El cardenal Van Thuan[1] tiene una magnífica y conocida reflexión enfatizando que nuestras obras apostólicas no nos pertenecen y que además son un mero instrumento, pues todas “las obras son de Dios” y son “para llegar a Dios”. Relata que estando prisionero, una noche, desde el fondo de su corazón, oyó una voz que le sugería: “¿Por qué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo lo que has hecho y deseas seguir haciendo: visitas pastorales, formación de seminaristas, religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, de hogares para estudiantes, misiones para evangelización de los no cristianos… todo son obras excelentes, son obras de Dios, pero ¡no son Dios! Si Dios quiere que abandones todas estas obras, poniéndolas en sus manos, hazlo pronto y ten confianza en Él. Dios hará las cosas infinitamente mejor que tú; confiará sus obras a otros que son mucho más capaces que tú. ¡Tú tienes que elegir sólo a Dios, no sus obras!”.
Padres Fabio, Gerardus y Hugo, misioneros del IVE en Groenlandia.
Los grandes paradigmas sacerdotales nos sirven para admirarlos, intentar imitarlos en su fidelidad a Cristo y consolarnos, viendo que generalmente nuestros desafíos son insignificantes en comparación con lo que ellos han vivido. Por lo mismo, creo que este pasaje de Van Thuan es del todo oportuno para este momento en que los sacerdotes del Instituto partimos de la misión de Groenlandia. Iremos a misionar a otras tierras y dejaremos a nuestros pocos feligreses en esta remota parroquia católica. Haciendo un rápido balance de este año y medio aquí, de más está decir que no hubo obstáculo o dificultad que logre ensombrecer en absoluto los bienes que hemos palpado. Unos cuantos han sido enumerados en las anteriores crónicas y pienso que es suficiente. Ahora sólo es momento de despedirnos de esta tierra de misión donde Nuestra Señora de la Buena Esperanza de Groenlandia ha protegido y lo seguirá haciendo a todos los habitantes y a sus futuros sacerdotes.
Monseñor Rafael de la Barra Tagle, obispo emérito de Illapel, Chile, me ordenó sacerdote junto con mis compañeros en la Catedral de La Plata, Argentina. Un tiempo antes, en una reunión en el seminario diocesano de San Bernardo[2], me comentó una idea que siempre he recordado: “nosotros en el Verbo Divino, decimos que cuando a uno lo destinan a una misión, lo crucifican allí para que de muchos frutos… y eso es doloroso. Pero cuando lo cambian de destino, es algo así como que lo ‘desclavan de la cruz’… ¡y eso es más doloroso!” En fin, cada misionero tendrá distintas experiencias, pero en general podemos conceder cierta vigencia a estas palabras. Haber estado en cualquier lugar del mundo donde uno ha intentado, quizá en medio de varios errores y caídas, dar a conocer a Jesús de Nazaret y su Iglesia, normalmente genera un amor a la grey que Él mismo le ha confiado. Por lo tanto saber que probablemente no volverá a ver a sus feligreses, que no les celebrará más una misa, que no seguirán compartiendo momentos de oración y entretenimiento, ordinariamente no pasa desapercibido en el misionero.
