No
te rías, oh Dios fuerte, de mis esfuerzos frustrados, porque hay una voluntad
tristemente terca que gime a Tí desde el fondo de mi impotencia.
Te
voy a poner un ejemplo.
Una
vez, oh Dios infinitamente grande que estás aquí presente, pesqué una tortuga
en el río Salado y la llevé para casa. La tortuga quería escapar y volverse al
río patrio, lo cual manifestó sacando una pata por un agujero de la bolsa en
que venía y rasguñando la barriga del bayo, que se llevó muchos rebencazos
acompañados del tratamiento de "mancarrón imbécil" por pegar
cimbrones bruscos a la zurda como si lo espoleasen con nazarenas, siendo así
que yo ni siquiera lo taloneaba. Y era la tortuga que quería escapar.
Le
di por jaula un cajón de kerosén bocarriba. La tortuga se arrimó contra la
pared, se levantó en dos patas, se fue de espaldas, estuvo manoteando un rato
para incorporarse y después volvió con el mismo resultado a la tentativa de
trepar las tablas. Yo me fui a dormir seguro. ¡Y al otro día, sin tener alas de
pájaro ni patas de liebre, la tortuga se había escapado y estaba en el río!
¿Cómo hizo? Cómo hizo para escaparse lo sabes tú, Dios mío, yo no lo sé. Lo que
yo sé es que aquí está en el suelo el rastro de las zampas torpes en la tierra
húmeda de lluvia, el rastrito de las uñas chuecas que agarra derechito sin un
solo sesgo la dirección del río.
Yo
supongo que el animal testarudo intentó uno o dos centenares de veces trepar la
pared de tablas. Que en una de esas afirmó en una irregularidad de la madera y
se alzó unos centímetros. Que se cayó. Que volvió a afirmarse y a caerse una
punta de veces. Y que en otra de esas, por otra casualidad, topó con las uñas
otra cornisa más arriba, alcanzó con la cabeza el borde y después con una zampa
y luego con la otra se izó torpemente, superó la barrera, se dejó caer al otro
lado como un ladrillo, y agarró al galope la dirección del agua, oliéndola como
un perro huele la querencia. Yo no sé. El caso es que milagro no ha sido y la
tortuga ahora está en el río.
Por
lo tanto Dios hombre que te hiciste carne siendo espiritual,
Ya
que patas de liebre no tengo y las alas quebradas me duelen tanto,
Yo
te juro que yo me haré santo.
Que
saldré algún día -no sé cómo- del cajón oprimente
En
que doy vueltas en redondo y tropiezo continuamente
"Padre,
propongo no hacerlo más", y mañana lo hago tranquilamente.
Pero
setenta veces siete aunque tuviera que levantarme
Y
aunque tuviera línea por línea milimétricamente que arrastrarme
Y
yo sé que el diablo es fuerte, pero yo soy más terco y más cabezudo
Y
yo sé que el diablo es diablo, pero la oración es mi escudo;
Y
es malo, pero Tú sólo puedes sacar bien del mal
-Con
tal que no me dejes nunca caer en pecado mortal-.
Yo
te juro que saldré con tu gracia del cajón desesperadamente
Que
andaré de las virtudes iluminativas el camino rampante
Y
me hundiré en el río de la contemplación
Con
una terca, de tortuga, tosca y humilde obstinación.
Padre
Leonardo Castellani, Camperas.
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