viernes, 12 de diciembre de 2014

GUADALUPE: MARAVILLA Y ESPERANZA AMERICANA

Por P. Agustín Spezza, IVEdiciembre 12, 2014Reflexiones sobre Arte Sacro


Autor R.P. Carlos Biestro. Resumen del artículo publicado en Revista Gladius, n.12 de 1988.

LA MANIFESTACIÓN DE LA BELLEZA DE LA VIRGEN DE GUADALUPE EN EL TEPEYAC

Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?…“Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen: oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.

La Mariofanía del Tepeyac es la primera Visitación de la Señora a nuestras tierras y tiene semejanza con la que la Madre de Dios hizo a su prima Santa Isabel apenas se vio convertida en Madre de Dios[4]. Hasta tal punto es así que en la Misa de la Virgen de Guadalupe se lee el Evangelio de San Lucas que narra el viaje de María a la montaña de Judá y su encuentro con la madre del Bautista. En ambos casos, ella va impulsada por la caridad que brota del fruto oculto en sus entrañas; en Ain Karin y en el Tepeyac la Virgen se muestra como la estrella de la Evangelización, la que anuncia el misterio escondido por los siglos para llegar a ser Madre de cuantos se dejen iluminar por Cristo. Hay además un tercer punto en común, y en él nos detendremos: quienes reciben la Visita de la Señora se sorprenden y no atinan a explicarse por qué la Providencia los ha elegido precisamente a ellos. Esclarecida por el Espíritu Santo sobre el misterio del Verbo Encarnado, Isabel exclama: “¿De dónde a mí este honor y esta gloria que la Madre de Dios venga a mí?” Tampoco Juan Diego acierta a entender su elección pues cuando oyó en la cumbre del cerro el canto suave y deleitoso de las aves, se preguntó: “¿por ventura soy digno de lo que oigo?, ¿quizá sueño?… ¿dónde estoy? Y tras su primera e infructuosa entrevista con el Obispo, rogó encarecidamente a la Señora que eligiese a uno de los principales, conocido y respetado, para llevar los mensajes, a fin de que más fácilmente le creyesen, porque él era un “hombrecillo… cola, hoja, gente menuda” y la Santísima Virgen lo enviaba a un lugar adonde “no ando ni paro”.


La Virgen sale al encuentro de Juan Diego. Centro de Estudios Guadalupanos UPAE

San Pablo nos ayuda a descubrir la táctica del Cielo: Dios eligió a Isabel, durante largo tiempo probada con la humillante esterilidad, y a un hombre de baja condición social, porque ordinariamente se vale de lo que el mundo tiene por vil. Sin embargo, ambas preguntas, la de Isabel y la del macehual[1], pueden ser entendidas en un sentido más amplio. La madre del Bautista se asombra ante todo de que Dios se haya hecho hombre y se nos haga prójimo para salvar lo que estaba perdido. Y también la pregunta de Juan Diego admite una interpretación más general: ¿por qué en su primera y decisiva manifestación americana la Santísima Virgen quiso dirigirse precisamente a los aztecas?

Urge comprender el sentido de aquella Mariofanía porque la historia de la Guadalupana no se cierra con el milagro del Tepeyac y la universal conversión de los indios mexicanos. Una copia de la preciosa imagen fue enviada a Felipe II y el Rey la hizo llegar a manos del Almirante genovés Juan Andrea Doria, quien la puso como estandarte de su nave capitana en la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571. Ese día las naves cristianas obtuvieron una inesperada victoria frente a la flota turca, más del doble en número y en poderío, y doce mil cautivos europeos fueron liberados. En Lepanto el Imperio Turco vio el comienzo de su declinación, y el Almirante Doria atribuyó el triunfo a la intercesión de la Virgen de Guadalupe y la llevó en medio de grandes honores a San Esteban D’Areto, donde la entronizó[2]. San Pío V, que en Roma había tenido una revelación sobre el feliz resultado de la batalla naval, también afirmó que María había obtenido de su Hijo la gracia del triunfo y, lleno de gratitud, estableció la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias.