El objetivo de estas pocas líneas es agradecer públicamente a Dios haber sido parte, aunque fugazmente, de la misión de la Iglesia Católica en Groenlandia. Y así como comencé las crónicas desde estas tierras citando al gran apóstol de los hielos, el padre Segundo Llorente, quiero terminarlas también con una de sus místicas enseñanzas. Al describir una difícil travesía que afrontó navegando con unos esquimales en una balsa llena de maderos que sacaba de unos edificios antiguos en Akulurak, porque la inundación le había llevado la casa y la Iglesia y debió volver a edificar todo, cuenta que tuvo 9 horas de navegación en un río con un fuerte oleaje y por lo tanto la gasolina del tanque se revolvía y entraba en el carburador y se paraba el motor constantemente. “Y ya estábamos llegando a un río muy estrecho, con las riveras muy altas y el objetivo era llegar ahí, llegar ahí… Íbamos con hambre, frío y mojados. Faltaban solo unos 100 mts. Y le dije a Dios, ‘¡por favor! ¡que no se pare el motor, que no se pare…!’ Y termino de pedirlo y el motor se paró… Y yo se lo pedía con tono meloso como para moverlo al Señor. Entonces le dije a Dios, no a Jesús, a Dios: ‘estaba vez no, no te apures, aunque pase esto, tú sigues siendo Dios, ya lo pondremos en marcha nuevamente’. En ese momento cayó sobre mí una consolación espiritual, una luz, una inundación de gozo que me desbordaba… ya ni tenía frío ni nada, sólo deseo de morirme. Y le dije ‘¿cómo te voy a pagar todo esto?’ El instinto natural era rezongar, pero qué importan todos los problemas. ¡Tú sigues siendo Dios, tú no cambies! Lo que importa es que Tú sigues siendo infinito, y aunque me pase esto a mí, ¿qué es todo esto comparado Contigo?”
Aunque haya que dejar una obra, una misión, un apostolado… ¡Tú sigues siendo Dios! Y eso es lo que tarde o temprano debe grabarse a fuego en los que aún no logramos ver toda la vida con ojos sobrenaturales como los santos misioneros lo han hecho. ¡Tú sigues siendo Dios… tú no cambies!
P. Fabio Schilereff, IVE
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[1] Dice el siervo de Dios: “Me llamo Francisco Nguyen van Thuan y soy vietnamita… Hasta el 29 de abril de 1975 fui, por ocho años, obispo de Nhatrang, en el centro de Vietnam, la primera diócesis que me fue confiada, donde me sentía feliz, y por la cual sigo sintiendo predilección. El 23 de abril de 1975 Pablo VI me nombró arzobispo coadjutor de Saigón. Cuando los comunistas llegaron a Saigón, me dijeron que mi nombramiento era fruto de un complot entre el Vaticano y los imperialistas para organizar la lucha contra el régimen comunista. Tres meses después fui llamado al palacio presidencial para ser arrestado: era el día de la Asunción de la Virgen, 15 de agosto de 1975”.
[2] En la diócesis de San Bernardo nuestro Instituto tiene uno de sus noviciados, atiende dos parroquias y está a cargo de un Hogar de jóvenes discapacitados.
Los grandes paradigmas sacerdotales nos sirven para admirarlos, intentar imitarlos en su fidelidad a Cristo y consolarnos, viendo que generalmente nuestros desafíos son insignificantes en comparación con lo que ellos han vivido. Por lo mismo, creo que este pasaje de Van Thuan es del todo oportuno para este momento en que los sacerdotes del Instituto partimos de la misión de Groenlandia. Iremos a misionar a otras tierras y dejaremos a nuestros pocos feligreses en esta remota parroquia católica. Haciendo un rápido balance de este año y medio aquí, de más está decir que no hubo obstáculo o dificultad que logre ensombrecer en absoluto los bienes que hemos palpado. Unos cuantos han sido enumerados en las anteriores crónicas y pienso que es suficiente. Ahora sólo es momento de despedirnos de esta tierra de misión donde Nuestra Señora de la Buena Esperanza de Groenlandia ha protegido y lo seguirá haciendo a todos los habitantes y a sus futuros sacerdotes.
