Ushetu, Tanzania, domingo 19 de Julio de 2015.
Las cosas que tienen el sello de la perfección divina, son a su vez bellas. Hoy vi muchas cosas bellas, huellas de Dios, impresas sobre nuestras imperfecciones y defectos. No puedo hablar de todas ellas ahora. Me limito a tres que me impresionaron mucho, hasta empañar los ojos. Otra vez emocionado. Los otros días me escribió un compañero misionero en Filipinas y me decía que muchas veces a él le pasaba lo mismo, de emocionarse y se preguntaba si no era que nos estamos poniendo viejos. Algo de eso debe haber, pero en gran porcentaje se debe a que el misionero se ve muchas veces frente a la “obra de Dios”, así sin más, y queda estupefacto. Muchas veces son segundos… pero que hay que aprovecharlos. Hoy me pasó.
Tuvimos este domingo la fiesta de los catequistas de nuestra parroquia. Una fiesta que ya comienza a ser tradición, que la preparan ellos mismos, y la esperan con ansiedad. Vinieron los catequistas de toda la parroquia, más de cuarenta. Los acompañaron algunos fieles, en algunos casos sólo uno de ellos o un par, porque venían de muy lejos. En esta fiesta cada aldea debe obsequiar a su catequista, en agradecimiento por el trabajo que realiza todo el año. Por eso es que los catequistas la esperan ansiosamente. Pero en verdad que todos la esperan, porque es una verdadera fiesta. En primer lugar por encontrarse todos, y por otra parte por todo lo que rodea a toda fiesta… alegría, y comida de fiesta. Pero hoy me impactó en primer lugar el ingresar a nuestra iglesia en la procesión de entrada de la Misa, precedido por las dos largas filas de catequistas, revestidos con sus albas. La iglesia llena a rebosar, más de lo acostumbrado, el canto de entrada, el coro que se esmeraba… pero en ese momento la imagen de los catequistas, ese grupo en su mayoría hombres (hay una sola catequista mujer), me impactó. Son personas que realmente están convencidas, y se ofrecen al trabajo misionero, y se esfuerzan. Con sus más y con sus menos… como todos, quién no tiene sus “menos”. Y como en todas partes hay unos mejor que otros… pero como decía al principio, a pesar de todo eso, se ve la perfección de la obra de Dios y de su iglesia. Los catequistas son nuestro ejército, son nuestras manos en las aldeas, son los que nos representan. Y saben que pertenecen a una iglesia, y la aman. Me impactó.
No deja de impactarme la perfección de Dios en la Eucaristía… pero aunque lo meditamos muchas veces, hoy de una manera especial pensé en esto al pronunciar las palabras de la consagración en swahili, como todos los días. Pero hoy por gracia de Dios, me impactó estar pronunciando esas palabras en swahili, y estar haciendo la obra más perfecta entre las perfectas, la Eucaristía. Cierto, perdón… es el Espíritu Santo, pero se entiende lo que quiero decir. Me pareció ver la hostia objeto de las miradas de los cientos de personas que estaban en la iglesia, grandes y muchos niños cerca del altar… y yo inclinado también sobre ella. El centro de todo lo que estaba pasando… perfecto. Me impactó nuevamente.
Y por la tarde, luego de pasar toda la actividad del almuerzo y festejo, en medio de gran alegría, expresada tan naturalmente por los chicos… no podía faltar el Oratorio. Ellos no creen que alguien pueda estar un poco cansado… así que sin mediar intervalo, todos a los juegos.
En un momento me quedé parado gozando del espectáculo. Me demoré en salir de la casa, pero ya estaba todo en movimiento. Y me pareció ver un sueño… es decir, lo que yo me había imaginado de un sueño de Don Bosco. El santo relata en uno de sus sueños-visiones, que le fue mostrado el oratorio de los primeros tiempos. Así lo relata él: Me parecía encontrarme en el antiguo Oratorio durante el recreo. Era una escena llena de vida, todo era movimiento y alegría. Quién corría, quién brincaba, quién hacía saltar a otros. Aquí se jugaba a la rana, allí a la bandera, más lejos a la pelota. En un punto, un grupo de jóvenes pendían de los labios de un sacerdote que refería una historieta; en otro se veía a un clérigo que jugaba al “burro vuela” o a los “oficios” con varios jovencitos. Se cantaba, se reía por doquier; en todas partes, clérigos, sacerdotes, y a su alrededor, jóvenes que voceaban alegremente. Se advertía que entre los alumnos y sus superiores reinaba la mayor cordialidad y confianza. Ante tal espectáculo me quedé encantado.
Yo estaba “soñando despierto”. Lo que veía era perfecto, y bello. Había un grupo de niños pequeños jugando, con una religiosa. Más allá, las niñas un poco más grandes, jugando al volley-ball con otra religiosa y una joven voluntaria norteamericana. En la cancha de volley estaban los jóvenes, junto a uno de los seminaristas norteamericanos, unos jóvenes misioneros, y otra religiosa. En otro espacio otro grupo de niñas también asistido por una hermana. Y más allá, en la cancha de futbol estaban los varones junto a un seminarista que oficiaba de referee. Todos jugando y metidos en sus juegos, gritando y corriendo. Era un espectáculo por donde se lo mire… hasta los colores de las camisetas de los jugadores de fútbol resplandecían… capaz que estoy delirando. Pero fue así, tanto que me metí en la oficina y le dije a Filipo que venga a ver eso, y lo único que se me ocurrió decirle fue: “Mire Filipo, esto se parece a la vida del cielo”. Me parecía ver lo que vio Don Bosco, aunque en menor escala… pero con el agregado de verlo en una misión en África. Filipo asintió sin ser forzado, y me dijo que en verdad eso era lo que se viviría en el cielo, alegría. Ver este “sueño” me impactó, y me arrancó lágrimas… esta vez sí, ni me resistí. Era perfecto. Y bello. Un recreo animado es uno de los espectáculos más hermosos que se pueden ver.
Y todo esto, a pesar de mil defectos y faltas, que Dios cubre con su misericordia, y oculta bajo su poderosa obra, perfecta y bella.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.
Y todo esto, a pesar de mil defectos y faltas, que Dios cubre con su misericordia, y oculta bajo su poderosa obra, perfecta y bella.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.
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