Yo sé que la mía lo era.
¡Era la mamá más mala que había en el mundo!
Cuando otros chicos desayunaban caramelos, ella nos hacía comer cereal, huevos, leche y tostadas.
Cuando otros chicos almorzaban gaseosas y galletas, teníamos que comer carne y ensaladas y puedes estar seguro de que también nos hacía cenas diferentes a las de los otros chicos.
Mi mamá insistía en saber dónde estábamos todo el tiempo, cual convictos en prisión. Ella tenía que saber
quiénes eran nuestros amigos y lo que hacíamos con ellos.
Nos da pena admitirlo, pero ella rompió las leyes del trabajo a menores, ya que teníamos que lavar los platos, ayudar a sacar la basura, darle de comer al perro, bañarlo y sacarlo a pasear, arreglar nuestro cuarto y toda clase de trabajos forzados similares a estos.
Por nuestra mamá nos perdimos de muchas experiencias de otros chicos.
Ella insistía en que dijéramos la verdad y nada más que la verdad. Cuando llegamos a la pubertad, ¡te juro que ella podía leer nuestras mentes! Era desesperante vivir con ella: estaba pendiente de que nos cepilláramos los dientes, de que nos bañáramos, que estudiáramos, ¿ya hiciste las tareas? ¡Uf, qué fastidio!
A veces hasta pensé en irme de la casa.se ponía furiosa si nos veía sin zapatos. ¡Qué vida la que me hacía vivir mi propia madre!
Por nuestra madre, además, nos perdimos de muchas experiencias: por su culpa nunca probamos la droga, nunca tuvimos mayores problemas con el alcohol, nunca estuvimos presos, ni fuimos vándalos o pandilleros, por su culpa nunca nos hirieron el cuerpo ni el alma y conocimos a Dios, sí, todo por su culpa.
Ahora estamos en nuestra casa bien educados, somos adultos honestos y procuramos hacer lo mejor que podemos, para ser tan malos como fue mi madre, para poder decirle a mis hijos: te amé lo suficiente para preguntarte adónde ibas, con quién y a qué hora regresarías a casa, te amé lo suficiente para callarme y dejarte descubrir que tu nuevo mejor amigo no era una buena persona, te amé lo suficiente para molestarte y estar encima de ti durante dos horas mientras arreglabas tu cuarto, un trabajo que me hubiera tomado a mí sólo quince minutos, te amé lo suficiente como para dejarte ver mi ira, desilusión y lágrimas, ya que los chicos deben entender que los padres no somos perfectos, te amé lo suficiente como para dejar que asumieras la responsabilidad de tus acciones, aunque los castigos a veces fueron tan fuertes que rompían mi corazón, pero sobre todo te amé lo suficiente como para decir NO cuando sabía que me ibas a odiar por ello. Esas fueron las batallas más difíciles para mí, pero hoy estoy contenta porque las gané, porque al final también las ganaste tú, y todo porque aprendí de mi madre, porque ya sabemos que lo que este mundo necesita es ¡MÁS MADRES MALAS; como la mía y como también lo fui yo contigo!
Anónimo
Nos da pena admitirlo, pero ella rompió las leyes del trabajo a menores, ya que teníamos que lavar los platos, ayudar a sacar la basura, darle de comer al perro, bañarlo y sacarlo a pasear, arreglar nuestro cuarto y toda clase de trabajos forzados similares a estos.
Por nuestra mamá nos perdimos de muchas experiencias de otros chicos.
Ella insistía en que dijéramos la verdad y nada más que la verdad. Cuando llegamos a la pubertad, ¡te juro que ella podía leer nuestras mentes! Era desesperante vivir con ella: estaba pendiente de que nos cepilláramos los dientes, de que nos bañáramos, que estudiáramos, ¿ya hiciste las tareas? ¡Uf, qué fastidio!
A veces hasta pensé en irme de la casa.se ponía furiosa si nos veía sin zapatos. ¡Qué vida la que me hacía vivir mi propia madre!
Por nuestra madre, además, nos perdimos de muchas experiencias: por su culpa nunca probamos la droga, nunca tuvimos mayores problemas con el alcohol, nunca estuvimos presos, ni fuimos vándalos o pandilleros, por su culpa nunca nos hirieron el cuerpo ni el alma y conocimos a Dios, sí, todo por su culpa.
Ahora estamos en nuestra casa bien educados, somos adultos honestos y procuramos hacer lo mejor que podemos, para ser tan malos como fue mi madre, para poder decirle a mis hijos: te amé lo suficiente para preguntarte adónde ibas, con quién y a qué hora regresarías a casa, te amé lo suficiente para callarme y dejarte descubrir que tu nuevo mejor amigo no era una buena persona, te amé lo suficiente para molestarte y estar encima de ti durante dos horas mientras arreglabas tu cuarto, un trabajo que me hubiera tomado a mí sólo quince minutos, te amé lo suficiente como para dejarte ver mi ira, desilusión y lágrimas, ya que los chicos deben entender que los padres no somos perfectos, te amé lo suficiente como para dejar que asumieras la responsabilidad de tus acciones, aunque los castigos a veces fueron tan fuertes que rompían mi corazón, pero sobre todo te amé lo suficiente como para decir NO cuando sabía que me ibas a odiar por ello. Esas fueron las batallas más difíciles para mí, pero hoy estoy contenta porque las gané, porque al final también las ganaste tú, y todo porque aprendí de mi madre, porque ya sabemos que lo que este mundo necesita es ¡MÁS MADRES MALAS; como la mía y como también lo fui yo contigo!
Anónimo
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