Formación
P. Gustavo Lombardo, IVE4 noviembre, 2015Formación, Iglesia Católica, Jesucristo, Misericordia
Antes de hablar del escándalo, digamos en primer lugar qué se entiende por tal:
Etimológicamente, la palabra viene del griego scándalon, y significaría la piedra u obstáculo que se coloca en la senda con el peligro de tropezar en él y ser desviado o herido en el camino. Inicialmente tuvo un sentido físico y, por aplicación, pasó a designar el obstáculo moral.
En sentido vulgar, significa la admiración, el horror o la indignación ante algo moralmente indecoroso.
En sentido estricto, se define como un dicho o hecho menos recto que proporciona al prójimo ocasión de pecado.
¿Se escandalizan de Nuestro Señor?
Luego de hablar de los prodigios que Él mismo estaba realizando, profetizados como mesiánicos por Isaías, el Señor termina diciendo: ¡Y dichoso aquel que no halle escándalo en mí! (Mt 11,6).
Y, al terminar el discurso del Pan de Vida, nos dice la Escritura que muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: “Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?” Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: “¿Esto os escandaliza? (…) Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen” (Jn 6, 60-61.63).
El Señor, por tanto, llama dichosos a quienes no se escandalizan ni de Él ni de sus palabras; es decir, felices aquellos que ni se asombran, dudando de su autoridad, ni pecan por incrédulos rechazando sus enseñanzas.
Ahora bien, pregunto: quien pone en duda las enseñanzas del Señor o, más aún, afirma “verdades” –o al menos las insinúa– contrarias a las que dijo el Divino Maestro ¿no podríamos decir que se escandaliza de Él?
¿Qué decir entonces del Cardenal Panameño Lacunza? quien afirmó en pleno Sínodo de la familia:
Moisés dio su consentimiento a la gente (para divorciarse). Hoy la ‘dureza de corazón’ se opone a los planes de Dios. ¿Podría Pedro no ser tan misericordioso como Moisés?
Con todo respeto a su investidura, ¿qué pensará él sobre nuestro Señor Jesucristo? ¿Qué ideas le vendrán a la cabeza cuando lee que el Señor revocó la ley de Moisés (Mt 5,31-32; 19, 1-9)? A Dios gracias salió al cruce el Patriarca melquita recordándole al Cardenal las palabras del Señor[1].
La misma pregunta sobre el posible escándalo ante la Verdad cabría para el Cardenal Kásper y compañía. Es de público conocimiento que el nombrado Cardenal abandera la propuesta de un cambio en lo que la Iglesia ha mantenido por veinte siglos, sugiriendo que puedan recibir la Comunión las personas que viven en adulterio. ¿Cómo proponen semejante cosa? Para hacerlo, caben dos posibilidades: o la persona que convive con quien no es su cónyuge no está en adulterio –para afirmar lo cual deben haberse “salteado”, en su lectura Bíblica, lo de San Mateo citado más arriba–, o, como una segunda posibilidad, no hay problema en comulgar en pecado mortal y, entonces, “se les pasó” leer a San Pablo: quien come el Cuerpo de Cristo indignamente, come su propia condenación (1 Cor 11, 27). Y como seguramente no se les salteó ni se les pasó de leer ninguna cosa, pregunto entonces: ¿qué piensan, cómo reaccionan, qué hilo de pseudo-verdad o pseudo-cordura cruza por sus inteligencias cuando leen esos pasajes? Como anillo al dedo vienen las palabras del Cardenal Arinze: “¿Quién te crees que eres? ¿Te crees más grande que Cristo?”.
Escandalizados, escandalizan…
No es inocuo que quien tendría que dar luz proclame las tinieblas a los cuatro vientos, ya que esto produce el llamado “escándalo teológico”, aquel por el que se induce a una persona a un error en la fe o en la ley moral.
Gracias al obrar mancomunado de los purpurados que luchan por la verdad –y en última instancia gracias a Dios que protege su Iglesia y a tantos que han rezado por el Sínodo–, la Relatio final no contiene ninguna afirmación que vaya contra la fe ni contra la moral. De todos modos es lógico pensar que el daño que se ha hecho al sembrar estas dudas no es poco, y que habrán laicos –y peor aún, con la venia de sus pastores– que ya estarán comulgando aun viviendo en adulterio, y eso es justamente, como decíamos, producto del escándalo teológico, que sigue, pues algunos que participaron en el Sínodo quieren interpretar a su gusto el texto de laRelatio[2], es decir, quieren lograr “después de”, lo que no alcanzaron “dentro de”.