El Almirante genovés Juan Andrea Doria puso una copia de la Imagen como estandarte de su nave capitana en la batalla de Lepanto, 7 de octubre de 1571. Ese día las naves cristianas obtuvieron una inesperada victoria frente a la flota turca, mas del doble en número y poderío. El Almirante Doria atribuyó el triunfo a la intercesión de la Virgen de Guadalupe y la llevó en medio de grandes honores a San Esteban D’Areto, donde la entronizó.

En 1751, el P. Francisco López mostró una copia de la imagen estampada en el manto de Juan Diego al Papa Benedicto XIV, y el Sumo Pontífice, después de examinarla e informarse de su historia, exclamó admirado: “Non fecit taliter omni nationi” = “No hizo (Dios) cosa igual con ninguna otra nación”.

La Virgen del Tepeyac volvió a mostrarse como Nuestra Señora de las Victorias en la guerra que los católicos mexicanos debieron luchar, de 1926 a 1929, contra los ejércitos del gobierno socialista y masón que se había propuesto sencillamente extirpar la fe del país. Las tropas gubernamentales contaban con el respaldo ilimitado de EE.UU., y sin embargo sufrieron revés tras revés frente a los reducidos y mal armados ejércitos cristeros, que ardían de amor a la Guadalupana (…)

Una religión que reclama sangre humana


Calendario azteca, piedra del sol. Museo antropológico nacional de México.

Su religión les enseñaba que había una guerra perpetua en el cielo. El sol, al levantarse, expulsaba con sus rayos a la luna y las estrellas y traía el día, pero al caer la tarde, moría y sólo podía ser revivido si los aztecas, el pueblo del sol, ofrecía a su dios sangre humana pues ésta era la sustancia de la vida.En el Museo Nacional de México se conserva la piedra calendario, cuyo diámetro excede los 3 metros, en la que está representada la historia del mundo, la Guerra Sagrada entre las fuerzas opuestas de la naturaleza. En su centro, el sol abre desmesuradamente la boca y saca la lengua reclamando la sangre de las víctimas. “El gobierno azteca se hallaba organizado del principio al fin para mantener los poderes del Cielo y obtener su favor con cuantos corazones humanos era posible conseguir[3]. Esto nos da la explicación de su belicosidad: los Tenochas sólo creían tener la salvación en la guerra incesante (…)

Sacrificios humanos


A lo largo del año realizaban sacrificios de todo tipo. Para provocar la lluvia inmolaban niños porque creían que sus lágrimas tenían la virtud mágica de atraer el agua del cielo. En el sexto mes un niño y una niña eran ahogados al hundirse una canoa llena de corazones de víctimas. Los ritos en honor del dios del fuego tenían una incomparable “belleza bárbara”, tan del agrado de quienes lamentan la caída de esta civilización: los prisioneros de guerra danzaban junto con sus captores; de pronto éstos les arrojaban en el rostro una sustancia analgésica y luego los lanzaban al fuego mientras alrededor de la hoguera se realizaba una danza macabra. Cuando todavía se encontraban con vida, sacaban con ganchos a las víctimas y les abrían el pecho para arrancar sus corazones y ofrecerlos al dios[4]. Entre los muchos dioses de la fertilidad se destacaba Xipe; sus sacerdotes vestían durante una luna la piel de prisioneros recientemente desollados. Las paredes del templo de Xipe estaban ennegrecidas por la sangre de las víctimas.

Además de los sacrificios públicos, había un elevado número de inmolaciones privadas; para estos sacrificios menores reservaban a las mujeres, los niños y los esclavos[5]. Practicaban también el canibalismo ceremonial: cuando las víctimas habían sido inmoladas, los cadáveres eran arrojados por las escaleras de piedra de los templos y después comidos por los nobles y guerreros. “Según uno de los informes estudiados… aproximadamente el 1% de la población, unas 250.000 personas, era sacrificado cada año durante el siglo XV en lo que ahora es México central”[6].


“…Aproximadamente el 1% de la población, unas 250.000 personas, era sacrificado cada año durante el siglo XV en lo que ahora es México actual”.

