en.wikipedia.org/wiki/Priest_Barracks_of_Dachau_Concentration_Camp[6] El franciscano
Petrus Mangold († 1942 en Dachau) realizó junto con el párroco Emil Thoma, hasta el 3 de mayo de 1942, una lista de todos los prisioneros conocidos, sacerdotes católicos o pastores protestantes; a través de correos se pudo transmitir la lista fuera del campo de concentración. Según esta lista, estaban presas 2.720 personas con cargos religiosos: 2.579 católicos, 109 protestantes, 22 greco-ortodoxos, 8
viejo-católicos y 2 musulmanes. En cuanto a su procedencia, la mayor parte (1.780) eran sacerdotes polacos, de los que 868 no sobrevivieron. Las otras nacionalidades eran (entre paréntesis se indica el número de fallecidos): 447 alemanes (94); 156 franceses (10); 109 checoslovacos (24); 63 neerlandeses (17); 46 belgas (9); 28 italianos (1); 16 luxemburgueses (6). En total fallecieron en Dachau 1.034 personas con cargos religiosos. Especial mención merece el sacerdote alemán
Josef Kentenich, fundador del
movimiento apostólico de Schönstatt, quien, durante su reclusión voluntaria, se las arregló para dejar testimonio y enviar noticias al exterior, documentando gran parte de las vivencias internas y de los distintos sucesos que acontecían día a día en
Dachau.
[7] Cf.
http://alfayomega.dibecla.es/y-dios-triunfo-en-dachau/, sitio consultado el 26-3-2015. Los nazis tienen la guerra perdida, e intensifican la detención de sacerdotes. Algo más de 2.700 acabaron en Dachau, donde existía un barracón para clérigos. La gran mayoría eran sacerdotes católicos (sobre todo, polacos), aunque también había ortodoxos y pastores protestantes. Una cuarta parte moriría por las duras condiciones de vida.
[8] P.Lenz, op.cit. 113-115.
[9] Jean Bernard, Un Sacerdote en Dachau, Ed. Palabra, Madrid 2010, 51.
[10] Lenz, op.cit, 247-249.
[11] Guillaume Zeller La Barraca de los sacerdotes.
http://www.infovaticana.com/2015/02/05/el-campo-de-concentracion-de-dachau-es-el-mayor-cementerio-de-sacerdotes-catolicos-en-el-mundo/[12] Lenz, op.cit, 84-86
[13] Lenz, op.cit, 294.