24 DE DICIEMBRE DE 2014 / MONASTERIODELPUEYO
Como sucederá luego a lo largo de la historia de la Iglesia, “el Dios que se complace en los pobres”, se revela por medio de su ángel a unos pastores. Dice un comentador: “Es maravilloso que los primeros a los que Dios comunicó la buena noticia fueron unos sencillos pastores. Los más religiosos de aquellos tiempos despreciaban a los pastores porque no podían cumplir todos los detalles de la ley ceremonial; no se podían lavar las manos meticulosamente, ni observar todos los otros preceptos y reglas. Tenían que atender a las necesidades de los rebaños, así es que los religiosos los despreciaban. Fueron hombres sencillos que estaban trabajando en el campo los primeros que recibieron el mensaje de Dios”.
“y los pastores fueron a adorarlo”
El que es sencillo y humilde, el que se conoce a sí mismo de verdad y sabe que es una simple creatura y que en todo depende de su Creador… se gana el corazón de Dios, yrecibe de El su verdad y su gracia. Por la sencilla razón de que el soberbio, que se cree autosuficiente, no aceptará ni siquiera de Dios una corrección, una ayuda, una luz. Por eso el castigo del necio es su misma necedad. Incluso el soberbio, si creen servir a Dios (como los fariseos del Evangelio), lo hacen buscándose y amándose a sí mismos, para quedar bien ante los hombres, para quedarse con las riquezas de los pobres, por vanidad.
San Pedro, en su primera carta, lo expresa con fuerza, en esa frase ya muy conocida para nosotros y por demás de elocuente: “De igual manera, jóvenes, sed sumisos a los ancianos; revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (1Pe 5, 5).
Corazón sencillo para buscar a Dios y encontrarlo.
Cada año la Iglesia quiere que celebremos este gran misterio, que renovemos en la liturgia el más grande misterio de piedad, de misericordia: “Dios hecho hombre, nacido por nosotros pobre, en un humilde portal”. Y lo hacemos no solo para recordarlo, sino para revivirlo, o sea, para disponer nuestro corazón a fin de que Cristo Dios venga a nuestra alma, la ilumine, la llene de su gracia. Cada año la Navidad es distinta, cada año Dios tiene gracias especiales para darnos.
San Rafael Arnáiz, en la primera Navidad pasada en la Trapa, lejos de su familia, escribía: “Bien está, pues Dios lo hace, que nada en la vida se repita… bien está que tanto las penas como los dolores, las alegrías y los días felices, se suceden variados…
Aprenda en la vida, el alma entregada a Dios, a no añorar lo pasado, ni a temer el porvenir… Dios es presente, y sólo El basta”.
Debemos, entonces, disponernos en esta felicísima solemnidad con un corazón muy limpio, muy sencillo, muy humilde, para que Dios quiera darnos su gracia, para que Dios se complazca en él, como se complació en el pobre portal de Belén, en los divinos corazones de María y José, en la sencillez de los pastores y en la compañía silenciosa y parca de unos animales de corral.
De nuevo que nos ayude el hermano Rafael: “Navidades en la Trapa, adoración en silencio, un corazón desprendido de la tierra y puesto a los pies de Jesús en el Portal.
Días dulces y serenos; días de amores divinos… Días de calma y de paz. Días en que el alma vuela por los campos de Judea, sueña en glorias infinitas y se abisma contemplando la bondad inmensurable…, el amor de Dios al hombre, su Encarnación en María, su desnudez y su frío, que esconden humildemente la majestad que no cabe en los cielos”.
Nuestro santo habla del monje, de sí mismo, pero todos podemos aplicarlo a nuestra vida, pues en realidad no hay una santidad para el monje y una para el laico… Dios nos llama a todos a la perfección de la caridad, Dios quiere que todos seamos santos “como el Padre Celestial”; quiere unirse a cada alma en casto matrimonio espiritual.
Así él continúa, y nosotros con él, la meditación: “medita en estos días el gran misterio de su religión…, y allá muy adentro, muy adentro de su alma, se recrea en los consuelos que Jesús Niño le ofrece por medio de las Santas Escrituras… Medita con serenidad y con paz en los salmos, en los himnos, en todo el arsenal litúrgico de que la Iglesia en estos días dispone.
Contempla asombrado cómo ‘una Virgen concebirá un hijo y su nombre será Emmanuel’, y ‘los caminos torcidos serán enderezados, y los escabrosos allanados’.
No se necesita ruido para amar a Dios. No importa la soledad, ni el silencio, ni la austeridad, ni la penitencia, ni el sufrir mucho o poco a quien sabe que lo ‘desierto e intransitable se alegrará; y saltará de gozo la soledad, y florecerá como lirio’”[1].
(…)
“En la armonía perfecta de la creación, cada hombre, cada cosa, sigue el curso trazado por Dios”.
Conclusión: Si nos hacemos como niños, sencillos… al contemplar el Pesebre y a Dios en él, comprenderemos el sentido de la vida, recibiremos la verdad, a Cristo y la gracia para amarlo. Termino con las palabras de nuestro santo monje:
“y el alma comprende y contempla la única verdad…, y la verdad es Cristo. ¡Cristo! Que transforma al mundo en un inmenso Portal… Cristo con José y María… Cristo hecho hombre por amor al hombre… Cristo que nace entre bestias y pajas, sin casa ni abrigo, y en enorme soledad…
Y ante el pensamiento de un Dios humanado, ante la grandeza de la Inmensidad, el alma se ensancha, se olvida el penar, deseos de muerte, ansias de gozar…, y la voz de Cristo, que dulce me invita, me habla de amores y me hace olvidar.
Hoy en la oración… pensando en esto… no pude menos de cerrar los ojos al ver que en el mundo nada permanece…, todo es vanidad, y olvidando sus propios sentires y propios pesares, elevó la vista al Cielo y oyó claramente a su alma… ¡hermano! ¡Ama a Cristo!, lo demás… ¿qué más te da?…”[2].
Que María Santísima nos conceda amar a Jesús que hoy nació por nosotros, con todo el corazón, con toda nuestra vida, como Ella y todos los santos lo amaron.
Ave María Purísima…
[1] SAN RAFAEL ARNAIZ, Obras Completas, p. 721 y ss.
[2] Idem… p. 735
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