La necesidad de derramar sangre para asegurar el movimiento del mundo llevaba a un umento incesante de los sacrificios, ya que a fin de obtener víctimas, debían guerrear, y para ganar las guerras tenían que ofrecer sacrificios. “El sacrificio llevaba a la guerra, y la guerra, a su vez aumentaba el número de los sacrificios en una serie interminable de círculos cada vez más amplios”[7]. En 1486 fue dedicada la gran pirámide de Huitzilopochtli, y el Emperador Ahuitzotl, después de una campaña guerrera de dos años, inmolo más de 20.000 víctimas[8].

El frenesí asesino que les hacía derramar sangre no se detenía en la captura y asesinato ritual de sus enemigos, sino que se volvía sobre ellos mismos y los llevaba a someterse a feroces castigos corporales: “se entregaban a la práctica de terribles penitencias; se mutilaban con cuchillos o pasaban a través de sus lenguas un cordón con espinas de maguey. Cuanto más elevada era la posición social de una persona, tanto más arduos eran los ayunos y torturas impuestos por la religión”[9].

No había sido mejor la suerte de los mayas, que los indigenistas nos suelen describir como “los griegos de América”, pacíficos y dedicados a erigir templos y estudiar la ruta de los astros. Es un sarcasmo exquisito. La guerra era continua porque suministraba esclavos y víctimas para los sacrificios. También los dioses mayas tenían que ser alimentados y su alimento predilecto era la sangre. No se contentaban con inmolar prisioneros de guerra y también ofrecían a los dioses mujeres y niños. Como vemos imitaban a los aztecas pero añadían una perversión de su cosecha, una horrible propensión a cometer toda clase de repugnantes mutilaciones de sus miembros viriles”[10]. No podemos dar detalles, pero así como San Pablo clamaba “utinam et abscindantur qui vos conturbant” (Gal. 5,12), también nosotros deseamos que caigan en el delirio místico maya cuantos se esfuerzan por presentarnos una imagen dorada e inocente de la América precolombina.

Los sacerdotes eran los más crueles de estos hombres inmisericordes; sólo en Tenochtitlán había 5.000 ministros del culto. Los sacerdotes mayas jamás lavaban ni peinaban sus cabellos, pegajosos y nauseabundos por la sangre de las víctimas. “Los dioses mandaban, los sacerdotes interpretaban la voluntad divina y el pueblo obedecía ciegamente”[11].

Jacques Soustelle, admirador apasionado de los Tenochas, confiesa que los aztecas estaban moral y físicamente al extremo de sus posibilidades en sus sacrificios humanos masivos. “Cabe preguntarse a qué les habría llevado esto si los españoles no hubieran llegado… La hecatombe era tal… que hubieran tenido que cesar el holocausto para no desaparecer”[12]. Por nuestra parte no pensamos que habrían llegado a interrumpir los sacrificios, porque los falsos dioses no sueltan la presa tan fácilmente y exigen que la idolatría sea llevada hasta las últimas consecuencias. Los mayas nos sirven de ejemplo: el ritmo enloquecido de los sacrificios los empujó al auto-exterminio. “Y es sabido que a la llegada de Cortés la civilización-religión maya, en el oriente mejicano, estaba casi enteramente muerta por ella misma”[13].



Un arte demoníaco: La diosa madre Coatlicué


La diosa madre Coatlicué, “obra demoníaca descubierta en 1790 en cdad. de México, de 2,60 m. de alto y pesa 12 toneladas.

