jueves, 3 de marzo de 2016

“Cristo esparcido”

Posted on marzo 2, 2016


Ushetu, 19 de febrero de 2016.

Dios ha sido siempre demasiado bueno con nosotros. A veces no llegamos a darnos cuenta de todo lo que nos ha dado, hasta que vemos que lo que es tan normal tener, otros no lo tienen. Hemos vivido años y años sin carecer de nada… no sabemos lo que es una verdadera carencia, no la hemos experimentado. Hoy Dios, por medio de varias personas, me mostró una vez más todo lo que he recibido en mi vida, por generosidad divina.


Hoy pude visitar a “Cristo esparcido en Nyamilangano”, por decirlo de alguna manera. Las dos jóvenes laicas misioneras, que nos ayudan con la atención de una de las aldeas más grandes que tenemos, me pidieron que vaya a visitar a los enfermos de ése lugar. Ellas los visitan con cierta frecuencia, y han organizado un grupo de misioneros laicos que tienen como oficio visitar a los enfermos. Organizaron muy bien todo, teniendo avisados a los abuelos que íbamos a ir, una lista con los nombres, los lugares, y los sacramentos que debían recibir. Fue un largo recorrido, para poder visitar a los once enfermos, comenzamos fue necesario dedicar cerca de seis horas.


Puedo decirles que ante mis ojos se fueron sucediendo las escenas, y ahora las recuerdo agradecido. Las diversas casas, con su pobreza y sencillez. En un momento que estábamos sentados en unos pequeños bancos afuera de una de ellas, mi pensamiento quedó prendado de la idea de que si no me tocara hacer este tipo de trabajo misionero, sería muy difícil conocer la realidad, la verdad de la gente que vive en Ushetu.



Casas de adobe, sin revocar, con puertas y ventanas de madera tosca, pisos de tierra, bolsas de maíz dentro de las habitaciones, techos de paja y techos de cinc… Las ollas al fuego sobre unas piedras, en el patio. Algunas de las casas nos ofrecieron una hermosa sombra debajo de un árbol, y en otras tuvimos que refugiarnos del sol ardiente del mediodía africano bajo el alero del techo, un espacio muy reducido de medio metro. No tenían ningún árbol cerca de la casa. La mayoría de las casas estaba rodeada de un pequeño cultivo de maíz y algunas otros granos y hortalizas. Generalmente no habían sillas para todos los que llegábamos, o mejor dicho, pequeñas banquetas que se usan aquí. Tampoco mesas, ni siquiera de esas mesas ratonas. Muchos de los abuelos estaban sentados en el piso o en los banquitos. Muchos animales en el patio, desde perros y gatos, pasando por gallinas, chivos, y hasta algunos terneros que los cuidan mucho, y se quedan mansamente junto al grupo de visitantes.


Pienso que el misionero debe tener algo de “equilibrista”, porque hoy me fui encontrando con situaciones de todo tipo, entre personas que no me escuchaban, o que no me entendían, o que no hablaban swahili. Debí escuchar mucho en sukuma, y admirablemente, entendí algo. Acomodarme a todas las circunstancias, entre los que no escuchaban bien, y los que por la edad, no se acordaban nada de lo que les habían enseñado las misioneras y el catequista en sus visitas. Estar en contacto con las miserias de los hombres y compadecerlos, pero sin entristecerse ni desanimarse de no poder hacer mucho más de lo que hace. Alegrarse de poder hacer lo poco que hace. Hay que mantener el equilibrio, y seguir adelante, y tratar de dar siempre más.


Se fueron sucediendo los nombres de los abuelos que visitábamos… Lucía, Elisabeth, Paulo, María, Tecla, Venance. En una de las casas nos esperaban para el bautismo de la abuela. Nos dijo que tenía más de cien años… A mí me parecía mucho, pero puede ser, ya que es difícil calcular los años de esta gente. Luego de bautizarla, como los otros días a Antonio, debajo de la sombra del árbol de su casa, le dije que había nacido de nuevo, y que ahora podía comenzar a contar los años desde cero. Recibió todos los sacramentos junto al bautismo: comunión, confirmación, y unción de los enfermos.