El escándalo activo –o sea, inducir a pecar a otro– es un pecado de suyo grave contra la caridad. Por eso dice el Señor: Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar (Mt 18,6).
No perder el sentido del escándalo
San Alberto Hurtado muchas veces en sus predicaciones y escritos hablaba de tener “el sentido del escándalosiempre vivo”[3]. Él aplicaba este hecho de “tener los ojos abiertos al mal” sobre todo al tema de la pobreza de los pueblos, tomado como algo “normal” por muchos católicos de su tiempo –y también de nuestro tiempo–.
Creo que la idea puede aplicarse a lo que venimos diciendo: me parece que es un buen signo escandalizarse, admirarse, enojarse incluso ante lo que estamos viviendo. Si un sacerdote, obispo o cardenal, afirma cosas en contra de la fe o de la moral bimilenaria de la Iglesia –en contra del mismo Jesucristo en definitiva– y no se nos mueve un pelo, quizás nuestro amor a la Verdad no esté demasiado vivo. Ya que no se puede amar entrañablemente la verdad, sin odiar el error opuesto.
Citábamos tiempo atrás[4] a Hernest Hello, filósofo y ensayista francés, en cuyas obras, dirá el gran Cardenal Mercier, “se hallan algunos rasgos de genio”[5]:
“Quien quiera que ama la verdad aborrece el error y este aborrecimiento del error es la piedra de toque mediante la cual se reconoce el amor a la verdad. Si no amas la verdad, podrás decir que la amas e incluso hacerlo creer a los demás; pero puedes estar seguro de que, en ese caso, carecerás de horror hacia lo que es falso, y por esta señal se reconocerá que no amas la verdad”.
Mucho está en juego cuando hablamos de la verdad, más aún cuando se trata de la verdad divina, y más aún en nuestros tiempos de “dictadura del relativismo” como afirmó el Cardenal Ratzinger a días de ser Benedicto XVI.
“Mutilar la verdad Divina es un sacrilegio, disimularla es una cobardía y sustituirla por otra es una apostasía”[6]. (José M. Bower, S.J.)
Por supuesto, siempre será también parte de la verdad el hecho de que, así como tenemos que odiar el pecado pero amar al pecador, también debemos odiar el error y amar a quien yerra, rezando especialmente por él para que Dios tenga misericordia y le abra los ojos.
La Providencia nunca nos abandona y, a la par de estos errores que han pululado, también aparecieron verdaderos sabios, haciendo lo que es propio de su oficio:
“A un mismo sujeto pertenece aceptar uno de los contrarios y rechazar el otro; como sucede con la medicina, que sana y combate la enfermedad. Luego, así como propio del sabio es contemplar, principalmente, la verdad del primer principio [Dios] y juzgar de las otras verdades, así también le es propio impugnar la falsedad contaría”[7]. (Santo Tomás)
¿Escandalizar a los débiles?
Alguno podría objetar que escribir estas cosas puede causar escándalo a los débiles. Y es verdad que hay que evitar este tipo de escándalo a no ser que exista grave causa para permitirlo. Tal fue la actitud del mismo Cristo, por ejemplo al pagar el tributo al que Él no estaba obligado: Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti (Mt 17,27). Pero, como decíamos, tal actitud de evitar el escándalo de los débiles, será laudable siempre y cuando no exista una causa grave que nos lleve a permitirlo. Y sin duda que defender la verdad divina impugnada, es la más grave de las causas.
Existe también el escándalo farisaico, que procede de la malicia del escandalizado; mucho menos hay que callar la verdad para evitarlo.