Aunque nada supiésemos de su religión y costumbres, podríamos igualmente llegar a conocer el fondo de sus almas contemplando las esculturas de sus ídolos, “la más alta contribución de los aztecas al arte”[14]. Leopoldo Lugones definía al artista como un hombre abierto a las imágenes del mundo: siente la realidad y es capaz de expresarla en símbolos. Y cuando el artista hace suyas las intuiciones de una época o cultura, entonces se convierte en testigo privilegiado de ellas porque saca a luz lo que se oculta en los repliegues del alma de sus contemporáneos. Esto hicieron los artesanos que cincelaron las obras hoy conservadas como tesoros en el Museo Nacional de México, y el testimonio de esas piezas es irrecusable. Cuando el francés Elie Faure, historiador de arte, las contempló por primera vez, palideció y volvió el rostro: “son casi siempre monstruosas, contorsionadas, aplastadas… no es posible distinguir más que montones de carne palpitante y despedazada, masas de entrañas, pilas de vísceras”[15]. La representación de la diosa-madre, Coatlicué, es una obra demoníaca, descubierta en 1790 en la ciudad de México tiene 2.60 m. de alto y pesa 12 toneladas. “Su cabeza está formada por el extraño acoplamiento de dos cabezas de serpiente; en lugar de manos tiene patas de jaguar y sus pies son garras de águila. Se muestra degollada, como las mujeres sacrificadas en los ritos de fecundidad; de su garganta abierta saltan chorros de sangre que representan dos serpientes. Tiene un collar, compuesto por manos y corazones, que termina en una calavera; su falda está formada por víboras trenzadas”[16].


“Su cabeza está formada por el extraño acoplamiento de dos cabezas de serpiente…”

Llevaban la muerte en el alma y lograron expresarla en sus imágenes religiosas. Germáin Bazin, Conservador del Museo del Louvre, afirma que “ningún arte había previamente simbolizado con tanta fuerza el carácter inhumano de un universo hostil… es un caos de formas tomadas de todos los reinos de la naturaleza; el único ritmo que asocia entre sí tales formas es comparable al de ciertas danzas salvajes que constan de una sucesión de estremecimientos frenéticos. Es un ritmo sísmico de la pura energía en acción sin el orden de una potencia intelectual… para ellos el universo es un medio verdaderamente demoníaco”[17]. Y no debemos pensar que producían tales representaciones caóticas por falta de habilidad artística pues, como ya fue dicho, su maestría admiró a Durero (…)

Si la brusca caída de aquella civilización no se entiende sin una causa psicológica, ésta a su vez reclama una explicación religiosa: la angustia invadía el fondo de sus almas y estallaba en un frenesí destructor y asesino porque daban culto al demonio, homicida desde el principio y siempre empeñado en descrear, suprimir el orden del universo, para apoderarse de la obra de Dios. Y también aquí podemos recurrir al arte para obtener la clave de ese universo: el motivo de la serpiente “parece haber fascinado la imaginación indígena. Toda la iconografía maya, la de Teotihuacán, de Xochicalco, la de los aztecas hierven en representaciones ofídicas”[18]. Y las serpientes pululan en aquellos monumentos porque los sacerdotes les inculcaban la adoración de la “Antigua Serpiente” (…)



La Virgen de Guadalupe: La Belleza llena de Luz, Verdad y Bondad que salvó a los aztecas del auto-exterminio y les trajo la Vida, (Jn 14,6)


La Santísima Virgen dirige su mirada hacia la zona de oscuridad porque sus hijos, hasta entonces idólatras, han vivido en las sombras de la muerte.

Dios hace sobreabundar la gracia precisamente allí donde abunda el pecado. Ningún otro lugar de América había visto tal triunfo de las tinieblas, la angustia y la desesperación tan hondamente arraigadas en el alma…