Luego estuvimos en la casa de Paulo, un hombre totalmente ciego, y a su casa se había acercado María, para evitarnos el trabajo de ir hasta la casa de ella, que quedaba un poco lejos.


Impresionante lo de María, y es algo de lo más destacado del día de hoy, y no es poco decir, porque cada uno compite por el primer puesto. Ella tiene cerca de ochenta años, es muy chiquita, y todo el tiempo tiembla con una especie de parkinson, según parece. Tenía su mano envuelta en un trapo que no estaba muy limpio que digamos, y cuando lo quitó nos mostraba un dedo totalmente lastimado en su primer falange, infectado e hinchado hasta la palma de la mano… algo inflamada también por la infección. No les describo esto por hacerlo mas impresionante simplemente, sino para mostrarlo lo más real posible. Ella no se quejaba. Nos decía que después de haber estado plantando maíz, había comenzado con esto.


Nosotros vemos muchas veces personas mayores con infecciones en las manos o pies, una bacteria que les come las extremidades, y si se demoran en ir al hospital, pierden por completo los dedos, y las manos. Es una especie de lepra. Luego de las oraciones, confesión, unción y comunión, le pregunté si no podía ir a un dispensario. Me dijeron que allí no hay uno grande, que es en otra aldea, y ella no tenía quien la lleve. Tiene un hijo que vive con ella y también está enfermo. Y a veces aunque tengan quien los lleve, no los llevan. Quedamos que nosotros en cuanto podamos la traeremos al dispensario de las hermanas… Pero allí mismo me quedé pensando, mientras la miraba a María, cuánto hemos recibido nosotros. Nos parece lo más normal cuando tenemos una enfermedad, que podamos recurrir a médicos y medicinas. En nuestros países hasta hay servicios al alcance de todos… o de la gran mayoría. No podemos pensar en que alguien puede perder los dedos de la mano simplemente porque no puede acceder a la medicina, o no pueda ir al hospital. Aquí en casos desesperados recurren a los brujos, que los estafan, les sacan dinero, y las más de las veces los dejan peor, porque la enfermedad sigue avanzando. Cuando llegan a un médico, ya no queda mucho para hacer. Se me ocurrió alentar a los que visitan a los enfermos y a las misioneras laicas, a que hagan siempre todo lo posible, al menos compadeciéndose de ellos, diciéndoles que “es Cristo que sufre”.


En la última casa a la que llegamos, la abuela que era quien quería recibir los sacramentos, no tenía ningún dedo en ninguna de sus manos, ni en sus pies, y le faltaba la mitad de uno de estos.


Se movía y caminaba como si nada con mucha agilidad, y se alegró mucho de recibirnos. Se asustó un poco de verme, pienso que sobre todo por ser la primera vez. Agreguemos que está sorda como una tapia, y yo pensé que era que no me entendía mi swahili, pero cuando le pedí al catequista que tradujera al sukuma, recurrió a pegar unos gritos que no surtían más efecto que la risa contenida en los que estaban presentes a la ceremonia. De todos modos, ciertamente que entendió todo, porque rezó con mucha devoción, y nos despidió con una gran sonrisa acompañándonos hasta el auto y agitando sus “manos” para saludarnos desde lejos.



En cada casa puedo decir que Dios me enseñó algo, y aquí nuevamente pensaba aguantando las lágrimas, la gran bondad de Dios para con nosotros, para con mi familia, para con mis conocidos.

Es casi obligado preguntarse ¿porqué a nosotros nos ha dado tanto? Y la respuesta viene del mismo Dios: “porque al que mucho se le dio, mucho se le pedirá”. Hay una obligación ahora. No sirve simplemente admirarse, y lamentarse por los que no tienen, sino que hay que hacer algo… perdón, hay que hacer mucho. Mucho se nos pedirá.


Hoy visité los enfermos de una de nuestras aldeas. En la misión tenemos 48 aldeas. Tenemos a “Cristo sembrado” en toda nuestra parroquia, en una distancia físicamente imposible de abarcar y atender como nos gustaría.

Recen por nosotros y por ellos. Por nosotros, para que demos lo más que podemos. Por ellos, para que Dios los consuele en sus necesidades y sufrimientos.

¡Firmes en la brecha!

P. Diego Cano, IVE.

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