miércoles, 2 de diciembre de 2015

“¡Que siempre estemos todos juntos!”

misionesIVE diciembre 1, 2015 Argentina

Con este sencillo escrito, el cual dedico a mis padres, fallecidos con ocho meses de diferencia: mi padre el 13 de octubre del 2014, y mi madre, el 10 de agosto del 2015, a un año de la partida de mi padre, quiero realizar un doble acto de gratitud.

En primer lugar es mi deber agradecer a Dios, porque me hizo religiosa de esta familia del Verbo Encarnado, y por eso he sido el instrumento para que ellos pudieran dormirse en su paz, de la cual estarán gozando ahora para siempre, los dos juntos, como siempre quisieron estar.

Más allá de los defectos que como todo ser humano tuvieron, merece una mención especial, el hecho de que han sido un ejemplo de perseverancia y fidelidad matrimonial. ¡49 años de casados! Hecho que no solo es ejemplo para los matrimonios cristianos, tan en peligro hoy, sino también ejemplo para quienes debemos perseverar en la fidelidad a Cristo Esposo. Cuando se casaron lo hicieron pensando que era para siempre: “hasta que la muerte nos separe” solía recordar mi madre. Ella decía: “hoy se casan y mañana ante el menor problema, ya cada uno por su lado. Mirá si tu padre y yo, las veces que discutimos por problemas, nos hubiéramos separado. Hay que saber ceder y esperar el momento para decir las cosas” Y siempre le confiaba a la Virgen su matrimonio.

No conocieron la Regla de Oro de San Ignacio: “En tiempos de desolación, no hacer mudanzas”,pero tuvieron la regla del sentido común, que pide no claudicar en los momentos de dificultad, los compromisos que en momento de dicha se asumieron. ¿Cuántos momentos de desolación en su matrimonio habrán pasado? ¡Solo Dios lo sabe! ¡Pero llegaron juntos a la vida eterna!

De mi madre puedo destacar esas virtudes o cualidades dignas de admirar y de imitar en una mujer, ya sea soltera, casada o consagrada.

Ella era “mujer de la casa”, hacendosa, ordenada, limpia. Le gustaba vestirse bien. Nunca le gustó juntarse con otras mujeres para las “habladurías”. Siempre reservada y discreta, cuidó las espaldas de la familia.

Fue muy trabajadora; habilidosa con sus manos, bordaba muy hermoso, era costurera y además le gustaba pintar. Cocinaba muy bien y se esmeraba por hacernos la comida que nos gustaba.

Muchas veces la oí decirnos: “No hay que ahogarse en un vaso de agua”. En este último año de su vida, me decía muy seguido que ella había puesto todo en las manos de Dios, que fuera lo que Él quisiera. Que las cosas ya se darían, que Dios sabría por qué no se daban ahora, haciendo referencia a algunas dificultades de familia por las que estábamos pasando. Yo siempre admiré de ella esa fortaleza ante el dolor y ese empuje por seguir adelante a pesar de ese dolor.

Amaba a la Virgen en su advocación de Nuestra Señora del Valle. Su imagen siempre presidió nuestra casa. Es una imagen que compraron en el Santuario de la Virgen del Valle en Catamarca, donde fueron de viaje de bodas. A ella siempre acudía, de hecho me decía: “La Virgen no nos va abandonar”. A Ella también encomendaba a todos los que le pedían oraciones.

Mi padre, a pesar de que no siempre estuvo cercano a Dios, sin embargo quería a la Virgen. Le gustaba mucho traerle flores. Todas las semanas venía con un ramo para la “Señora”, como la llamaba. En la fiesta de Año Nuevo del 2012, estábamos rezando ante la Virgen, y él, poniendo la mano sobre la Imagen, le dijo: “¡Gracias por acompañarnos durante tanto tiempo!” Solía salir a caminar y visitaba una plaza cerca de la casa donde vivían, porque allí había un monumento con una Imagen de la Sagrada Familia. Varias veces me invitó a ir con él. Una vez me llamó la atención cómo miraba la Imagen y le pregunté: “¿Que les decís?”. Y respondió con toda sencillez: “Les pido por toda la familia, para que nos protejan, que nos sigan cuidando como siempre, que siempre estemos todos juntos” – Rezaba con la simplicidad de un niño.

Me gustaba cuando se gozaba con el amanecer y el atardecer sanrafaelinos, con los colores del otoño y de la primavera. ¡Le gustaban tanto las flores y se gozaba con el canto de los pájaros! Disfrutaba con la naturaleza y con cada estación del año.

Admiré también en él su fortaleza. Durante el tiempo de su internación, sufrió muchísimo, pero nunca lo vimos manifestar su dolor. Horas antes de morir me apretó la mano fuertemente a pesar de estar tan débil por la enfermedad y me miró con una sonrisa, y con eso me dijo mucho más que con mil palabras. Yo comprendí que además de estar despidiéndose, me estaba diciendo “fuerza”. Horas después recibió los Sacramentos y se quedó como dormido, con mucha paz en su rostro.

Así era mi padre. Un alma simple.

En segundo lugar, debo agradecer a mis superioras por estar cercanas, por permitirme cuidar de ellos, por sus consejos, por su apoyo y ayuda. Es bueno saberse así acompañada, principalmente en los momentos en que por las exigencias de los cuidados que requería la asistencia a mis padres, debía dividirme entre no descuidar mi vida religiosa, los compromisos asumidos en el Instituto y al mismo tiempo, atender a las necesidades de ellos, además de disfrutarlos estos últimos años, sabiendo que en cualquier momento el Señor los llamaría a su presencia. No ha sido para nada fácil; había que luchar contra el propio cansancio, el desánimo a veces, otras dificultades, pero se pudo. Si ellos pudieron mantenerse unidos a pesar de las dificultades ¿por qué yo no podría seguir unida a mi Esposo, atender sus intereses y no descuidarlos a ellos?

Gracias también a todos los miembros de la Familia del Verbo Encarnado que me hicieron llegar sus oraciones, misas y condolencias. Especialmente agradezco al Padre Rodrigo Retes que los asistió espiritualmente en estos últimos años, y a los padres Héctor Caparrós y Rodrigo Retes por las Misas gregorianas que celebraron por el descanso eterno de sus almas.

¡Gracias Congregación querida, por admitir en tu ceno a los padres de tus hijos e hijas! ¡Cuántos ya se encuentran junto a Dios! ¡Ahora tienes dos hijos más que intercederán por vos en el Cielo!

M. María de la Providencia

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