Respuesta de Juan Diego

Este bosquejo de Tenochtitlán no ha hecho surgir ante nuestros ojos un mundo esplendoroso e ignorante del mal; todo lo contrario. Y ello hace que nuestra perplejidad sea cada vez mayor: ¿por qué el verdadero Dios, casi totalmente abolido de la conciencia de esos hombres, quiso manifestarse por medio de María e iluminar con una luz que no se ha apagado el pueblo sentado en las sombras de la muerte? Para responder a esta pregunta hay que recordar la afirmación de San Pablo: Dios hace sobreabundar la gracia precisamente allí donde abunda el pecado. Ningún otro lugar de América había visto tal triunfo de las tinieblas, la angustia y la desesperación tan hondamente arraigadas en el alma; la lógica de la Misericordia hizo que Dios pusiera su corazón allí donde más irremediable era la miseria, y la Santísima Virgen está asociada a ese impulso que lanza al Señor hacia nuestras llagas incurables para devolvernos la salud. En el Benedictus (y esto acentúa el paralelismo entre Ain Karin y el Tepeyac), Zacarías descubre a la Madre de Dios como aquélla que encierra al Sol de Justicia y lo trae hasta nuestras tinieblas. Y el Verbo encarnado en su seno ilumina a los indios para que al contemplar la preciosa imagen descubran en ella multitud de símbolos que corrijan sus ideas teológicas y los lleven al conocimiento del verdadero Dios. Ella reúne todos los resplandores del cielo y los reconcilia para inculcar a sus hijos que no hay guerra entre los astros ni entonces es necesario ofrecerles sangre humana: lleva al sol en sus entrañas, las estrellas adornan su manto y se para sobre la luna. Sus manos unidas en actitud orante indican que no es una diosa, ya que Dios no reza, pero tiene con el Señor una relación única pues los resplandores del sol la envuelven e irradian desde ella para ofrecerse a todos los hombres. Y María prueba por la perfecta paz de su rostro que la creatura humana está llamada a divinizarse porque esa paz procede de un alma convertida en Templo de Dios vivo. La Señora está ligeramente inclinada, con una expresión de condescendencia benevolente; “los moradores de esta tierra” al contemplarla entenderán que ella les ofrece su tesoro. La Santísima Virgen dirige su mirada hacia la zona de oscuridad porque sus hijos, hasta entonces idólatras, han vivido en las sombras de la muerte.


“La “flor solar” o “cruz de Quetzalcoatl”, representa el punto de encuentro del cielo y la tierra, el lugar de confluencia de los principios opuestos”

Para subrayar su condición de Sede de la Alianza Nueva y Eterna, en su vientre muestra la “flor solar” o “cruz de Quetzalcoatl”, que representa el punto de encuentro del cielo y la tierra, el lugar de confluencia de los principios opuestos. La túnica interior, en contacto con su cuerpo, es blanca, y eso sugiere su pureza y virginidad. Su túnica exterior es rosada, tiene el color de la aurora porque María abre el camino a Cristo, el Día de Salvación. Y sobre la túnica exterior vemos jeroglíficos idénticos a los pintados en el fresco de Teotihuacán, donde Tlaloc preside el Paraíso Terrenal: María es el Paraíso del nuevo Adán, la Fuente Sellada, el Santuario y Reposo de la Santísima Trinidad.

Y no sólo su imagen es significativa, sino también el nombre con que se presenta, Santa María de Gaudalupe. Aquí hemos llegado a un punto decisivo, tenemos una clave de esta historia. “Guadalupe” es un término árabe que significa “Río escondido” o “Río de luz”. Sea cual fuere la traducción correcta, el nombre designa a la Santísima Virgen como la dispensadora del Verbo Encarnado. Pero tal denominación tiene además una connotación histórica: “Guadalupe es la historia de España desde la batalla de Salado hasta la edificación del Escorial, es decir, desde 1340 hasta 1561”[19]. Era el nombre de una Virgen de Extremadura y había sido el “fervor supremo de los Reyes Católicos y poderosa auxiliadora durante la Reconquista. En Europa fue la devoción popular de los siglos XV, XVI y XVII, como Lourdes y Fátima en nuestros días”[20]. Este nombre hoy padece un ataque casi universal de los críticos; dicen que era difícilmente pronunciable en el lenguaje azteca, rebelde a los sonidos “g” y “d”. la Señora se habría llamado a sí misma “Te-coa-tla-xo-peuh”, la que aplastará a la serpiente de piedra; otros sostienen que ella se presentó como “La que aparece en lo alto de las rocas”, etc. Los españoles habían deformado el nombre para hacerlo coincidir con el de una devoción familiar a ellos. Los que rechazan este nombre olvidan que apenas un siglo atrás, María se manifestó en Lourdes y declaró a Santa Bernardita que ella era “la Inmaculada Concepción”. La niña no tenía idea del significado de tales palabras y las pronunció con suma dificultad e incorrectamente ante su párroco. La historia ha comprobado que los habitantes del Valle de México eran tenaces en la conservación de los nombres indígenas y jamás habrían llamado a la Señora del Tepeyac “la Virgen de Guadalupe” si María misma no les hubiese inculcado tal nombre[21].


