Visita a Salawi
Luego tocó el turno de visitar Salawi, el martes siguiente. A esta aldea no había ido nunca, y queda en el extremo noroeste de la parroquia. Es una de las últimas aldeas en aquella dirección. También me acompañaron Rafael y Gisela, en este viaje que estuvo hermoso, ya que es un viaje largo, de una hora y media, y se pasa por muchas aldeas, mirando paisajes y mucha gente trabajando en el campo.
Al arribar a la última aldea que yo conocía, Mazirayo, se subió un catequista que nos guiaría hasta Salawi. La aldea es por demás pequeña, pero el paisaje que la rodea es muy lindo, con colinas y algunas montañas cerca, casas repartidas por todos lados, y plantaciones bastante avanzadas.
La capilla es muy pequeña, de barro y techo de paja, y construida en un terreno pequeño con muchas piedras. Había un poco de gente, y se escuchaban las voces de los que estaban en el “bar”, es decir en una casa donde venden el alcohol con que se emborrachan, que está justo al frente. De todos modos no nos molestaron, esa es una de las ventajas de tener capilla.
Fueron llegando todos “pole-pole”, al mejor modo africano, es decir con mucha calma, sin prisa ninguna. Fue muy lindo aprovechar a rezar un rato, disfrutando de la tranquilidad. Algunos vinieron a confesarse y luego comencé la Misa. Antes de iniciar, mientras me revestía les fui explicando el sentido de los ornamentos, con ideas muy sencillas. Por las preguntas que les hacía pude percatarme que algo me entendían, y todos, grandes y chicos, miraban con muchísima atención.
En la misa bauticé una niña que se llamó Regina y un adulto, un joven de 22 años que eligió el nombre de Johane (Juan), y vivió toda la ceremonia con gran devoción. Y eso me parece admirable… pensar que los paganos se bautizan, que en estas tierras es común tener bautismos de adultos, y que por ellos Cristo derramó su sangre.
Luego de la misa, nos invitaron a comer en una casa. Fuimos con los dos catequistas, el de Salawi y el de Mazirayo. Nos prepararon pescado esta vez, algo que me sorprendió un poco, la primera vez en mi caso. El Dr. Rafael preguntó en un momento de la comida de dónde lo sacaban al pescado. La respuesta única posible es que era del Lago Victoria, que queda a más de diez horas de viaje, y el transporte no suele ser muy refrigerado, ni directo, por lo que puede llevar un par de días. Pero se sabe que el pescado se lo seca antes de transportarlo hasta lugares tan lejanos como éste. En síntesis que todos comimos, estaba rico, y sobre todo que a nadie le sentó mal después, lo cual es muy meritorio, para el pescado.
Regresamos del largo viaje, luego de despedirnos y recibir cientos de nuevas invitaciones a celebrarles la misa. Yo era la primera vez que iba, y la misa anterior que celebró el P. Johntin fue el año pasado, para mayo, aproximadamente.
En la visita a estas aldeas muchas veces me da por mirar a los que están tomando alcohol, caminado a los tumbos en pleno día y a la luz del sol. Y siento mucha pena al verlos en un lugar tan lejano, con tan poco auxilio del misionero. Nos miran pasar y nos saludan, pero sin el “Tumsifu Yesu Kristu” (Alabado sea Jesucristo), y sin saber bien quiénes somos, le preguntan al catequista que nos acompaña. Algunos se burlan y esbozan risas y chistes que apenas comprendemos, porque hablan en sukuma. Pero muchos también saludan con respeto en medio de su ignorancia y admiración.
¿Hasta dónde llegan los brazos de Cristo? Estos días he venido pensando mucho en esto, a raíz de leer las reflexiones del P. Carrascal para los misioneros. Los brazos del Crucificado son inmensos, ya que alcanzan al cielo y la tierra; lo pasado, lo presente y lo futuro; y a todos los hombres, que quiere recibir siempre con esos brazos abiertos y clavados al mismo tiempo. Y a sus vez pide desde la cruz misericordia para todos los hombres… y especialmente para los que no lo conocen, “Padre, perdónalos, porque no saben o que hacen”. Y ¿a quiénes alcanza más de lleno ésta oración que a los pobres paganos? Son ellos especialmente los que no saben lo que hacen, los que vienen en tantas oscuridades sin conocer a Cristo.
La respuesta a esta pregunta, parece ser esta: los brazos de Cristo llegan hasta donde llega el misionero. Nosotros somos sus brazos, que hoy han bautizado en la aldea de Salawi, que celebró la misa en Makondeko, que han caminado por la parroquia de Ushetu.
