miércoles, 19 de noviembre de 2014

Y vendrán muchos de Oriente y Occidente…


misionesIVE noviembre 18, 2014 Hong Kong

¿Y por qué decidiste hacerte católico?

Éste es el interrogante que normalmente acucia mi curiosidad cuando tengo la oportunidad de charlar con un adulto, en otro tiempo pagano o ateo, luego de que ha decidido comenzar las clases de catecismo, conocer a Jesucristo y bautizarse. La respuesta ya la conocemos todos de antemano: el Señor toca el alma y la atrae hacia Sí; pero deslumbra el corazón y reconforta el alma del misionero el conocer los numerosas “tácticas” que posee este Eterno Enamorado, este Pastor de las incontables sendas; y por eso me encanta escuchar a los catecúmenos relatar sus primeros encuentros con Dios.

Como les contaba en la crónica anterior, desde el mes pasado, he comenzado a dar clases de catecismo a adultos, en una de las seis clases de catecumenado que tenemos en la parroquia. Este año, Dios nos ha bendecido con unas 45 personas (digo “unas”, porque en estas primeras semanas de clases la cifra aumenta – y disminuye – cada semana) que han comenzado las tres clases nuevas de este año y que culminará con el Bautismo de aquellos que, con la ayuda de Dios, perseveren hasta la Vigilia Pascual del año 2016. En mi clase tengo 13 alumnos que vienen todos los martes a la noche a escuchar el catecismo durante una hora y cuarto. Aquí he tenido la oportunidad de hablar con todos ellos acerca de cómo ha sido su conversión. O, al menos, cómo ha empezado.



Templo parroquial



Cada alma es un mundo, y Jesucristo tiene un modo particular de llamar a cada una de ellas. En esta crónica quiero compartir alguna de estas historias, para que nos admiremos del singular amor de Dios por las almas, y de cómo las convoca de diferentes maneras, siempre admirables.

“Y Ud., Anita, ¿por qué ha decidido empezar el catecumenado?” – le pregunto a una señora de 60 años, elegante y educada. “Por mi hijo” – me contesta – “Él recibió el Bautismo hace unos años, y desde entonces ha cambiado notablemente. Antes era egoísta, siempre serio y preocupado por su bienestar económico y su trabajo. Desde que ha entrado en la Iglesia Católica ha cambiado mucho. Ahora es una persona alegre, generosa, y desde que se ha unido activamente a las Sociedades Vicentinas en su parroquia, el cambio ha sido más admirable aún. Ahora trabaja esforzadamente por ayudar a los refugiados e inmigrantes que no tienen nada. Su alegría y su generosidad me han hecho replantearme todo, y he decidido seguir sus pasos y creer en Jesucristo.”

Sandy, una joven que roza los 30, contesta la pregunta diciéndome que su vida ha sido siempre muy hermosa y completa: viene de una familia estable, goza de buena salud y tiene un buen novio y trabajo bien remunerado. Sin embargo, desde hace años siente que su vida carece de un significado más profundo y se siente vacía. La angustiosa búsqueda de este sentido de la vida la ha llevado incluso a los bordes de la depresión. “Sé que necesito a Dios… Y quiero saber si Jesucristo es Aquel a quien busco.” “Nos hiciste para Ti”… son muchas las veces que resuenan en mi corazón el eco de estas palabras del santo doctor de Hipona.

Kenneth, típico hombre de negocios en apariencia y modales, dice que, desde que es papá, se da cuenta que los valores que han guiado su vida hasta ahora no son suficientes para educar a su hijo y, porque tiene muchos amigos católicos, está convencido de que ésta es la verdadera religión y la mejor norma de vida para él y su familia. Me responde lo mismo Shirley. Buscan una “escala de valores” con los cuales educar a sus hijos y formar sus familias… ¡Es un buen comienzo!



