miércoles, 21 de mayo de 2014

2º Encuentro de Jóvenes Universitarios

IVE en Suncho Corral

Posiblemente no corresponda que como un simple participante realice una “crónica” del Segundo Encuentro de Jóvenes Universitarios, en Suncho Corral, provincia de Santiago del Estero, Argentina, pero la necesidad de testimoniar lo que vi me lleva a hacerlo.

Suncho, para quienes no la conocen, es una pequeña ciudad ubicada en el centro de la provincia de Santiago del Estero (al noroeste de la RA), con una población que ronda los 10.000 habitantes, en una zona productivamente deprimida, al margen del río Colorado, siendo su principal fuente de trabajo el empleo público y la asistencia estatal. Allí se encuentra desde hace años una misión del IVE que tiene a su cargo la parroquia y las capillas circundates.

Misa de Clausura
En ese contexto se dieron cita durante cuatro días más de cincuenta jóvenes del CIDEPROF y miembros de la Tercera Orden de Jujuy, Salta Tucumán, San Rafael, Buenos Aires y por supuestos los locales. Acompañaron ademas de los padres Bonati y Juan Cruz Fariña (a cargo de la misión), Raúl Harriague y Miguel Grillo.

Me toco participar como expositor durante las jornadas. Normalmete a quienes nos toca este tipo de tareas vamos mascullando la estrategia a utilizar para despertar interés por el tema, tener perfectamente ordenada la exposición, asegurarnos que el material este listo, etc. y una cantidad de cuestiones que hacen que uno vaya “a dar”, “a transmitir”, “a enseñar”.

Pero las cosas se me trastocaron un poco al momento mismo de llegar (ya hacia dos días que se venía desarrollando el encuentro  cuando llegué), nos recibió el párroco (P. Juan Cruz) enfundado en unos lamentables pantalones y gastada camisa, con restos más que notorios de cal, arena y empolvado de esa tierra finita, característica de la zona, que se te mete en todas partes. Saludo muy amablemente y solo atino a decir:

-          Vamos, los chicos está haciendo tarea social

Monto en una moto y solo nos quedo seguirlo, por las irregulares y algo barrosas calles de Suncho. Al poco de andar nos detuvimos frente un grupo de ranchos (construcción de adobe, sostenida por algunos palos que ofician de columnas con cerramientos donde se mezclan el plástico con algunos restos de madera) y al lado de uno de ellos una treintena de jóvenes, un par de monjas y algún que otro adulto iban de acá para allá.


Los jóvenes varones estaban empezando a levantar las paredes de lo que serían dos habitaciones y un baño, hechos con bloques que se fabricaron en la parroquia. Los oficios que ejercían eran simples: cargar y descargar la carretilla, pasar los bloques, despejar la basura circundante del terreno, ir pegando los bloques en hileras para levantar las paredes.

Las mujeres junto a las hermanas le metían mano a la ropa (escasa y sucia), trataban de rescatar algunos de los utensilios, sostenían a algún bebe, lavaban, barrían. La familia beneficiaria era un matrimonio con ocho hijos, dos de los cuales eran discapacitados igual que su madre. Vivian en un rancho de no más de 4 metros cuadrados, ambiente único que oficiaba de cocina, comedor y dormitorio para todos. El baño era un pedazo de plástico de no mas de un metro de alto que simplemente ocultaba un pozo en la tierra. Era una de esas tantas familias que las estadísticas califican “por debajo de la linea de pobreza” sin importar demasiado que significa eso para el gran público, como tampoco sin interesar demasiado las condiciones de indignidad de su existencia.

Luego de un rato y así como estaban, iniciamos la sesión de los foros en la sede parroquial. Me tocaba el de política. Hablarles de su desnaturalización y convocarlos a que debe ser rescatada como actividad noble del hombre era mi propósito. Lo que acaba de ver me resulto muy útil para graficar el sentido del bien común y de la caridad política a lo que nos convoca la Iglesia.

A la noche asistimos a la Santa Misa parroquial de los sábados. Iglesia colmada, rostros campesinos que reflejan la dureza de un clima tórrido. Rostros jóvenes con algún toque denotando que se trata de la “misa dominguera” algunos viejos pueblerinos, llevados por su familiares que con dificultad se apoyaban en bastones hechizos de alguna rama de árbol del lugar. Los infaltables perros que ademas de olfatear un poco retozan echados en el fresco piso de baldosa. Pero la sorpresa fue cuando los débiles acordes del armonio convocaban a entonar el Agnus Dei y el Gloria en latín que todos los parroquianos seguían con solvencia. La cuidada procesión para comulgar y las largas acciones de gracia evidenciaban la Fe y el trabajo misionero mediante el cual esos excluidos había sido injertados en la universalidad de la iglesia.

Se cerro la jornada del sábado con una sobria cena y una sesión de divagues (ya clásicos en el IVE) y un concurso de baile folklorico. Ver esos jóvenes en sana diversión y amistad, nos daba el correcto sentido de la alegría. Esa que tanto falta en el aturdimiento de los sábados a la noche en el que están inmersos la gran mayoría de otros jóvenes argentinos.

La mañana del domingo se inicio con oraciones, un panel sobre la familia y el cierre con mi conferencia sobre el Reinado Social de Cristo. Era simple Cristo reinaba en esos corazones, Cristo era la fuente de energía para ese despliegue de alegría, servicio, ansias de formación, solidaridad. Cerramos con la Santa Misa donde unas diez parejas de novios consagraron su amor al Señor pidiéndoles las fuerzas para vivirlo castamente en preparación a un matrimonio cristiano. El almuerzo fue un rico asado, animado con el canto de chacareras, zambas y cuecas, donde conferencistas como don Geloch, la hermana Misionera o el P. Juan Cruz disputaban sus dotes artísticos, que era otro modo de alabar al Señor.

De regreso a casa, concluí: No enseñe nada y aprendí mucho. Vine con las alforjas llenas de esperanza, porque a pesar de los avances destructivos del misterio de iniquidad, a pesar del vaciamiento del sistema educativo, a pesar del populismo engañoso que no gobierna sino que se mantiene engañados con el relato y la dádiva, a pesar de esa cultura asfixiante de la postmodernidad, a pesar de los ataques demoledores a la familia, a pesar de todo ello… hay hombres y mujeres, hijos de esta tierra, miembros de nuestras familias, que viven la solidaridad, que son capaces de comprometerse por amor, que vibran con las cosas nuestras, que están dispuestos a cuidar la semilla y a hacerla fructificar, para que el reino de Dios venga pronto.


Pablo Berarducci
Instituto del Verbo Encarnado

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