Quienes se esfuerzan por descalificar esa denominación han advertido claramente que ella revela el sentido de la presencia española en el Nuevo Mundo: la Conquista es una empresa misional, representa una extensión de la Cristiandad. El nombre elegido por la Virgen es un signo más que da la Providencia cuando se inicia la comunicación de europa con nuestras tierras: Católicos los Reyes, hay cruces en las velas de los frágiles navíos que se aventuran hacia donde el sol muere, el estandarte de Colón tiene una cruz en su centro y el nombre del Almirante significa “Portador de Cristo”.

España se hace presente en América para convertir a los infieles y plasmar una raza nueva. Con su pedagogía celestial, la Guadalupana lo inculca de muchas maneras: elige como mensajero a un macehual para que los españoles estén persuadidos de que también los indios son hijos de ella, pero el signo que prueba la veracidad de la historia narrada por Juan Diego son las rosas de Castilla, y el indio es enviado al Obispo a fin de que los aborígenes entiendan que deben abrazar la religión predicada por Zumárraga y los Franciscanos. Una cruz negra sobre el broche dorado, en el cuello de María, sugiere lo mismo a los nativos, que habían visto la cruz en el estandarte de Cortés. El símbolo más claro para europeos y aborígenes es la fisonomía de la Santísima Virgen: sus rasgos son los propios de una mujer de raza blanca, pero el color de su piel y del cabello son los de una criolla: invita a españoles e indios a atarse con lazos de fe y de sangre.


Santuario de la Virgen de Guadalupe, Cáceres, España. Aquí se venera a la Virgen mucho antes que se apareciera en México. A Ella acudió Sta. Teresa en peregrinación para pedir por sus siete hermanos que estaban en América.

Y este mensaje no cae en saco roto pues la España del siglo XVI se emplea a fondo para convertir a loshabitantes del Nuevo Mundo en “ciudadanos con plenos derechos”[22] y en ganarlos para la fe. Santa Teresa ofrece un testimonio privilegiado de este ímpetu evangelizador: las noticias de la miserable condición espiritual de tantos millones de indios espolearon su celo y la impulsaron en la Reforma del Carmelo; en el verano de 1548 la Andariega de Dios peregrinó precisamente hasta el santuario de Guadalupe, en Cáceres, para que la Madre de Dios protegiese a sus siete hermanos que se encontraban en América. Rodrigo, “aquel hermano de su alma, siempre unido a ella, en las ilusiones del martirio y en las quimeras de caballería”, tomó parte en la expedición del Adelantado D. Pedro de Mendoza y estuvo en la primera fundación de Buenos Aires, y “cuando años más tarde llegó la noticia de que Rodrigo había muerto en un combate (con los araucanos), Dª Teresa dijo sin titubeos, llena de envidia y emoción que lo tenía por mártir, porque murió en defensa de la fe”[23].



Por ello, el 10-X-84, postrado ante Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, patrona de la Hispanidad, el Santo Padre (San Juan Pablo II) expresó su gratitud por la gesta civilizadora y la contribución de los hombres y mujeres de España “a una sin par obra de Evangelización”, y el 8-IV-87, en Salta, el mismo Juan Pablo II afirmó que “el amor cristiano ha sido el alma de la Evangelización de América”. Aquellos misioneros, que derramaron sobre este Continente el agua del Bautismo, permitieron que los hombres de esta parte del mundo pasaran de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia, del imperio de Satanás al servicio del verdadero Dios (Act. 26: 17-18) y transmitieron a los nativos la única esperanza capaz de colmar las ansias de bien y felicidad del ser humano.