En clases de catecismo



Para consuelo y aliento de los que trabajan en las escuelas católicas, tengo tres alumnos que me dicen que han ido a escuelas católicas en primaria y secundaria, y que siempre han pensado en hacerse católicos. Por diferentes motivos (los padres no los dejaban, no se sentían suficientemente fuertes para asumir el compromiso, rebeldías propias de la edad o la naturaleza, etc.) no concretaron sus deseos hasta el día de hoy. Pero la semilla plantada en sus años de formación está germinando hoy. Como ellos, ya he conocido a muchos en Hong Kong (vengo haciendo esta pregunta desde hace más de dos años) que son hoy católicos gracias a la educación católica recibida. Tal vez aquellos que los educaron, religiosos y laicos, nunca se enteren de esto, pero en el Cielo, Dios se los hará saber y se los recompensará… ¡y con creces!

A Wilson y a Patty, la muerte y las contrariedades de la vida los han convencido que no todas las cosas están bajo nuestro dominio y los han despertado del sueño del superhombre, autosuficiente y no necesitado de Dios. Los señores Luo y Tse viven en el vecindario y pasan con frecuencia por enfrente de nuestra iglesia. Paulatinamente, Dios fue despertando en ellos la santa curiosidad por conocerlo, por saber de su Iglesia, y cuando vieron los carteles anunciando el comienzo de las clases de catecumenado, se animaron a entrar y preguntar en qué consistían. Hoy están en la clase, como algunos otros, “Para ver en qué consiste esto de ser católicos y creer en Jesucristo.”

El señor Wong nos contó cómo su padre se le apareció repetidas veces en sueños pidiéndole que se bautice. Su padre era católico pero no bautizó ni educó cristianamente a sus hijos. Por esos misteriosos caminos de la misericordia y la omnipotencia divinas, parece ser que ahora Dios le ha concedido completar luego de muerto lo que no hizo en vida.

Niños de la clases de catecismo en chino con sus catequistas

Cada vez que estoy frente a un converso o un catecúmeno no dejo de admirarme de la amorosa Providencia Divina que, en su infinita misericordia, tiene caminos inescrutables para salir al encuentro de todas las almas y atraerlas hacia Sí. Me he mostrado a los que no me buscaban, me hice encontrar por los que no preguntaban por mí. (Is 65,1) Cada conversión es una resurrección moral, un milagro de la gracia. Y al ser testigo de estas conversiones, siempre me embarga el mismo pensamiento: cuántos habrán rezado y se habrán sacrificado por esta alma; cuántos sacerdotes, religiosas, contemplativos, misioneros y misioneras en cualquier rincón del orbe habrán elevado sus ojos al Cielo por esta alma, obteniendo de Dios su conversión, sin saberlo; cuántos religiosos y laicos, sanos y enfermos, habrán ofrecido sus sacrificios, oraciones y obras cotidianas por este hombre o esta mujer que hoy está frente a mí, y el que ayer adoraba un ídolo de porcelana o vivía como si Dios no existiese, hoy desea conocer y creer en Jesucristo.

Al final de cada clase, voy a la capilla del Santísimo Sacramento a dar la Bendición Eucarística a los fieles, y de rodillas ante Jesús Sacramentado no puedo menos que exultar en sentimientos de acción de gracias hacia Él, porque todo esto no tendría ninguna eficacia si no hubiera sido por Su Sacrifico, de valor infinito, que nos ha traído la Redención. También le agradezco que me haya dado la Fe desde tan pequeño, algo que debemos agradecer todos los días de nuestra vida, y que me haya hecho misionero. ¡Ser misionero es un regalo inmenso e inmerecido! ¡La misión es hermosa! ¡La misión es algo grandioso, excelso! ¡Sigamos todos esforzándonos por sembrar la semilla de Su Palabra, sin reparar en cansancios ni fracasos! Y a aquellos que están pensando en ser misioneros, ¡anímense!, la misión es algo por lo cual vale la pena dejarlo todo y lanzarse ¡mar adentro!

¡Dios los bendiga a todos por sus oraciones y sacrificios por las Misiones!

P. Juan Francisco, IVE

Misionero en Extremo Oriente

http://www.iveasia.org

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