Ushetu, Tanzania, 10 de febrero de 2016.
Miércoles de Cenizas.
Por la ventana se asomaba un niño, como pispeando con un solo ojo… y esa pequeña cosa me hizo pensar. Estaba rezando mi segunda misa del día de hoy, miércoles de cenizas en la aldea de Ibambala. Como es un día de semana, los niños estaban en la escuela, y a medida que iban saliendo de las clases, pasaban en frente de la capilla, y se quedaban mirando un rato, luego seguían. Pero parecía un espectáculo lo que se estaba dando adentro, y de esa manera se asomaban para ver qué pasaba. Por un lado, el mzungu (blanco) que estaba al frente y vestido con ropas extrañas (es decir, quien les escribe), y por otro lado el coro y el órgano que con su música también los atraía. Y cuando luego del sermón comenzó el movimiento de los ritos, de la ceniza, del ofertorio, y lo que sigue en la liturgia… las cabezas se asomaban por todas las ventanas laterales. Pero en un momento miré a la ventana que estaba más cerca, y veía a un niño que asomaba apenas un ojo, como no queriendo ser descubierto. Y cuando yo miraba a la ventana, se escondía… pero no se iba. Entonces no miré más, para que no se fuera… y se sintiera más cómodo. Sin embargo yo sentía esa mirada atenta en cada uno de los movimientos que hacía en la liturgia.
Luego de la misa, el catequista me llevó a la casa de un abuelo que pedía el bautismo. Nunca me hubiera imaginado estar haciendo un bautismo y confirmación el miércoles de cenizas, pero son cosas de la misión. No podemos regresar muy seguido a las aldeas, vamos luego de varios meses, por eso no nos arriesgamos a volver en pascua para bautizarlo… ¿quién sabe si él o nosotros ya ha partido para entonces? Debido a que hace un par de semanas que yo no salía a las aldeas, por mi viaje a Egipto y luego por las actividades en el centro de la misión, me volvió a llamar la atención el paisaje, cosa que agradecí a Dios. A veces estoy muy acostumbrado. Hoy percibí de nuevo la vegetación, el paisaje de una aldea, las casas de barro colorado, y los techos de paja. Fuimos en la camioneta hasta que el camino se estrechó y ya no pudimos avanzar más en vehículo. Seguimos a pie un trecho, que también disfruté mucho…otra vez escuchar el silencio del campo, las voces de la gente a lo lejos, algunos niños que se escuchaban jugando detrás de las plantaciones de maíz.
Llegamos. Y les pinto de nuevo el paisaje tan común de una casa de campo de estas latitudes. Tres casas de barro, pequeñas, de dos o tres cuartos cada una, todas con las puertas hacia el patio, una cocina, que sería un quincho o techadito de paja con paredes bajas de adobe. Un corral de chivos “elevado”, que lo construyen alto para que no duerman estresados, es decir, pensando en las hienas que rondan por la noche. En el patio… como siempre, niños, varios de ellos. Pequeñitos, porque los otros mas grandes estarían trabajando en el campo, o cuidando los animales. Y el paisaje de animales domésticos, que aquí son más domésticos que en cualquier otro lado: gatos, gallinas, etc.
Debajo de la sombra de un árbol grande, sentado en una silla baja, estaba don Masanja, a quien nosotros buscábamos. Las presentaciones fueron en sukuma, que en esta zona de la parroquia se habla mucho. Yo no puedo hablar sino dos o tres palabras en esta lengua, pero cada vez voy comprendiendo más. Luego de dos o tres preguntas de catecismo, a modo de examen, procedimos al bautismo, confirmación y unción. La comunión quedará para mi próxima visita, porque no sabíamos si encontraríamos a Masanja y además si necesitaría al menos alguna instruccioncita, aunque sea mínima. El catequista le dijo: “usted pidió el bautismo, acá vino el padre para bautizarlo”. “¿Hoy?”, responde sorprendido. Y agrega inmediatamente, “¡bueno!”. Quedé shockeado por la sencillez, y la obra de la gracia de Dios en esa alma.
Le preguntamos qué nombre cristiano elegía… y luego de pensar dijo: Antonio. El catequista fue el padrino, la hija, que es una de nuestras feligresas de esa aldea, ayudaba en todo menester litúrgico, y uno de los nietos que estaba por allí fue llamado para que oficie de pueblo fiel… aunque a duras penas podía seguir la señal de la cruz, aunque lo intentaba.
