El Instituto del Verbo Encarnado y las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará tiene
un 4° voto de Esclavitud Mariana. Dicen sus constituciones:
“Queremos
manifestar nuestro amor y agradecimiento a la Santísima Virgen a la par que obtener
su ayuda imprescindible para prolongar la Encarnación en todas las cosas,
haciendo un cuarto voto de esclavitud mariana según San Luis María de Montfort”.
Y hoy, día de este gran
Santo, recordamos sus palabras:
“Sí, Dios quiere que su
Madre Santísima, sea ahora más conocida, amada y honrada que nunca. Lo que
sucederá sin duda, si los predestinados, con la gracia y luz del Espíritu Santo,
entran y penetran en la práctica interior y perfecta de la devoción que voy a
manifestarles en seguida.
Entonces verán, en
cuanto lo permita la fe, a esta hermosa estrella del mar y, guiados por Ella,
llegarán a puerto seguro, a pesar de las tempestades y de los piratas.
Entonces conocerán las
grandezas de esta Soberana y se consagrarán enteramente a su servicio como
súbditos y esclavos de amor.
Entonces saborearán sus
dulzuras y bondades maternales y la amarán tiernamente como sus hijos
predilectos.
Entonces experimentarán
las misericordias en que Ella reboza y la necesidad en que están de su socorro,
recurrirán en todo a Ella, como a su querida Abogada y Medianera ante
Jesucristo.
Entonces sabrán que
María es el medio más seguro, fácil, corto y perfecto para llegar hasta
Jesucristo y se consagrarán a Ella en cuerpo y alma y sin reserva alguna, para
pertenecer del mismo modo a Jesucristo.
Pero, ¿qué serán estos
servidores, esclavos a hijos de María? Serán fuego encendido, ministros del
Señor, que prenderán por todas partes el fuego del amor divino.
Serán flechas agudas en
la mano poderosa de María para atravesar a sus enemigos: como saetas en
mano de un valiente (Sal. 127, 4).
Serán hijos de Leví,
bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y muy unidos a Dios.
Llevarán en el corazón el fuego del amor, el incienso de la oración en el
espíritu y en el cuerpo la mirra de la mortificación.
Serán en todas partes el
buen olor de Jesucristo (cfr. 2 Cor. 2, 15-16) para los pobres y sencillos;
pero para los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte.
Serán nubes tronantes y
volantes, en el espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin apegarse a nada
ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la lluvia de la Palabra de
Dios y de la vida eterna, tronarán contra el pecado, lanzarán rayos contra el
mundo del pecado, descargarán golpes contra el demonio y sus secuaces y con la
espada de dos filos de la Palabra de Dios traspasarán a todos aquellos a
quienes sean enviados de parte del Altísimo.
Serán los apóstoles
auténticos de los últimos tiempos. A quienes el Señor de los ejércitos dará la
palabra y la fuerza necesarias para realizar maravillas y ganar gloriosos
despojos sobre sus enemigos.
Dormirán sin oro ni
plata y, lo que más cuenta, sin preocupaciones en medio de los demás
sacerdotes, eclesiásticos y clérigos (Sal. 68, 14). Tendrán, sin embargo,
las alas plateadas de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria
de Dios y de la salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo. Y
no dejarán en pos de sí en los lugares en donde prediquen sino el oro de la
caridad, que es el cumplimiento de toda ley (cfr. Rom. 13, 10).
Por último, sabemos que
serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminando sobre las huellas de su
pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, enseñarán la
senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al Evangelio y no a los
códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas, sin
dar oídos ni escuchar ni temer a ningún mortal por poderoso que sea.
Llevarán en la boca la
espada de dos filos de la Palabra de Dios, sobre sus hombros el estandarte
ensangrentado de la cruz, en la mano derecha el crucifijo, el Rosario en la
izquierda, los sagrados nombres de Jesús y María en el corazón y en toda su
conducta la modestia y mortificación de Jesucristo.
Tales serán los grandes
hombres que vendrán y a quienes María formará por orden del Altísimo para
extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. Pero,
¿cuándo y cómo sucederá esto?... ¡Sólo Dios lo sabe! A nosotros toca callar,
orar, suspirar y esperar: Yo esperaba con ansia (Sal. 40, 2).”
San Luis María Grignon de Montfort, "Tratado de la verdadera Devoción" N. 55-59.