El misionero debe aprender a dilatar sus suplicas y sus brazos, mirando al crucifijo, a los pies del Crucificado, porque Él los tiene clavados, y nosotros no, debemos ir en busca de las almas, y ser también sus manos perdonadoras.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego
La capilla es muy pequeña, de barro y techo de paja, y construida en un terreno pequeño con muchas piedras. Había un poco de gente, y se escuchaban las voces de los que estaban en el “bar”, es decir en una casa donde venden el alcohol con que se emborrachan, que está justo al frente. De todos modos no nos molestaron, esa es una de las ventajas de tener capilla.
Fueron llegando todos “pole-pole”, al mejor modo africano, es decir con mucha calma, sin prisa ninguna. Fue muy lindo aprovechar a rezar un rato, disfrutando de la tranquilidad. Algunos vinieron a confesarse y luego comencé la Misa. Antes de iniciar, mientras me revestía les fui explicando el sentido de los ornamentos, con ideas muy sencillas. Por las preguntas que les hacía pude percatarme que algo me entendían, y todos, grandes y chicos, miraban con muchísima atención.
En la misa bauticé una niña que se llamó Regina y un adulto, un joven de 22 años que eligió el nombre de Johane (Juan), y vivió toda la ceremonia con gran devoción. Y eso me parece admirable… pensar que los paganos se bautizan, que en estas tierras es común tener bautismos de adultos, y que por ellos Cristo derramó su sangre.
Luego de la misa, nos invitaron a comer en una casa. Fuimos con los dos catequistas, el de Salawi y el de Mazirayo. Nos prepararon pescado esta vez, algo que me sorprendió un poco, la primera vez en mi caso. El Dr. Rafael preguntó en un momento de la comida de dónde lo sacaban al pescado. La respuesta única posible es que era del Lago Victoria, que queda a más de diez horas de viaje, y el transporte no suele ser muy refrigerado, ni directo, por lo que puede llevar un par de días. Pero se sabe que el pescado se lo seca antes de transportarlo hasta lugares tan lejanos como éste. En síntesis que todos comimos, estaba rico, y sobre todo que a nadie le sentó mal después, lo cual es muy meritorio, para el pescado.
Regresamos del largo viaje, luego de despedirnos y recibir cientos de nuevas invitaciones a celebrarles la misa. Yo era la primera vez que iba, y la misa anterior que celebró el P. Johntin fue el año pasado, para mayo, aproximadamente.
En la visita a estas aldeas muchas veces me da por mirar a los que están tomando alcohol, caminado a los tumbos en pleno día y a la luz del sol. Y siento mucha pena al verlos en un lugar tan lejano, con tan poco auxilio del misionero. Nos miran pasar y nos saludan, pero sin el “Tumsifu Yesu Kristu” (Alabado sea Jesucristo), y sin saber bien quiénes somos, le preguntan al catequista que nos acompaña. Algunos se burlan y esbozan risas y chistes que apenas comprendemos, porque hablan en sukuma. Pero muchos también saludan con respeto en medio de su ignorancia y admiración.
¿Hasta dónde llegan los brazos de Cristo? Estos días he venido pensando mucho en esto, a raíz de leer las reflexiones del P. Carrascal para los misioneros. Los brazos del Crucificado son inmensos, ya que alcanzan al cielo y la tierra; lo pasado, lo presente y lo futuro; y a todos los hombres, que quiere recibir siempre con esos brazos abiertos y clavados al mismo tiempo. Y a sus vez pide desde la cruz misericordia para todos los hombres… y especialmente para los que no lo conocen, “Padre, perdónalos, porque no saben o que hacen”. Y ¿a quiénes alcanza más de lleno ésta oración que a los pobres paganos? Son ellos especialmente los que no saben lo que hacen, los que vienen en tantas oscuridades sin conocer a Cristo.
La respuesta a esta pregunta, parece ser esta: los brazos de Cristo llegan hasta donde llega el misionero. Nosotros somos sus brazos, que hoy han bautizado en la aldea de Salawi, que celebró la misa en Makondeko, que han caminado por la parroquia de Ushetu.
El misionero debe aprender a dilatar sus suplicas y sus brazos, mirando al crucifijo, a los pies del Crucificado, porque Él los tiene clavados, y nosotros no, debemos ir en busca de las almas, y ser también sus manos perdonadoras.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego
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