Fue gracioso el momento de la renuncia a satanás y la confesión de fe, porque yo lo leía en swahili, y le pedí al catequista que le hiciera esas preguntas en sukuma a Masanja, que por ser bautismo de un adulto, debía responder él mismo. Pero respondía en sukuma, no un simple, “sí renuncio”, sino con glosa… “Sí, si, no tengo nada que ver… eso del diablo, no, no, nada… con el demonio nada…”. Nos hizo tentar un poco, pero todo siguió con solemnidad. Allí mismo, donde estaba sentadito cuando llegamos, recibió el bautismo… y el agua que se derramó sobre su cabeza regó el piso de tierra. Luego del bautismo aproveché a preguntarle algunas cosas, pero sobre todo para contarles a ustedes. Al preguntarle por la edad, luego de pensar un poco me dice “cerca de noventa”. Hijos, nueve, cuatro que ya se adelantaron (han fallecido, expresión común en swahili… se adelantaron). Nietos, y bisnietos… algunos eran esos que andaban gateando por ahí. Y me dijo su hija, que alguna de las bisnietas estaba por tener familia. La mayoría de los hijos y nietos eran católicos, pero ahora se bautizaba el jefe de la familia, el abuelo… y por eso les dije que podemos decir que Cristo gobierna esa familia. Es muy importante, sobre todo para ellos. Se trata de una familia católica, y roguemos que crezcan todos en esa fe.
No nos quedamos mucho tiempo, regresamos caminando, y traté de hacerles admirar algunos detalles de lo que íbamos mirando. Los detalles de la creación que Dios ha hecho para nosotros. Se admiraron de los rasgos de una pequeña flor silvestre… que mirada con atención resulta asombrosa. Yo mismo me admiré al ver ese día otro detalle más… de esos que llenan cada uno de nuestros días, y que se nos pasan inadvertidos.
Creo que en la presentación de este blog han leído que en este diario se cuenta el día a día de una misión. Ésta es una de ellas. Tal vez no nos llame la atención. Hay miles de cosas que suceden en nuestro día que no nos llaman la atención, pero deberían.Muchas veces estamos distraídos, o egoncetrados, y no nos damos cuenta, no vemos. Ese niño que hoy me “espiaba” por una ventana de la capilla de esa aldea, me hizo ver lo importante de cada acto del misionero, cada movimiento, cada gesto. Tal vez no es mucho lo que podamos hacer, estamos en un lugar muy humilde y lejano, pero estas almas están sedientas.
Somos misioneros, en eso pensaba al recordar esa mirada. Y no importa que nuestros días puedan ser sencillos… o mejor dicho, se gastarán nuestros días en la sencillez de la misión. Sencillez por fuera, porque por dentro entraña una lucha y combate cotidianos. Combate terrible, entre la gracia y el pecado. Y como un simple soldado raso que va a la guerra puede decir “estoy en guerra”, de la misma manera el misionero. Le estamos dando guerra al demonio, a satanás con todos sus ángeles. Le estamos robando almas, hoy le arrebatamos una que hacía “cerca de noventa” años tenía anotada… y se quedó con las manos vacías. A veces los misioneros podemos escuchar los rugidos de odio del infierno. No con los oídos del cuerpo. En varias oportunidades, puedo decirles con el corazón en la mano, nos sentimos peleando cuerpo a cuerpo. A veces nos podrá ganar un combate, pero nunca vencerá la guerra. Sin que piensen que estoy demasiado enardecido, cada vez me convenzo más de que desde el día que venimos a la misión, le declaramos la guerra al demonio. Y el que no piense así es un ingenuo, que tarde o temprano, caerá en las garras del peor enemigo del género humano.
Recuerdo lo que le escribí a mi hermano el día que me enteré que venía a la misión en África, hace más de tres años, y lo renuevo hoy día: Te pido que reces para que sea fuerte. No sólo físicamente, que en realidad no es tan importante, pero influye. Sino que sea siempre fuerte espiritualmente, que no afloje, que sepa afrontar esa misión con madurez, para bien de tantas almas, para bien de la Congregación, para el bien de la Iglesia Católica. Que sea firme en lo que he aprendido en todos estos años. Que no le afloje a la oración, al trabajo en la virtud, a la vida comunitaria, a vivir los votos como corresponde. Que persevere hasta el fin, que es la gracia de las gracias, y que todos los días pida esta inmerecidísima gracia, la de morir bajo la bandera de Cristo. Que pueda cumplir el deseo que era el de San Leonardo: “quiero morir en misión, con la espada en mano contra el infierno”.
Recen por nosotros, por todos los misioneros. ¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.