Monseñor Rafael de la Barra Tagle, obispo emérito de Illapel, Chile, me ordenó sacerdote junto con mis compañeros en la Catedral de La Plata, Argentina. Un tiempo antes, en una reunión en el seminario diocesano de San Bernardo[2], me comentó una idea que siempre he recordado: “nosotros en el Verbo Divino, decimos que cuando a uno lo destinan a una misión, lo crucifican allí para que de muchos frutos… y eso es doloroso. Pero cuando lo cambian de destino, es algo así como que lo ‘desclavan de la cruz’… ¡y eso es más doloroso!” En fin, cada misionero tendrá distintas experiencias, pero en general podemos conceder cierta vigencia a estas palabras. Haber estado en cualquier lugar del mundo donde uno ha intentado, quizá en medio de varios errores y caídas, dar a conocer a Jesús de Nazaret y su Iglesia, normalmente genera un amor a la grey que Él mismo le ha confiado. Por lo tanto saber que probablemente no volverá a ver a sus feligreses, que no les celebrará más una misa, que no seguirán compartiendo momentos de oración y entretenimiento, ordinariamente no pasa desapercibido en el misionero.
El objetivo de estas pocas líneas es agradecer públicamente a Dios haber sido parte, aunque fugazmente, de la misión de la Iglesia Católica en Groenlandia. Y así como comencé las crónicas desde estas tierras citando al gran apóstol de los hielos, el padre Segundo Llorente, quiero terminarlas también con una de sus místicas enseñanzas. Al describir una difícil travesía que afrontó navegando con unos esquimales en una balsa llena de maderos que sacaba de unos edificios antiguos en Akulurak, porque la inundación le había llevado la casa y la Iglesia y debió volver a edificar todo, cuenta que tuvo 9 horas de navegación en un río con un fuerte oleaje y por lo tanto la gasolina del tanque se revolvía y entraba en el carburador y se paraba el motor constantemente. “Y ya estábamos llegando a un río muy estrecho, con las riveras muy altas y el objetivo era llegar ahí, llegar ahí… Íbamos con hambre, frío y mojados. Faltaban solo unos 100 mts. Y le dije a Dios, ‘¡por favor! ¡que no se pare el motor, que no se pare…!’ Y termino de pedirlo y el motor se paró… Y yo se lo pedía con tono meloso como para moverlo al Señor. Entonces le dije a Dios, no a Jesús, a Dios: ‘estaba vez no, no te apures, aunque pase esto, tú sigues siendo Dios, ya lo pondremos en marcha nuevamente’. En ese momento cayó sobre mí una consolación espiritual, una luz, una inundación de gozo que me desbordaba… ya ni tenía frío ni nada, sólo deseo de morirme. Y le dije ‘¿cómo te voy a pagar todo esto?’ El instinto natural era rezongar, pero qué importan todos los problemas. ¡Tú sigues siendo Dios, tú no cambies! Lo que importa es que Tú sigues siendo infinito, y aunque me pase esto a mí, ¿qué es todo esto comparado Contigo?”
Aunque haya que dejar una obra, una misión, un apostolado… ¡Tú sigues siendo Dios! Y eso es lo que tarde o temprano debe grabarse a fuego en los que aún no logramos ver toda la vida con ojos sobrenaturales como los santos misioneros lo han hecho. ¡Tú sigues siendo Dios… tú no cambies!
P. Fabio Schilereff, IVE
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[1] Dice el siervo de Dios: “Me llamo Francisco Nguyen van Thuan y soy vietnamita… Hasta el 29 de abril de 1975 fui, por ocho años, obispo de Nhatrang, en el centro de Vietnam, la primera diócesis que me fue confiada, donde me sentía feliz, y por la cual sigo sintiendo predilección. El 23 de abril de 1975 Pablo VI me nombró arzobispo coadjutor de Saigón. Cuando los comunistas llegaron a Saigón, me dijeron que mi nombramiento era fruto de un complot entre el Vaticano y los imperialistas para organizar la lucha contra el régimen comunista. Tres meses después fui llamado al palacio presidencial para ser arrestado: era el día de la Asunción de la Virgen, 15 de agosto de 1975”.
[2] En la diócesis de San Bernardo nuestro Instituto tiene uno de sus noviciados, atiende dos parroquias y está a cargo de un Hogar de jóvenes discapacitados.
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