Posted on agosto 4, 2015
Ushetu, Tazania, 28 de julio de 2015.
Creo que todas las veces que les he dicho que mas adelante les voy a contar algo, nunca he cumplido. Así que aquí me siento a escribir sobre algo que prometí, para revertir la situación. Lamento que sea de algún tiempo pasado, pero creo que las impresiones no pierden valor. Hace un par de meses pude ir de vacaciones a Argentina. Las vacaciones son parte de la vida del misionero, y no una parte de poca importancia, pienso. En particular para mi fueron muy especiales estas vacaciones, por la razón de ser las primeras desde que vine a Tanzania. O tal vez pienso que son importantes porque luego de tantos años en el seminario menor, y de predicarles esto a los chicos, me he convencido de que es así.
Una gran emoción de volver a la patria. Tal vez a los misioneros que están en lejanos lugares esto que digo no les llame la atención. Pienso especialmente en los que viven en Argentina, en los que están en nuestras casas de formación, y creo que a ellos les puede servir de provecho conocer qué pasa por la mente y el corazón del misionero que regresa a la casa donde se formó como sacerdote y misionero. Por eso mismo, dejo de lado lo que fueron los encuentros con los familiares y el tiempo grato pasado en la casa.
Llegar a “la Finca”… son muchas cosas que se me vienen al recuerdo de esos días. Para los que no saben, “la Finca” es el nombre cariñoso con que llamamos a nuestra casa madre en San Rafael, donde empezó el Instituto, donde empezó todo. Allí surgió nuestro primer seminario mayor, fue nuestra primera casa. Allí estudié todo mi seminario, así que eran muchas cosas las que pasaban por mi mente. No sé porqué tendía en el primer momento a estar callado, y caminar recorriendo cada lugar medio solo. Y ahora que lo pienso, cuando yo era seminarista, varias veces vi a algunos misioneros que nos venían a visitar, en esa actitud. Uno los conocía de otra manera, y de repente los veía mas reflexivos. Creo que la razón es que cada lugar nos habla… recordamos cosas. Las aulas donde estudiamos, nos recuerdan a los compañeros, las clases… Las casas donde vivimos, nos traen miles de anécdotas y nuevos recuerdos de compañeros, la mayoría de los cuales ya son misioneros en tantos lados, y nos los hemos vuelto a ver. Recordamos a nuestros formadores, los superiores, y siempre con un gran sentimiento de gratitud.
Ni qué hablar al entrar en la iglesia. Con alegría fui a sentarme al lugar que solía utilizar. Volver a ver todo desde ese asiento en la iglesia, me recordaba de los compañeros que solían usar otros lugares de la iglesia. Recordaba las misas, tantas misas, misas diarias… cada una de esas misas nos fue preparando, cada día. Los sermones, especialmente esos que de alguna manera nos “marcaron”… yo recuerdo varios, especialmente del P. Buela. Los recuerdos de las fiestas en esa iglesia, las grandes ceremonias, las maitines, las buenas noches. Pasar a besar la imagen de la Virgen de los Dolores al terminar el canto, un gesto muy simple, que mostraba piedad filial, y amor materno.
Una siesta fui rezando el rosario hasta el cementerio del seminario. Siempre fue un lugar muy grato. Nunca fue un lugar triste. A todos los que despedimos en ese lugar, los hemos envidiado por una santa muerte. Mirar el seminario menor desde ese lugar, las alamedas, la cordillera marcando el horizonte. Pedir por los difuntos, pedir la gracia de una buena muerte, perseverancia en la gracia, y preguntarse si Dios querrá que nuestros restos descansen allí… o en África, o en… donde sea.
Una sensación extraña era entrar en los mismos lugares, la misma escenografía, pero caras nuevas… los seminaristas. No saben el gozo interior que produce en el alma del misionero que regresa a “la Finca” escuchar los cantos en la iglesia, y pensar en esa legión de misioneros que se prepara. Estar en la fábrica de misioneros, es increíble. Tuve la gracia de poder presidir una misa allí, y de que estuvieran presentes los sacerdotes que están en San Rafael, los seminaristas mayores, y los seminaristas menores. No se me ocurrió otra cosa que predicar sobre el amor que debemos a ese seminario… que es un honor haber estudiado allí, y haber compartido tantos años con el fundador en esos años. Que debemos amar nuestro seminario, como amamos a nuestros padres.
En los días de mi estadía, gocé de dos grandes fiestas, especialmente la del Verbo Encarnado. Disfruté de la compañía, conversación, bromas y risas con los sacerdotes. Y pude experimentar que todo esto no es sólo palabra escrita, cuando en el día de armar mi bolso para irme a continuar las vacaciones en casa con mi madre, se me hizo un nudo en la garganta. Parecía que me iba por primera vez. Apenas pude decirles algunas palabras a unos seminaristas que estaban trabajando, y que me imagino se sorprendieron de que haya “tanta emoción”. El rector del seminario, con quien compartimos muchos años de seminario y una gran amistad, me acompañó hasta el auto que me llevaría a la terminal. Yo no podía decir nada, y me alegré de que no hubiera nadie mas que nosotros, para que no sea un papelón, de ver a un misionero que parte para el África, llorando como cuando a los catorce años dejaba la casa para irse al seminario menor.
Me traje un recuerdo hermoso de esos días en casa, en “la Finca”. Fuerzas renovadas, y sueños e ideales de aquellos años de seminarista. Alegres momentos vividos con los amigos, en amistad sacerdotal. Esperanza de refuerzos misioneros. Pero por sobre todo, una gran alegría, que creo que es siempre el clima de ese lugar… “La vida aquí es un anticipo del cielo. Nunca estuve tan feliz”.
Desde Tanzania, un abrazo a la querida “Finca”.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.
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