Santo Tomás se pregunta si debió Nuestro Señor predicar a los judíos sin escandalizarlos y responde:
“La salvación del pueblo debe preferirse a la paz de cualquier hombre particular. Y, por este motivo, cuando algunos impiden con su maldad la salvación del pueblo, no ha de temer su escándalo el predicador o el doctor, a fin de proveer a la salvación del pueblo. Pero los escribas, los fariseos y los príncipes de los judíos impedían mucho, con su malicia, la salvación del pueblo, ya porque se oponían a la doctrina de Cristo, por la que solamente podía conseguirse la salvación, ya porque con sus costumbres depravadas corrompían también la vida del pueblo. Y por eso el Señor, a pesar de su escándalo, enseñaba públicamente la verdad, que ellos aborrecían, y reprendía sus vicios. Y por eso, en Mt 15, 12.14 se lee que, cuando los discípulos dijeron al Señor: ¿Sabes que los judíos, al oír tus palabras, se han escandalizado?, les contestó: Dejadlos. Son ciegos y guías de ciegos. Si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la fosa[8]”.
Y respondiendo a las objeciones aclara:
“El hombre debe comportarse de modo que no escandalice a nadie, para que a ninguno dé ocasión de ruina con sus hechos o con sus dichos menos rectos. No obstante, si de la verdad se origina el escándalo, es preferible mantener el escándalo antes que abandonar la verdad, como escribe Gregorio”. (obj. 1)
“La reprensión pública de los escribas y fariseos por Cristo no impidió, sino que más bien promovió el efecto de su enseñanza. Porque al quedar al descubierto los vicios de aquéllos ante el pueblo, éste se apartaba menos de Cristo a causa de las palabras de los escribas y los fariseos, que se oponían siempre a la enseñanza de Cristo”. (obj. 2)
Y si se diera el caso, incluso sería una obra de caridad corregir a quien desvaría en la fe o en la moral, aunque no nos encontremos a la misma “altura” jerárquica:
“Habiendo peligro próximo para la fe, los prelados [obispos] deben ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos”[9]. (Santo Tomás)
Y San Pablo “sube” incluso hasta a los mismos ángeles, y sin pelos en la lengua afirma: Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema! (Gal 1, 8).
Y como por lo general –y puntualmente en estos casos que estamos tratando–, se busca presentar más mundanizada –entiéndase “sin cruz”– la doctrina de Cristo, viene como anillo al dedo la recomendación que hacía San Juan de la Cruz a otro carmelita descalzo:
“… Si en algún tiempo alguno le persuadiere, sea prelado [obispo] u otro cualquiera, alguna doctrina de anchura, aunque la confirme con milagros, no la crea ni abrace; sino más penitencia y más desasimiento de todas las cosas; y no busque a Cristo sin Cruz”[10]. (San Juan de la Cruz)
Como vemos, la posibilidad de que una autoridad en la Iglesia proponga algo falso no es de ahora; la novedad sí es, quizás, que en este momento se proclama en alta voz; por eso, como bien dijo alguien por ahí Se termina la fiesta de disfraces.
¡Ay del mundo por los escándalos! Es forzoso, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien el escándalo viene! (Mt 18,6-7)
María, Madre de la Iglesia: ¡Ruega por nosotros!
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Recomendamos para leer:
P. Miguel Á. Fuentes, IVE: ¿Pero habla el documento del sínodo de dar la comunión a los divorciados vueltos a casar?
Aline Lizotte: La Iglesia Católica va “hacia una suerte de concepción protestante de la libertad de conciencia”
George Weigel: El Informe final del Sínodo
La valiente exposición del Cardenal Robert Sarah en el Sínodo
Una médica da cátedra de fe a los padres sinodales
[1] Ver aquí.
[2] Puede leerse en Catholic Herald.
[3] Este concepto de Sentido del escándalo lo toma de Pierre Henri Simon, Los católicos, la política y el dinero, pp. 126-128.
[4] Post O tempora, o mores!
[5] D. J. Mercier, La vida interior, llamamiento a la salmas sacerdotales, Editorial Políglota, Barcelona, 19402, p. 12.
[6] José M. Bower, S.J. Revista Estudios (Buenos Aires, Octubre 1928); en: La Masonería en Argentina y el mundo, p. 195.
[7] Santo Tomás de Aquino, Suma Contra Gentiles, L. 1, cap. 1.
[8] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, 42,2.
[9] Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 33, 4, ad 2.
[10] San Juan de la Cruz, Carta al P. Luis de San Angelo, carmelita descalzo, en Andalucía, Segovia, 15891590?,Cartas, 24, Obras Completas a cargo de Maximiliano Herráiz2, Ediciones Sígueme, Salamanca 1992, p. 1069.
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