martes, 11 de noviembre de 2014

“El Testamento de los mártires: buscar a Dios”



Todos los mártires de la historia, con su vida y su muerte, nos dejan un precioso testamento, nos aseguran, con su sangre derramada por Cristo, la existencia de una vida eterna y feliz, por la cual vale la pena dar todo, sacrificar todo en esta vida terrena.

Pero además, en muchos casos, Dios consiente de que nos dejen un testamento escrito, de no menos valor que el firmado con su sangre: la carta de despedida a la querida congregación de los beatos mártires de Barbastro y la carta de nuestro beato Aurelio Boix son ejemplo de ello.


Urnas de cristal con los restos de 15 de los 18 mártires benedictinos del Pueyo.

San Andrés Kin, como rezamos en su oficio de lecturas (del día 20 de setiembre), también nos dejó su testamento, su última exhortación; en ella nos mueve con gran fuerza a mirar en toda nuestra vida a Dios y sólo a Dios: “Si en este mundo, lleno de peligros y de miserias, no reconociéramos al Señor como creador, de nada nos serviría haber nacido ni continuar aún vivos (…) buscar, pues, la voluntad de Dios y luchad de todo corazón por Jesús, el jefe Celestial, y venced al demonio de este mundo, que ha sido ya vencido por Cristo”.



El testamento de los mártires, por tanto, es una sola palabra: “Dios”.

Ellos, en un instante, se definieron para siempre por amor a Dios, muriendo cruentamente por El.

Nosotros debemos hacerlo día a día, ahí nuestra tarea y nuestro, aunque incruento, también “martirio”.



Dios es el fin de nuestra vida, y como decía San Andrés Kin: “de nada nos sirve seguir viviendo si no lo reconocemos y encontramos”.

Esa búsqueda de Dios implica dos cosas: un deseo, que para que sea efectivo debe ser ardiente; y por otro lado, conlleva una permanente lucha y esfuerzo.

-Primero hay un deseo, ese vivo celo que sintió Elías, el profeta, que se fue al Horeb, sólo, a encontrar a Dios. Deseo que presupone cierto conocimiento de Dios aunque imperfecto, obscuro y borroso en un principio. San Agustín, cuya vida y cuya búsqueda de Dios fue incansable nos dice: “no te buscaría si no te hubiere encontrado”. Dios se nos da a conocer internamente y así alimenta nuestro deseo.

-Pero eso no basta, sino que tenemos que subir al monte como Elías, luchar hasta el final como los santos mártires. Debemos tomar la cruz, y no arrastrarla, llevarla con Cristo, y así, todas las sequedades, pruebas y sufrimientos que vamos encontrando en el camino, nos van purificando para poder encontrar a Dios.



Para nosotros, contemplativos (o mejor, que aspiramos a serlo), nuestra lucha, las más de las veces, estará en nuestro interior, en el dominio de nuestros pensamientos, en ser dueños de nuestro corazón… para que sea sólo de Dios.

Es por eso que una de las cosas que más impide esta búsqueda de Dios y el progresar en la oración es el no hacer del corazón un pequeño santuario donde se encuentre siempre Nuestro Señor, incluso en medio de las ocupaciones, siempre tratando de encontrar unos minutos para Dios, para que en nuestro corazón se enciendan llamas de fuego (Ps 38, 4), como dice el salmo.

Para conseguir esto es necesario ser dueños de los pensamientos, es decir, que no nos tenemos que dejar llevar por nuestra imaginación, porque si nuestra mente está divagando en cualquier cosa, es muy difícil que se eleve a Dios.

Don Columba Marmion le escribe a una hija espiritual “Trate de ser dueña de todos sus pensamientos porque si se deja uno llevar de sus imaginaciones, no es posible llegar a la contemplación. Nuestra cabeza es como un molino que muele todo lo que allí se pone; por lo cual es muy importante, siempre que se tenga unos momentos durante el día, el no dejar divagar el espíritu sino orientarlo hacia Dios. Sin esto no hay ni recogimiento ni oración posible”.



Y más adelante le escribe:

“Procure también no pensar en sus ocupaciones fuera del tiempo que debe consagrarles; debemos dominar nuestras ocupaciones y no dejarnos absorber por ellas; y el caso es que aquella ocupación de su agrado la domina demasiado aún y le impide por lo tanto vivir unida con Nuestro Señor” (Dom Columba Marmion).



Pidamos a la Santísima Virgen María, Reina de los Mártires y Reina Mártir, nos ayude a vivir según el testamento que nos dejaron todos los santos mártires, vivir solo para Dios, buscando constantemente a Dios, y no parar hasta alcanzarlo.



P. Emmanuel Ansaldi IVE

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