Este ímpetu misional no sólo arrancó a los aborígenes del poder del demonio sino que además plasmó una cultura nueva. “Es lo que como precursor había visto el historiador anglosajón y protestante Arnold Toynbee en la civilización indio-católica nacida de la Conquista: es el modelo universal de la fusión de dos civilizaciones. En su libro de síntesis ‘La Religión vista por un Historiador’, nos ha dado a conocer su asombro cuando visitó las iglesias indias de las aldeas que rodean a Puebla –tercera ciudad de México-, fundada ex nihilo por los Conquistadores; los indios prodigaban cuidados celosos a las obras de arte magníficas, alegres, de sus antepasados, liberados por la fe del siniestro salvajismo azteca”[24].



“En siete años, ocho millones de indios recibieron la fe. “El movimiento de conversión fue tan popular que las iglesias resultaban demasiado pequeñas para albergar a los fieles, y varios templos conventuales.. tenían capillas que se abrían a amplias superficies capaces de dar cabida a los catecúmenos, que se apiñaban literalmente por decenas de millares”[25]. Y así se consolidó la primera evangelización continental en el Nuevo Mundo; no hubo guerra de exterminio entre españoles y aborígenes pues ambos se unieron en un mismo amor hacia “la Concepción de la Madre de Dios”, según un documento de Zumárraga.

Esta es la razón por la cual San Pío X proclamó “Patrona Celestial de América Latina” a Santa María de Guadalupe, Pío XII la coronó Reina y le confió la pureza y la integridad de la fe en todo el Continente,y en 1984, Juan Pablo II puso bajo su patrocinio la novena de años que prepara la conmemoración del Quinto Centenario de la Evangelización de América”[26].



[1] Macehual: “un plebeyo aunque no esclavo, y su condición se ponía en evidencia por la vestimenta: un taparrabo y una tosca manta tejida con fibra de maguey”, P. Biestro, Guadalupe: Maravilla y esperanza americana, Revista Gladius n. 12, 1988, 3.

[2] La fuente principal para determinar si la imagen guadalupana estuvo en Lepanto, es un libro de Antonio Domenico Rossi, titulado La B.V. di Guadalupe e S. Stefano D’Areto. Note i Documenti, publicado por Tipografía Artística Colombo en 1910, Fuente: https://forocatolico.wordpress.com

[3] Von Hagen, op. Cit., p. 162.

[4] Von Hagen, op. cit., p. 95.

[5] Vaillant, op. cit., p. 200.

[6] Gehorsam, Jan: “Hambre Divina de los Aztecas”, “La Nación”, 18-XI-86, p. 9.

[7] Vaillant, op. cit., p. 199.

[8] Von Hagen, op. cit. P. 164.

[9] Vaillant, op. cit., p. 200.

[10] Von Hagen, Victor W.: “World of the Maya”, the New American library, New York, 1962, p. 125.

[11] Von Hagen, The Aztec…”, p. 165.

[12] Citado por Jean Dumont: “La primera liberación de América”, “Verbo”, oct. 1986, 85.

[13] Ibid.

[14] Von Hagen, “The Aztec…”, p. 152.

[15] Von Hagen, “The Aztec…”, p. 152.

[16] Hno. Bruno Bonnet-Eymard: “Notre Dame de Guadalupe”, La contreréforme catholique au XXe siecle, Suppl. Sept. 80, p. 20.

[17] Bazim, Germain, en “Satán”, Desclée de Brouwer, 1948, p. 516-517.

[18] Hno. Bruno Bonnet-Eymard, op. cit., p. 20.

[19] Hno. Bruno Bonnet-Eymard, op. cit., p. 25.

[20] Ibid.

[21] Ibid.

[22] Vaillant, op. cit., p. 255.

[23] Efrén de la Madre de Dios y Otger Steggink, “Tiempo y vida de Sta. Teresa”, B.A.C., Macrid, 1977, p. 64.

[24] Dumont, Jean: “La Primera…”, p. 90.

[25] Vaillant, G.L “The Aztecs of México”, Penguin Books, 1961, p. 257.

[26] P. C. Biestro, Guadalupe: Maravilla y esperanza americana, … pgs. 7-8.

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